La Cruz Redentora y el dolor por amor.
Por: P. Jesús Martí Ballester | Fuente:
Catholic.net
“NOSOTROS HEMOS DE
GLORIARNOS EN LA CRUZ DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO” (Gálatas 6,14)
Con la pregunta dubitativa: ¿Quién creyó nuestro
anuncio?, comienza el Profeta Isaías el capítulo 53 de su Cuarto Cántico
del Siervo de Yahvé. El mundo, con el señuelo y la novedad del progresismo, de
la innovación y de la singularidad, resulta más camaleónico de lo que se cree.
Le parece que está inventando la historia y produciendo novedades cuando sólo
está renovando viejísimos errores en nombre de la nueva cultura. Y junto a la
consecuencia directa de la ignorancia, incoherencia y entronización de la
carencia de rigor, llega al pensamiento débil y a las ideas heréticas.
Salvarnos sin cruz, o con cruces deleitables, es un revivir el epicureismo y el
hedonismo pagano. Algunos cristianos tratan de desvirtuar la cruz, rebajando el
vino del evangelio con el agua de la mediocridad, o pagando tributo al
relativismo, o con la escasa formación acomodaticia de que ya hablaba San
Pablo:
“Los judíos piden señales y los griegos buscan
saber, nosotros predicamos un Cristo crucificado, escándalo para los judíos,
locura para los paganos, en cambio para los llamados, lo mismo judíos que
griegos, un Mesías que es portento de Dios y sabiduría de Dios: porque la
locura de Dios es más sabia que los hombres y la debilidad de Dios más potente
que los hombres” (1 Cor 22).
EL SUFRIMIENTO DE SAN PABLO
Pablo se sabe «crucificado con Cristo» (Gal 2,19) y «configurado
a su muerte» (Fl 3,10). «Llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús» (Gal
6,17).
Testifica que «Cinco veces recibí de los judíos
cuarenta azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado;
tres veces naufragué; un día y una noche pasé en el mar. Viajes frecuentes;
peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros
de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar;
peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas
veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez».
Expresará su dolor a los filipenses «Con lágrimas
en los ojos» porque: «muchos viven, según os dije tantas veces, y ahora os lo
repito con lágrimas, como enemigos de la cruz de Cristo...» (Fl 3,
18).Escribe que «Pasa dolores de parto» (Gal 4,19). «¡Hijos
míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto hasta ver a Cristo formado
en vosotros» (Gal 4,19).
Pero como la mujer sufre hasta dar a luz, luego se goza por haberle dado un
hijo al mundo (Jn 16,21), así el apóstol sufre lo indecible, pero el resultado
final es: «ver a Cristo formado en vosotros».
Se enorgullece de: «Llevamos siempre en nuestros
cuerpos por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús
se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Cor 4,10).
Se complace en: «Completo
en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su cuerpo,
que es la Iglesia» (Col 1,24).Porque está seguro del fruto: «Así la muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la
vida» (2 Cor 4,12). Sufre por los hombres, «continuamente
entregados a la muerte por causa de Jesús», para transmitirles «la vida de
Jesús» (2 Cor 4,10).
Su gloria la pone en la Cruz de Jesús: «¡Dios me
libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!» (Gal
6,14). A la vez que: «Me glorío en mis
debilidades... en las persecuciones padecidas por Cristo» (2 Cor 12,9).
Desde esta perspectiva se iluminan sus expresiones paradójicas: «Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas
nuestras tribulaciones» (2 Cor 7,4).
En él se hace presente el misterio pascual en su integridad: fuerza en la
debilidad, vida en la muerte, gozo en el sufrimiento. «Me
alegro de sufrir por vosotros». Tanto las tribulaciones como el
consuelo, tienen valor salvífico: «si somos
atribulados, lo somos para consuelo y salvación vuestra; si somos consolados,
lo somos para el consuelo vuestro, que os hace soportar con paciencia los
mismos sufrimientos que también nosotros soportamos» (2 Cor 1,6).
Cuando poco antes de su muerte escriba a Timoteo, le dirá: «yo estoy a punto de ser derramado en libación» (2
Tim 4,6). Dios mismo había reconciliado al mundo consigo por medio de su Hijo,
al cual había constituido víctima por los pecados de los hombres (2 Cor 5); si
a él se le ha confiado el ministerio de la reconciliación, sólo puede colaborar
eficazmente en la reconciliación de los hombres con Dios, con la ofrenda de la
propia vida. Y después de tanta cruz, Pablo el valeroso doliente, exclama por
propia experiencia:
“No son equivalentes los sufrimientos de este mundo con la gloria que nos
espera”, los viejos errores.
