RESEÑA DE LA PELÍCULA MEXICANA SOBRE SAN JOSÉ SÁNCHEZ DEL RÍO, QUE SE ESTRENA EN ESPAÑA
San José Sánchez del Río, mártir con 14 años...
Mirando al Cielo es, sobre todo, una película espiritual
Se estrena este 29 de septiembre
en cines de toda España la película mexicana Mirando al Cielo, la historia
de San José Sánchez del Río, un muchacho que murió mártir con
14 años en México en 1928. Se sumó al ejército cristero, pero no como soldado,
sino como abanderado y clarín. No llevaba armas, sólo el
rosario, y dirigía su rezo por
las noches en el campamento.
Su historia ya apareció, en
parte, en la película de Dean Wright de 2012 Cristiada, pero
aquella película buscaba centrarse más en aspectos épicos, de combate y
contexto social, mientras que esta obra, mucho más íntima (y
presupuesto pequeño), se centra en el muchacho santo, su fe, su vida cotidiana y su
martirio, y también su contexto familiar.
Como en tantas historias de
mártires, también como en la historia de Jesús, las intuiciones divinas y las
crueldades y a veces la mediocridad humana se entrecruzan.
EL
CONTEXTO: REPRESIÓN Y PERSECUCIÓN
Con la guerra de Ucrania en
nuestras puertas y noticiarios, vuelven los dilemas sobre la guerra justa, sus
límites y el papel del soldado católico. Pero la
Guerra Cristera no fue la invasión de una potencia extranjera, sino el alzamiento armado, sobre
todo de campesinos pobres, frente a la insistente opresión anticatólica de un
gobierno obsesionado.
Es un episodio que no se explica en las escuelas mexicanas, y mucho menos en las españolas, por lo que vale
la pena conocer el contexto. Que el régimen buscaba sistemáticamente borrar a
la Iglesia del país es cosa clara: hacia 1920, había unos 5.000 sacerdotes en
México. Pero en 1936, tras años de acoso, los 3 años de guerra cristera
(1926-1929) y siete años de represión tras la guerra, cuando el presidente
Cárdenas ganó el cargo y detuvo las persecuciones, quedaban apenas
300 sacerdotes con
autorización para ejercer, según detalla el historiador Jean Meyer.
La Constitución mexicana de 1917
ya era muy anticatólica y hostil
al clero y la Iglesia. En 1925 el gobierno incluso impulsó -con poco
éxito- una títere "iglesia católica mexicana" separada del Vaticano. La Ley Calles de
1926 lo empeoró: obligaba a todos los sacerdotes a inscribirse en ciertos
registros, con unos juramentos inaceptables para un católico. Misioneros y
órdenes extranjeras ya llevaban tiempo expulsados. Los católicos
intentaron responder con manifestaciones, recogida de firmas y huelgas,
recibidas con desdén y más represión. En 1926 muchos campesinos
pobres se lanzaron a la lucha armada, invocando a Cristo Rey y la Virgen de
Guadalupe.
LA
PELÍCULA NOS LLEVA ALLÍ, NOS LO HACE CERCANO
"Mi sueño era
ganar el Cielo", nos dice la voz en off del joven santo. Las primeras imágenes nos
muestran nubes, un puente, un tren... ¿Puede
el hombre, con sus máquinas y puentes, llevarnos al Cielo? Las imágenes
son hermosas, pero pronto, junto al tren y sus humos, en la estación, se comete
un crimen. La modernidad va acompañada de la violencia.
Un sacerdote acude a ofrecer la
extrema unción. "Yo no tengo perdón",
dice, entre iracundo y desesperado Rafael Picazo. Es el Judas del niño mártir, el que le entrega, el que
maniobra contra él, su pariente. Pero mientras Judas se lanzó a la
desesperación del suicidio, aquí hay espacio para la reconciliación con Dios.
