Un instrumento de Dios para acercarnos más a Él, si sabemos aceptarlo con amor. No hay nadie que, tarde o temprano, no participe de él.
Por: P. Ángel Peña O. A. R. | Fuente: Libro Más
allá del Sufrimiento
Hay quienes, ante el sufrimiento de la vida, se rebelan contra Dios y le echan
las culpas de todas sus desgracias. Le dicen: ¿Por
qué me has hecho esto? Prefiero morir a vivir. Quiero suicidarme, así no vale
la pena vivir. Algunos le exigen la salud, como si fuera un derecho
adquirido, y dicen: Si no tuviera hijos que
cuidar... Si estuviese solo, pero tengo una familia que alimentar y tengo
muchos problemas que resolver y muchos planes que realizar. Pareciera
que le dicen a Dios que ellos son seres indispensables en el mundo.
Algunos gritan, diciendo: ¿Por qué? Yo soy bueno.
¿Por qué me castigas? Oh Dios, mátame si quieres, pero que no dé pena a los
demás, que no haga gastar dinero a mis familiares, que no sea un cacharro
inútil para los demás… Y Dios no responde, y calla y perdona y aguanta
con paciencia todos los insultos e incomprensiones.
Pero Dios no se divierte ni se lo pasa en grande viéndote sufrir, como si tu
dolor y tu enfermedad fueran caprichos de su entretenimiento para los ratos
libres. En cambio, se siente muy contento, cuanto ve que tú te realizas a
través del dolor y maduras y llegas a ser mejor y más feliz. La peor desgracia
que le puede pasar a un hombre no es estar enfermo, sino ser un inútil que no
sirve para "nada" y que, al morir,
se sienta vacío por dentro por haber desperdiciado su vida. Pero si ama y
ofrece su dolor, aunque esté en una silla de ruedas, su vida estará plena de
sentido y se realizará como persona y será feliz.
Decía Nicolás Wolterstorff: "Dios es amor y
nos ama. Por eso, "sufre" al ver nuestro mundo pecaminoso lleno de
sufrimiento. Amar es sufrir. De ahí que podemos decir que las lágrimas de Dios
son el secreto de la historia humana".
Hay una leyenda china que cuenta el caso de una pareja de ancianos, que
deseaban ardientemente tener un hijo. Después de varios años de esterilidad,
por fin tuvieron un hijo. El día después de su nacimiento, los visitó un ángel
de Dios y les dijo que podían pedirle cualquier cosa, que Dios se la
concedería. Después de mucho pensarlo, le pidieron para su hijo que nunca
tuviera sufrimientos ni enfermedades en la vida. El ángel les dijo que Dios
podía concedérselo, pero que lo pensaran bien, porque, en su opinión, no era lo
más conveniente para él. Pero ellos insistieron tanto que, al fin, Dios se lo
concedió.
Y dice la leyenda que, felizmente, estos ancianos esposos no vivieron el tiempo
suficiente para ver crecer a su hijo, que llegó a ser el más grande tirano que
existió en toda la comarca.
¿Por qué? Porque el sufrimiento nos lleva a Dios,
que es amor. Nos hace más sensibles ante el sufrimiento de los demás y nos
ayuda a madurar personalmente. El hombre que no ha sufrido, no tendrá la
madurez suficiente para amar de verdad y será más duro e insensible ante el
dolor de los demás. Por eso, dice un dicho antiguo: "quien
no sabe de dolores, no sabe de amores".
El sufrimiento es un tesoro de Dios, un instrumento de Dios para acercarnos más
a Él, si sabemos aceptarlo con amor. De otro modo, puede ser un medio de
desesperación para el que no tiene fe y sólo piensa en terminar con todo cuanto
antes y suicidarse.
Dice Luis Gastón de Segur que, de mil personas que hay en el infierno,
probablemente novecientas noventa estarían ahora en el cielo o, al menos, en el
purgatorio, si hubiesen sido ciegas, paralíticas, sordomudas o afligidas por
alguna enfermedad. Y de los mil que hay en el purgatorio, probablemente
estarían novecientas noventa ya en el cielo, si hubiesen tenido alguna
enfermedad, que los hubiera hecho más humildes y maduros en la fe y en el amor.
Alguien ha dicho que los buenos enfermos son como las estaciones de gasolina, a
donde acuden los que quieren llenar su corazón vacío de amor. Hablar con buenos
enfermos ayuda a los sanos a ver la vida en otra perspectiva, porque todos,
tarde o temprano, pasaremos por la enfermedad. Los buenos enfermos son
bienhechores de la humanidad y ayudan como misioneros en la gran tarea de la
salvación del mundo.
En 1928 Margarita Godet quería ser apóstol misionera, pero estaba inmovilizada
por la enfermedad y se ofreció como enferma misionera por los seminaristas de
las Misiones extranjeras de París. Así comenzó la Unión de los enfermos
misioneros, que se compromete a ofrecer diariamente su dolor por las misiones.
También existe la Fraternidad cristiana de enfermos, fundada por el sacerdote
Henry François en Verdún (Francia), en 1942, para enfermos, ancianos o
minusválidos para fomentar la unión y fraternidad entre ellos y enseñarles a
aceptar su dolor y ofrecerlo por la salvación del mundo.
OFRECIMIENTO DEL DOLOR
El sufrimiento es parte integrante de la vida humana. No hay nadie que, tarde o
temprano, no participe de él. Por eso, debemos aprender a llevar nuestra cruz
de cada día, como nos dice Jesús, y saber ofrecerla para darle un valor
sobrenatural. De ahí que sea importante aprender a tener espíritu de sacrificio
y no buscar siempre el placer por el placer.