Tanto Lutero como Calvino negaron la necesidad de cooperar a la gracia,
enseñando que sólo la fe justifica y nos aplica los méritos de Cristo. “Sola fides; sola gratia; sola Scriptura”. Desde
que Pablo VI entrara en la última sesión del Vaticano II con un cilicio en sus
carnes y dijera a mi Arzobispo entre sollozos: “Tuta
Chiesa e inficionata”.
¡Cuántos avances han conseguido estos gravísimos
errores, cuántos virus Blaster y Sobig, F y otros innumerables, han extendido
la epidemia difusa y larvada que nos invade en publicaciones, en predicaciones,
en teologías laxas y erróneas, más perniciosa que los virus informáticos que
han invadido millones de ordenadores, e inficionado la mentalidad de los nuevos
cristianos sin base, desviados por lecturas ligeras de textos de cuarta
división, que contradicen a la Sagrada Escritura y al Magisterio que es el
único que tiene el carisma y la misión ministerial de interpretar la Biblia!
Es preferible, decía el famoso teólogo Rahner, ser granos de trigo dentro de la
Iglesia, que árboles frondosos fuera. Y ¡cuántos
son los que pretenden suplantar esta interpretación por el “libre examen
personal”!.
¿Qué sentido tiene proclamarse teólogos católicos,
si se apartan de la fe de la Iglesia y de su Magisterio? ¿Pretenden que les
sigamos a ellos y nos apartemos de la Cabeza, a quien Cristo confió el
ministerio de confirmar en la fe a sus hermanos? "La fe sin obras es
muerta" (Sant 2,20).
"No son justos los que oyen la ley, sino
aquellos que la cumplen" (Rom 2,13). Y el mismo Cristo declara que
en el juicio final serán sentados a la derecha los que hayan practicado las
obras de misericordia (Mt 25,34). Y "Si quieres entrar en la vida eterna,
guarda los mandamientos" (Mt 19,17).
San Agustín dice: "El que te creó sin ti, no
te salvará sin ti". Para esta supuesta cultura, la teología de la
cruz es una locura o una necedad, como decía el Apóstol, y no duda en preguntar
Isaías: ¿Quién creyó nuestro anuncio? ¿A quién se
reveló el brazo del Señor?. Para los tales la fiesta de la Exaltación de
la Cruz, se ha convertido en devaluación de la Cruz de Cristo.
EL MISTERIO DE LA CRUZ NO
PUEDE SER ENTENDIDO POR EL MUNDO
El enigma misterioso de la cruz sólo Dios lo entiende. Y los Santos, en la
medida que él les concede. San Juan María Vianney se escapaba de su parroquia
de Ars porque no se veía capaz.
No le era más fácil la vida en Ars, pues en ningún monasterio por estricto que
fuera, habría vivido una vida tan dura como la que él mismo se impuso en Ars.
Desde las dos de la mañana en el confesionario, lo que le dolían eran los
pecados que escuchaba y perdonaba, pues él no buscaba en su parroquia vivir una
tranquila vida; en cualquier monasterio habría comido tres veces al día, por lo
menos, y no las patatas mohosas que el mismo se cocía para toda la semana, ni
los sacrificios asombrosos que se imponía para convertir a los pecadores.
¿Cuáles eran los motivos de los llantos en la misa
de San Pío de Pietrelcina? Los pecados. Por cierto, a Jesús lo
crucificaron los Romanos instigados por las autoridades religiosas de los
judíos. Pero, se me ocurre preguntar: ¿Quién
crucificó a Francisco de Asís? ¿Quién transverberó a Santa Teresa?
Más cerca de nosotros: ¿Quién estigmatizó a San Pío
de Pietrelcina? El pecado es una tremenda realidad, un misterio de
iniquidad, dice San Pablo. “Mirad, mi siervo tendrá
éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se espantaron de él, porque
desfigurado no parecía hombre ni tenía aspecto humano; así asombrará a muchos
pueblos; ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y
contemplar algo inaudito. ¿Quién creyó nuestro anuncio?”.
