UNA PARTE DE LA 'FANTACIENCIA' PRESENTA UNA VISIÓN DEL FUTURO PESIMISTA EN LA QUE DIOS NO CABE.
Desde la noche de los tiempos, la
imaginación humana urdió fantasías que eran expresión de anhelos irrealizables,
o bien de temores nacidos de la superstición, o de la incapacidad de la razón
para explicar ciertos fenómenos sobrenaturales. Tales fantasías alcanzarían su
máximo esplendor con el desarrollo científico, hasta dar lugar a la
llamada 'ciencia-ficción', un género especulativo que, a partir de los
descubrimientos realizados en los campos de las ciencias y de la tecnología,
propone historias que, aunque no pueden darse en el mundo que conocemos, pueden
resultar verosímiles en un futuro más o menos inmediato o remoto, o bien en
espacios físicos distintos al que ocupamos.
Muchos de los relatos de la
ciencia-ficción se han demostrado, con el paso del tiempo, proféticos. Sus autores, auténticos visionarios, anticiparon
con la imaginación lo que el desarrollo científico y tecnológico haría posible
décadas más tarde. Es el caso, por ejemplo, de Julio
Verne, que predijo la invención de artilugios tales como
la televisión, el submarino o las naves espaciales. O el de Karel Capek, que anticipó la creación de máquinas que sustituirían
el trabajo del hombre (llegando, incluso, a usurpar su puesto en la sociedad),
a las que designó con el nombre de 'robots'.
O el de Herbert George Wells, que imaginó un
mundo futuro en el que la energía nuclear sería empleada para la confección de
bombas atómicas.
Pero muchas obras literarias que
denominamos 'ciencia-ficción' deberían ser
motejadas más propiamente de 'fantaciencia';
pues son puramente fantasiosas y siempre lo serán, por mucho que avancen la tecnología y la
ciencia. Es el caso, por ejemplo, de las mil novelas que nos proponen, en la
estela de Wells, viajes en el tiempo.
Pues el tiempo no es una extensión que se pueda recorrer, como recorremos el
espacio. El futuro, simplemente, no existe (salvo en la mente de Dios), no es
una realidad a la que podamos trasladarnos, ni siquiera que podamos anticipar
(los profetas lo único que hacen es vislumbrarla o atisbarla). El futuro es una
pura expectativa o ilusión; y así lo será siempre, por mucho que la ciencia
avance, en este mundo. Y en el otro el tiempo no existe, todo está anegado de
eternidad, que aparte de no ser una extensión tampoco es una duración.
Otro ámbito en el que la llamada
ciencia-ficción se convierte en mera 'fantaciencia'
son las narraciones de tipo apocalíptico, que han logrado borrar casi por completo de la
memoria occidental la visión escatológica de la historia humana, creando dos
visiones aparentemente opuestas que niegan la intervención divina: una de tipo pesimista, que pinta un futuro de
hecatombes y catástrofes sin cuento, una pesadilla sin posibilidad de
escapatoria en la que, si acaso, sólo se puede sobrevivir en condiciones
agónicas; y otra de tipo optimista o euforizante, que
preconiza que la humanidad se perfeccionará, a lomos del Progreso indefinido,
hasta instaurar un paraíso en la tierra. Por supuesto, ambas variantes de
'fantaciencia' tienen intenciones claras: la primera nos disciplina en
diversos subproductos ideológicos que se presentan como una única
vía para escapar a la extinción (pacifismo, ecologismo, etcétera); la segunda
nos presenta una suerte de milenarismo ateo que lleva a
la deificación del hombre a través de la Ciencia y la Democracia. En
ambas variantes, como en otros subgéneros de la fantaciencia, descubrimos un
intento de crear, más que especulaciones científicas, una suerte de antiteología militante. Es decir, un intento de imaginar un mundo sin Dios.
Mucho menos abundante que esta
fantaciencia antiteológica es la literatura 'fantateológica',
que trata de imaginar mundos o futuros alternativos a la luz
de una imaginación teológica. Aunque,
desde luego, existen algunos exponentes de calidad probada, muy especialmente
las novelas sobre los Últimos Tiempos de Robert Hugh
Benson (Señor del Mundo, sobre
el reinado del Anticristo; y Alba
triunfante, sobre el Reino de los Mil Años) y la llamada 'trilogía cósmica' de C. S.
Lewis –integrada por Más allá del planeta silencioso, Perelandra y Esa horrible fortaleza–,
donde el autor se atreve a imaginar civilizaciones alienígenas que no padecen
las consecuencias del pecado original (viviendo, por lo tanto, como Adán y Eva antes
de probar el fruto prohibido), para finalmente mostrarnos, por contraste, el
horror de la civilización del progreso técnico y del materialismo científico
que se ha impuesto en nuestro planeta. Estas pocas novelas de especulación
teológica que hasta la fecha he leído me han parecido inmensamente gratificantes;
por lo que ruego a las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan que, si
conocen alguna otra obra meritoria de este género, me la hagan saber.
Publicado en XL Semanal.
Por: Juan Manuel de Prada
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