Viajamos en el tiempo y conocemos
al muchacho José, que juega con sus amigos, que mira
con tierna curiosidad a una niña, que trata de agradar a su duro padrino. En la
crisis, sus hermanos mayores piden la bendición de sus padres para ir con los
cristeros.
La madre pone a San José Sánchez
del Río una medalla de la Virgen de Guadalupe antes de que vaya a la guerra.
Todo un tercio de la película nos
plantea algo cercano a quien siga la guerra de Ucrania: la
guerra ha venido aquí cerca, ¿cómo reaccionar? Se habla en las
casas, a la hora de la cena. Se plantean formas no violentas de luchar, como
unirse a Acción Católica. Muchos jóvenes entienden que servir a Cristo implica
servir con armas. Empatizamos con los padres de clase
media-alta que ven marchar a sus hijos tras conmovedoras escenas
de bendición. Los niños van vestidos casi como en nuestros días: se nos hacen
contemporáneos.
EL
HORROR LLAMA A NUESTRAS FRONTERAS
¿Se puede mantener
alejado el horror? José y sus amigos ven a hombres
del padrino ahorcar a un campesino. Con su barba y su pobreza, con la mujer que
llora cerca, con su cuerpo colgando en la madera, el
campesino es icónicamente otro Cristo, el inocente asesinado entre
burlas por el poder que abusa. Históricamente, José y sus amigos no asistieron
a tal escena, aunque se sabe que había violencia de ese tipo en la zona.
No se puede mantener muy alejado
al horror. El fotógrafo del pueblo (que existió de verdad y fotografió
horrores) muestra a los niños fotos de campesinos ejecutados y torturados
(reales, históricas, bien conocidas). Son más duras que lo que los telediarios
muestran hoy sobre Ucrania.
UN
MUNDO HERMOSO, Y HOMBRES QUE SE MATAN
"No puedo ser soldado, pero sí cristero", dice
José, a sus padres, y al general Guízar Morfín. Consigue el permiso paterno,
toma un caballo con un amigo, y se van al monte. Durante un rato, nos seduce la belleza de la creación: el sol, los
campos, el agua, las flores, la luna... Dios es bueno, ha hecho un mundo hermoso, dos
muchachos de catorce años pueden recorrerlo con sus caballos y su
amistad. ¿Por qué han de matarse los hombres?
Aunque hay escenas de disparos y
muertes, no veremos la guerra en sí, movimientos de tropas ni audaces
hazañas. La guerra es horrenda, nos repiten. Llegan muertos y
heridos,
y el muchacho los cuida, como Cristo consoló a los enfermos.
Cuando llega el momento, José se
entrega por salvar a otro. Se conocen sus palabras
reales al general
Guízar Morfín: "Mi general, aquí está mi caballo.
Sálvese usted aunque a mí me maten. Yo no hago falta y usted sí". Como Cristo, se entrega
por otros. "No hay mayor amor que dar la vida
por los amigos", recuerdan.
La película quiere retar al
espectador cristiano (y no solo a él) y lo hace con una
reunión de los que han quedado atrás, los que no luchan. "¿De
qué manera defiende usted el Reino de Dios?", plantean los jóvenes
luchadores a los mayores que no actúan, cristianos reunidos, que parece que
solo rezan. "¿Todo lo que hacen son simples palabras?" Hoy resuena con especial fuerza.
LA
PASIÓN DE JOSÉ SÁNCHEZ
Detenido José, será, como tantos
mártires, otro Cristo en otra Pasión, aunque los paralelismos son muchos y a
veces asombrosos. Hay elementos que lo refuerzan, porque tenemos las cartas
reales que José escribió a su madre y tías desde la cárcel.