¿Quién es el que ve la distancia del pensamiento
del hombre del pensamiento de Dios?. “Mi siervo tendrá éxito”. A un
compañero párroco que se lamentaba al Cura de Ars de lo fría que estaba su
feligresía, respondía San Juan María Vianney:
-¿Habéis orado, habéis ayunado? ¿Os habéis
disciplinado?
Una vecina suya oía todas las noches los golpes de su penitencia y, asombrada y
compadecida, decía:
-¡Cuándo pararás! ¡¡Cuándo pararás!!
Pero él, que se había encontrado una comunidad parroquial descristianizada, a
los quince años de su pastoreo, decía: “Ars ya no
es Ars…El cementerio de Ars es un relicario”… Con mis propios ojos he
visto las gotas de sangre de San Francisco de Borja, Duque de Gandía y Virrey
de Cataluña, el hombre de mayor confianza del emperador Carlos V, conservadas
en los azulejos del oratorio del palacio ducal.
Es verdad que lo más importante es amar a Dios sobre todas las cosas y al
prójimo como a nosotros mismos. Pero no hay amor más grande que morir por los
amigos, dijo Jesús.
¿CÓMO REDIMIR AL HOMBRE DEL
PECADO?
No puede la teología dejar de enseñar, tanto los antiguos como los modernos y
aún los actualísimos, uno de los mayores y Padre del Concilio Vaticano II, Hans
Urs Von Balthasar, creado Cardenal por Juan Pablo II, las distintas opciones de
Dios ante el pecado: dejar al género humano sufriendo sus consecuencias;
perdonarlo sin reparación adecuada, como lo destaca Guardini, o exigir una
satisfacción condigna, es decir, proporcional entre lo que se debe y lo que se
paga.
Dicho de otro modo: El pecado es una ofensa infinita, por el término ad quem,
que es Dios infinito. O Dios no es misericordioso y abandona al hombre, lo cual
es imposible; o perdona al hombre sin exigirle reparación justa.
Elige y determina la satisfacción condigna, la más digna según su justicia,
sabiduría y misericordia. Esta satisfacción exige pagar la deuda de la ofensa
infinita, pero, como el hombre no es capaz de pagar de esta manera, pagará él.
El Verbo se hará hombre para poder morir y reparará la ofensa y las demás
consecuencias del pecado, con satisfacción vicaria. Esto se llama Redención,
misterio inescrutable, que consiste en la unión de la naturaleza humana con la
divina en la persona del Verbo de Dios.
Dios formó una concreta naturaleza humana en las entrañas de la Virgen María y
la hizo subsistir en la persona divina del Verbo. Por esta unión hipostática de
la persona divina del Verbo con la naturaleza humana, Cristo, que es verdadero
Dios, es también verdadero hombre.
El hombre pecó por soberbia: "Seréis como
dioses”, y Dios se hará hombre por obediencia, para hacer al hombre
Dios. Al encarnarse Dios, se manifiesta su bondad infinita; su misericordia; su
justicia; su sabiduría, para unir la misericordia con la justicia; su poder
infinito, porque es imposible realizar gesta mayor que la encarnación del
Verbo, al juntar en ella lo finito con lo infinito.
Santo Tomás de Villanueva pone en los labios de Dios estas palabras: "Muchos medios he intentado y buscado para que los
hombres dejen la vanidad y me sigan, y ninguno sirve de nada; uno sólo resta
para convencerlos, que es darles a entender cómo infinitamente los amo,
haciéndome hombre".
EL DOLOR MAYOR
Y manifestándoles cuánto les amo con la prueba de lo mucho que sufro, pues
sufro infinitamente más que ningún hombre ha sufrido pues "Mirad y ved si hay dolor como mi dolor" (Is
1, 12). Santo Tomás, comentando este texto de Isaías explica por qué el dolor
físico y moral de Cristo ha sido el mayor de todos los dolores.
Por las causas de los dolores: el dolor corporal
fue acerbísimo, tanto por la generalidad de sus sufrimientos, como por la
muerte en la cruz. El dolor interno fue intensísimo, pues lo causaban
todos los pecados de los hombres, el abandono de sus discípulos, la ruina de
los que causaban su muerte y, por último, la pérdida de la vida corporal, que
naturalmente es horrible para la vida humana natural.