Nuestra Madre la Virgen, en muchas de sus apariciones, nos habla de ofrecer
sacrificios voluntarios por la conversión de los pecadores. En Fátima le decía
a Lucía: "Orad y haced sacrificios por los
pecadores, porque van muchas almas al infierno, porque no hay quien se
sacrifique ni ore por ellas" (13 de agosto de 1917).
Este espíritu de sacrificio por la conversión de los pecadores, lo aprendieron
muy bien los tres pastorcitos. A veces, daban su comida a las ovejas o a niños
pobres o comían bellotas amargas o no bebían agua en pleno calor y decían: "Oh Jesús, es por tu amor y por la conversión de los
pecadores".
Evidentemente, el sufrimiento por sí mismo no vale nada, si es que no se ofrece
con amor y por amor. Pero, cuando se ofrece a Dios con amor, tiene un gran
valor redentor en unión con los méritos de Jesús.
Por eso, debemos pensar en tantas personas que están alejadas de Dios y que
están en peligro de condenación eterna por sus propios pecados. Pero, si
nosotros ofrecemos por ellos nuestras oraciones y sacrificios, Dios les puede
conceder gracias extraordinarias, que pueden conseguirles su conversión y
salvación.
Si san Agustín no hubiera tenido una madre tan santa como santa Mónica, quizás
nunca se hubiera convertido ni hubiera llegado a ser el gran santo que todos
conocemos. Si tú fueras más generoso con Dios y ofrecieras todos tus
sufrimientos y enfermedades por la salvación de tu familia, quizás Dios podía
haber salvado hace muchos años algún antepasado tuyo o algún familiar actual
que va por mal camino. La oración traspasa las fronteras del tiempo o del
espacio. Ora por todos tus antepasados y familiares, presentes y futuros. Hay
motivos más que suficientes para ofrecer todo lo que sufres. Y ¡cuántos podrán salvarse por tu generosidad! Pero ¡cuántos también podrán condenarse por su culpa, pero
porque no han tenido familiares generosos, que los han encomendado al Señor!
¡Ofrece tu dolor a Dios y Él te bendecirá a ti y a tu familia!
No puedes imaginar todo lo que vale el sufrimiento, ofrecido con amor.
Sólo en el cielo lo comprenderás. Allí encontrarás miles y miles de hijos
espirituales, a quienes has salvado con tu dolor amoroso o con tu amor doloroso.
Cuando tengas mucho que sufrir, celebra tu propia misa y di como el sacerdote: "Esto es mi Cuerpo, que será entregado por
vosotros". Sí, este cuerpo tuyo ofrécelo y entrégalo como ofrenda a
Jesús para que, en unión con Él, puedas ofrecer tus sufrimientos al Padre por
la salvación del mundo. Así tu vida será una misa permanente, en unión con
Jesús.
Nos los dice Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los focolares:
"Si sufres mucho y tu sufrir te impide
cualquier otra actividad, acuérdate de la misa. En la misa, Jesús, ahora como
entonces, no trabaja ni predica, Jesús se sacrifica por amor. En la vida se
pueden hacer muchas cosas, decir muchas palabras, pero la voz del dolor, aunque
sea sorda y desconocida a los otros, es la palabra más fuerte, aquélla que
penetra el cielo. Si sufres, mete tu corazón en el Corazón de Jesús. Di tu
misa. Ofrécete con Jesús por la salvación del mundo. Y, si el mundo no te
comprende, no te turbes, basta que lo comprendan Jesús y María, los ángeles y
los santos. Vive con ellos y deja correr tu sangre en beneficio de la
humanidad. La misa es un misterio demasiado grande para poder comprenderla. Su
misa y tu misa, Jesús y tú, su amor y tu amor, podéis salvar al mundo".
Por eso, decía Susana Fouché: "Yo he tomado
mis dolores en mis manos como un instrumento de trabajo para la salvación del
mundo". ¿Estás tú también dispuesto a ofrecer tu vida por la salvación de
tus hermanos? Jesús está esperando tu respuesta y cuenta contigo. No lo
defraudes. Jesús podría decirte:
"Yo soy tu Dios y pienso en ti. Dispongo todas
las cosas para tu bien, aunque no lo comprendas. Acepta con serenidad y paz
todo lo que disponga para ti y ofréceme con amor tus sufrimientos. Sólo así
podremos estar unidos y tener un solo corazón. Si experimentas cansancio,
échate en mis brazos. Si estás triste, ven a Mí y duérmete tranquilo entre mis
brazos.
Hijo mío, ayer por la mañana te vi triste y pensé que querías hablar conmigo.
Al llegar la tarde, te di una hermosa puesta de sol y esperé, pero nada… Te vi
dormir en la noche y te envié rayos de luna para besar tu frente y esperé hasta
la mañana; pero tú, con tu prisa, tampoco me hablaste. Entonces, tus lagrimas
se mezclaron con las mías que caían con la lluvia del día. Hoy sigues triste y
quisiera consolarte con mis rayos de sol, con mi cielo azul, con mis hermosas
flores. Quisiera gritarte que te amo, que no tengas miedo de acercarte a Mí
para pedirme ayuda, que me dejes entrar en tu corazón y que me entregues todo
el peso de tus problemas y todo lo que te hace sufrir.
¿No escuchas mi voz en el fondo de tu alma? Ya sé que estás muy ocupado, puedo
seguir esperándote, porque te amo. Pero no olvides que te espero, porque quiero
verte contento y feliz".
Sobre el tema del
sufrimiento, siempre queremos saber más, meditar más...por eso te recomendamos
leer completo el libro "Más allá del Sufrimiento del P. Ángel Peña O. A.
R.
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