Igual que la madre e hija de
Santo Tomás Moro le visitaron en prisión para disuadirle del martirio en el
s.XVI, también José recibe en prisión a sus tías, pero ellas no le quieren disuadir: le llevan la Comunión escondida. Están preparadas
para ello, porque
desde hace tiempo hay persecución y faltan curas y los laicos esconden y
distribuyen el sacramento. Es una escena que puede hacerse icónica y será inspiradora para los ministros
extraordinarios de la Eucaristía hoy, que muchas veces
son mujeres.
Es poderoso el simbolismo del
gallo. Es un hecho que José vio a los gallos de pelea de su padrino
revoloteando en la iglesia desacralizada y los mató. Es un gesto que
busca resacralizar el lugar de Dios. El gallo que canta para Pedro
es signo de traición consumada. Para el padrino, es su orgullo, es su campeón
agresivo de batalla. Como Judith corta la cabeza del frívolo y bravucón
Holofornes, el niño santo, que no odia a nadie y perdona a todos, no puede
permitir ese signo de desprecio a Dios.
l joven actor Julián Fidalgo
interpreta correctamente a San José Sánchez del Río; en esta escena escribe a
su familia; tenemos las cartas que desde prisión dirigió a su madre y tías.
LOS
PARALELISMOS CON CRISTO
José sufrirá burlas de sus
verdugos, como Cristo, más crueles al ser él un niño. Tendrá miedo en cierto
momento y pedirá fuerzas a Dios, como Cristo en Getsemaní. Sufrirá tortura sobre madera, como Cristo en la cruz. La tortura la noche antes de la
ejecución, su paso ensangrentado (muy documentado) será peor que la ejecución
en sí, aunque como Cristo recibirá una hoja de hierro en el
costado.
Piadosas mujeres lo verán desde
las ventanas en su viacrucis. Aunque su familia no estaba en la ciudad, los
cineastas le aportarán una verónica, una Madre casi
al pie de su cruz. "Nos vemos en el cielo",
dice el santo.
¿Y los
verdugos? Les vemos anestesiar su
crueldad, sus conciencias, con música y alcohol. Su
padrino tiene sobre la mesa monedas que le han traído para pagar por liberar al
niño, monedas que caen y resuenan como las de Judas.
Como en la Pasión de Cristo,
podemos preguntarnos cuánta maldad es del sistema, y
cuánta de las pasiones personales de
cada uno, de su rabia, ira y crueldad. El padrino de José es un hombre iracundo,
y también, como Pilatos, un político que quiere proteger su cargo, incluso
dejando que maten a un inocente. Y la maquinaria de muerte ya estaba en marcha:
se necesita coraje para frenarla.
La asombrosa realidad es que todos los verdugos de San José Sánchez del
Río se arrepintieron o confesaron con el paso de los años.
Nunca olvidaron a ese niño especial. La película se centra en la muerte y
confesión de su padrino y acaba con un mensaje de perdón.
PARA
JÓVENES A PARTIR DE 12 AÑOS
No se trata de una película de
aventuras ni de guerra, aunque reflexiona sobre la guerra. Es una película espiritual. Jóvenes a partir de 12 años
pueden identificarse con el protagonista y conectar con el filme, e inspirarse en su
firmeza, mientras los padres sufrimos como sus padres.
No parece recomendable para
menores de 12 años, en parte porque es una película larga (dos horas) centrada
en un drama de tipo social e interior. En catequesis o clase de Religión puede
ser una gran herramienta, quizá partiéndola en dos sesiones.
El drama implica implicarse con
José y su familia, tan parecida a tantas de nuestras familias, de repente
golpeada por una guerra que, pese a todo, podían haber esquivado. Un adolescente puede valorar también la radicalidad del
muchacho en su entrega, y la Iglesia le dará la razón: los mártires
vencen al mundo con su ejemplo.
La gran pregunta es, una vez más,
cuánto nos implicaremos nosotros, en nuestra generación, en las luchas de
nuestro tiempo. No todos están llamados a las armas, el mismo José no era
combatiente. Pero sigue resonando la pregunta: "¿Qué haces
por el Reino de Cristo?"
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