TRAS UN OSCURO PASADO, ALONDRA ACABÓ SIENDO PIONERA EN LA ADORACIÓN NOCTURNA DE SU DIÓCESIS
Pese a haber sido educada en la fe, pronto la olvidó por sus deseos de
libertad e independencia: le salió caro, pero como al hijo pródigo, el Señor la
estaba esperando.
ALONDRA MOLINA se crió en Chile, en una familia numerosa, católica y misionera, para la
que la Santa Misa y el Rosario eran sagrados. Sin embargo, Alondra admite que
lejos de aprovechar esa educación en la fe, nunca profundizó en ella. Desde muy
joven se entregó a la fiesta, a las drogas y a rechazar
a Dios "tratándole como basura".
¿Cómo pasó de aquella vida a caer extenuada ante el Santísimo? Lo
ha contado en el programa de testimonios de Hogar de la Madre, Cambio de Agujas.
El proceso de autodestrucción de Alondra comenzó muy pronto, a los 12 años, a
raíz de un problema hormonal. "Comencé a no
aceptarme como persona y físicamente. Conocí modas, tribus
urbanas y comencé a perderme y refugiarme del dolor y la frustración
en el alcohol", explica.
¿Por qué no llenó su vacío del Dios que conocía
desde pequeña? De hecho,
explica que en un par de ocasiones rezó por aceptarse: "Según
yo, no obtenía respuestas, no fui perseverante y encontré otros métodos
del mundo más fáciles que hacían que me sintiese bien, donde pude
refugiarme".
Sin embargo, pronto fue consciente de que al cruzar las puertas de ese
refugio y "cogerle el gusto al mundo, comenzó
un engaño".
EL ENGAÑO DEL MUNDO: MUERTE, AMENAZAS Y DROGAS
Hoy se arrepiente especialmente del mal ejemplo que dio durante casi
diez años: "Iba de fiesta todo el tiempo,
engañaba a mis padres para poder estar tres días seguidos de fiesta y mis
padres me aconsejaban mucho, pero no les escuchaba. No quise
escuchar".
Buscando la independencia, empezó a trabajar nada más salir de la
escuela, a los 15 años. "Me hizo mucho mal.
Trabajaba en la calle fiscalizando el transporte público de Santiago de Chille.
Ahí comencé a ver cosas que me impactaron:
prostitución, drogadicción, la muerte
frente a mí… incluso me amenazaron de muerte y mientras me involucré
en las drogas de LSD y el
alcohol", relata.
Tras un cambio de trabajo, la empresa quebró y de pronto se vio sin
recursos ni capacidad de poder costearse los estudios ni su ritmo de vida.
Después de que sus padre se mudasen al sur del país solo la acogió su hermana
mayor, pero la misma Alondra hizo que la convivencia fuese insoportable para
las hermanas hasta que abandonó su casa.
"Se me cayó el mundo", relata. En ese momento,
Alondra caía en picado y no podía plantearse una vida en la que no pudiese estudiar ni costearse sus fiestas.
Durante diez años, Alondra vivió por y para la
fiesta, hasta que el peligro de las drogas llamó a su puerta.
PENSÓ EN EL SUICIDIO... Y CASI LO CONSIGUE SIN
QUERERLO
La joven "quería desaparecer" y deambulando por las calles acabó en un
concierto de música psicodélica donde le invitaron a probar una potente droga
similar al LSD. "Estarás bien, te producirá
felicidad", le dijeron.
Alondra perdió la noción del tiempo, tuvo visiones y pasadas nueve horas el ácido que consumió le
hizo sentirse totalmente abrasada por dentro.
"¿Por qué te estás haciendo daño? ¿Qué estás
haciendo?", se preguntó. En alguna ocasión, había pensado "quitarse de en medio",
pero aquella experiencia le hizo saber que, sin quererlo, había estado cerca de lograrlo.
Asustada, sin amigos en quien confiar y sola, la idea de Dios se le pasó
por la cabeza no sin dificultad, pues recuerda con dolor como solía
"negar a ese Dios que supuestamente existía" en muchas
ocasiones: "Para mí era basura y me burlaba".
Pero entonces no le quedaba nada, salvo un antiguo rosario que le
regalaron sus padres y que conservaba "por
cariño". "¿Si existes, donde estás? Porque no creo en
ti", pensó.
DESAFIANDO A DIOS, VIO QUE LE NECESITABA
Sin embargo, lo "intentó" para
ver si existía y decidió "desafiar a
Dios" rezando la Coronilla de la Divina Misericordia.
"Al día siguiente, sentí la necesidad de volver a
rezarlo porque me sentí bien, solo lo hacía por eso"; menciona.
Pero su situación era cada día más insostenible. Tras sufrir un
reiterado acoso sexual por parte de una compañera lesbiana de su trabajo,
Alondra decidió negociar su despido y viajar, sin contárselo a nadie, a
Villarica, la localidad al sur del país donde se encontraba su familia. Aquel
día era la Navidad del año 2014.
"Cuando llegué, mis padres me recibieron y a mi padre se le cayeron
las lágrimas. Estuve dos meses sin salir de casa, no quería conocer nada ni a
nadie hasta que en febrero de 2015 me invitaron a una Misa en la
catedral", recuerda.
En la homilía, el obispo anunció unos turnos de Adoración al Santísimo e
invitó a los presentes a participar.
"Por lo menos puedes ayudar", pensó Alondra, en pleno
proceso de búsqueda de "este supuesto Dios".
Ya no era "algo" sino "alguien": "Dios
existe"
No estaba preparada para lo que sucedió al ver la custodia frente a
ella. "Caí de rodillas. Me sentí amada, pero
con el amor de Dios, que no te juzga, como si ya no hubiese `algo´ sino `alguien´
que me decía que no importaba lo que hubiese hecho", recuerda.
La joven pasó cinco horas llorando y rezando, sin ser consciente del
tiempo al darse cuenta de que tenía una prueba palpable de lo que llevaba
tiempo pidiendo: "Dios
existía".
Desde entonces asistió sin faltar un solo día a la Adoración, hasta que
en marzo de 2015 acudió al obispado pidiendo un director espiritual. Como el hijo pródigo, Alondra regresó a la fe.
Enamorada de la Adoración, se sintió llamada a comenzar un apostolado
inexistente en su diócesis y pidió permiso al obispo para llevar a Villarica la
Adoración Nocturna.
"Mi vida ha cambiado en todo, ha dado una
vuelta. El amor existe, también dentro de mí, valoro más
a la familia a la que tanto daño le hice y me quiero y me acepto. Soy creación
del Señor y si le amo, tengo que aprender a amarme a mí. Con dificultad, pero
lo he ido logrando", concluye.
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