Por la sensibilidad del paciente: el cuerpo de
Cristo era perfecto, muy sensible, como conviene al cuerpo formado por obra del
Espíritu Santo para padecer. De ahí que, al tener finísimo sentido del
tacto, era mayor el dolor. Lo mismo puede decirse de su alma: al ser perfecta
comprendía efícacísimamente todas las causas de la tristeza.
Por la pureza misma del dolor: porque otros que
sufren pueden mitigar la tristeza interior y también el dolor exterior con
alguna consideración de la mente, Cristo en cambio no quiso hacerlo. Porque el
dolor asumido era voluntario.
Así, por desear liberar de todos los pecados, quiso sufrir el dolor en
proporción al fruto. Y de ahí se sigue que el dolor de Cristo ha sido el mayor
de cuantos dolores ha habido (Suma III; q 46, a 6). "¿Quién
no amará al que nos amó de tal manera?. "Nos lavó de nuestros pecados con
su sangre" (Ap ,5).
SATISFACCIÓN VOLUNTARIA,
COMPLETA Y CONDIGNA
Pagó la pena debida por los pecados. "Llevó la
pena de todos nuestros pecados sobre su cuerpo en el madero de la Cruz" (1
Pe 2,24). Aunque Cristo satisfizo por nuestros pecados en todos los actos de su
vida, quiso que sus satisfacciones y sus méritos sólo produjesen sus efectos
después de su pasión, refiriéndolo todo a su muerte.
Por eso la Sagrada Escritura atribuye todas las satisfacciones y méritos de
Cristo al sacrificio de la Cruz. La satisfacción de Cristo fue voluntaria: "Fue ofrecido porque él mismo quiso",
(Is 53,7); "Nadie me arranca la vida, sino que
la doy por propia voluntad" (Jn 10,18).
Fue completa porque es suficiente para reconciliarnos con Dios y borrar
nuestros pecados: "La sangre de Cristo nos
purifica de todo pecado" (1 Jn 1,7); condigna y superabundante
porque hay proporción entre lo que se debe y lo que se restituye.
El acreedor que perdona una parte de la deuda al deudor, recibe satisfacción
deficiente y no condigna. La satisfacción de Cristo fue condigna, porque guardó
proporción con la ofensa. Como la ofensa causada a Dios con el pecado es “quodammodo infinita”, la satisfacción de Cristo
fue de valor infinito.
Me explico: La magnitud de una ofensa se mide por
la dignidad de la persona ofendida. Es mucho más grave la ofensa a un Jefe de
Estado, que a un soldado raso. Siendo Dios de majestad infinita, la ofensa
hecha a Él con el pecado, es en este sentido infinita. La satisfacción de Cristo
fue superabundante; pagó más de lo que debíamos. "Donde abundó el pecado
sobreabundó la gracia" (Rom 5,20).
Cualquier acto del Hijo de Dios era infinito, porque procedía de la persona
infinita del Verbo. Su satisfacción es superabundante y "su redención copiosa " (Sal 20, 7). No sólo nos
perdonó el pecado y la pena debida, sino que nos mereció la gracia y el derecho
al cielo.
La satisfacción de Cristo y sus méritos son una verdadera restauración del
hombre, pues le devuelven los dones de orden sobrenatural arrebatados por el
pecado. "Si por el pecado de uno sólo murieron
todos los hombres, mucho más copiosamente la gracia de Dios se derramó sobre
todos" (Rom 5,10).
"Tenemos la firme esperanza de entrar en el
santuario del cielo por la sangre de Cristo" (Heb10,19). "Nos bendijo con toda suerte de bienes espirituales
en Jesucristo" (Ef 1,3). "El que
no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó, ¿cómo será posible que no nos
dé con El todos los bienes?" (Rom 8, 32).
Dice Santo Tomás: "La
cabeza y los miembros pertenecen a la misma persona; siendo, pues, Cristo
nuestra cabeza, sus méritos no nos son extraños, sino que llegan hasta nosotros
en virtud de la unidad del cuerpo místico" (Sent 3, c18, a 3). "Como todos mueren en Adán, todos en Cristo han de
recobrar la vida" (1 Cor 15,22).
Al Padre Luis de Sant Angelo en Segovia, escribe San Juan de la Cruz: “Si en algún tiempo, hermano mío, le persuadiere alguno,
sea o no prelado, doctrina de libertad y más alivio, no la crea ni abrace,
aunque se la confirme con milagros, sino penitencia y más penitencia y
desasimiento de todas las cosas; y jamás, si quiere llegar a la posesión de
Cristo, le busque sin la cruz.
Pues Jesús realizó la gesta más grande para
redimirnos cuando estaba en la cruz desnudo de lo sensitivo, de lo afectivo y
en la mayor aflicción, incluso abandonado del Padre”. ¡Qué sabe el que no ha
padecido! Jesús nos pide que amemos al Padre y a los hermanos, pero no
hay prueba mayor de amor que morir por los amigos.
LA CRUZ SEGÚNN JUAN PABLO II
“Si tiene que escoger, no dude ni un segundo.
Decídase por la vida del bebé”, dice al ginecólogo, Gianna Emmanuela
Bereita Molla, beatificada el 24 de abril de 1994, ante la presencia de su
esposo y su hija de treinta y dos años, Gianna Emmanuela, nacida a costa de la
vida de su madre. Juan Pablo resbaló en su cuarto de baño.
Tras permanecer en el apartamento durante la noche, al día siguiente fue
trasladado a la Policlínica Gemelli donde se le implantó una cadera artificial
para solucionar la fractura del fémur. Ya nunca podría caminar como antes.
Como la familia es atacada, dice Juan Pablo II, el Papa tiene que sufrir para
que el evangelio del sufrimiento guíe a todas las familias del tercer milenio.
Karol Wojtyla ha escrito un poema en el que San Estanislao dice al rey de
Polonia: “Mis palabras no te han convencido; mi
sangre te convencerá”. Desde el punto de vista bíblico, a veces el
dolor, no una represalia divina, un castigo, sino una oportunidad para
reconstruir el bien en el sujeto que sufre.
EL MISTERIO DEL DOLOR HUMANO
Ninguna explicación puramente descriptiva del dolor sería capaz de abordar con
acierto el profundo misterio humano con el que guarda relación. Tampoco la
razón nos puede decir que “el amor es la fuente más
completa de la respuesta a la pregunta del sentido del dolor”.
Para ello hacía falta una demostración, que Dios ha “dado
en la cruz de Jesucristo”, cuyo dolor como hombre y como único Hijo de
Dios posee una "hondura e intensidad
incomparables”. Después de la entrevista del Papa con Ali Agca, escribió
la carta apostólica “Savifici doloris” sobre
el sentido del sufrimiento.
La humanidad ha sido redimida por el dolor de Cristo. El dolor, dice el Papa,
«parece ser particularmente esencial a la naturaleza del hombre».
Contrariamente a lo que sostienen algunas ideas contemporáneas, el dolor no es
accidental ni evitable. "Es uno de esos puntos
donde el hombre está "destinado" a ir más allá de sí mismo.» En
el mundo hay dolor porque hay mal.
El sufrimiento mayor es la muerte, que Cristo conquistó con su «obediencia
hasta la muerte», superada en la resurrección. El dolor sigue presente en el
mundo, pero el cristiano que sufre, ya puede identificar su dolor con la agonía
de Cristo en la cruz, y penetrar más a fondo en el misterio de la redención,
que es el misterio de la liberación humana. Mediante el encuentro con esa
liberación, el individuo que sufre descubre nuevas dimensiones de la vida como
vocación.
El dolor existe «para desencadenar el amor en la
persona humana, ese don desinteresado del "yo" en beneficio de otras
personas, sobre todo de las que sufren». «El mundo del dolor humano» hace que
surja «el mundo del amor humano». La dinámica de la solidaridad en el
dolor es otra confirmación de la ley del don de sí inscrita en el corazón humano.
FRUTO DE LA CRUZ
“¿Quién creyó nuestro anuncio? ¿A quién se reveló el brazo del Señor? Creció en
su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. El
Señor quiso triturarlo con el sufrimiento y entregar su vida como expiación;
verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará
por su mano.
Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento.
Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Le daré
una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre. Porque expuso
su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él cargó con el pecado
de muchos e intercedió por los pecadores.
Alégrate, estéril, que no dabas a luz, rompe a cantar con júbilo la que no
tenías dolores; porque la abandonada tendrá más hijos que la casada. Ensancha
el espacio de tu tienda, despliega sin miedo tus lonas, alarga tus cuerdas,
hinca bien tus estacas; porque te extenderás a izquierda y derecha. Tu estirpe
heredará las naciones y poblará ciudades desiertas” (Is 53-54).
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