Aquél que sabe reconocer su verdad de creatura es capaz de elevar el Espíritu a su Dios reconociendo su grandeza.
Por: Taís Gea |
Fuente: Catholic.net
LA
ALABANZA, UN ACTO DE AMOR
En la Celebración Eucarística tenemos la
posibilidad de alabar a Dios con la oración del Gloria.
La alabanza es un don que Dios da a las almas
humildes ya que es la oración de quien se sabe colocar en su sitio y no
pretender ser el Dios que merece ser alabado. “A
Dios, el único sabio, por Jesucristo, ¡a él la gloria por los siglos de los
siglos! Amén.” Rom. 16, 27.
Aquél que sabe reconocer su verdad de creatura
es capaz de elevar el Espíritu a su Dios reconociendo su grandeza, su fuerza,
su poder, su honor. “Solo tú eres Santo, solo tú
Señor, solo tú Altísimo, Jesucristo”. Puede ayudar repetir una y otra
vez en tu corazón: “Solo tú, solo tú. No yo
Señor, solo tú”. Verás cómo, poco a poco, Dios va asumiendo el rol que le corresponde en
tu corazón. “Recitad entre vosotros salmos, himnos
y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor.” Ef.
5, 19.
LA ALABANZA, UN ACTO DE CONVERSIÓN
Nuestra tendencia es
constantemente la de ponernos en el lugar de Dios. La de entronarnos en reyes de nosotros mismos. “Así dice el Señor Yahveh: ¡Oh!, tu corazón se ha
engreído y has dicho: «Soy un dios, estoy sentado en un trono divino, en el
corazón de los mares.» Tú que eres un hombre y no un dios, equiparas tu corazón
al corazón de Dios.” Ez. 28, 2.
Es por eso que la alabanza tiene una función de
conversión. Con ella y gracias a ella ponemos nuestra mirada y nuestro corazón,
una y otra vez en Dios. Se puede decir que
vaciamos el trono para que se siente Él y desde ahí, desde nuestro corazón,
reine. “Al que está sentado en el trono
y al Cordero, alabanza, honor, gloria y potencia por los siglos de los siglos.”
Ap. 5, 13.
Cristo, que está sentado en el trono de tu
corazón, es el Cordero sin mancha que ha lavado con su sangre tus vestiduras
(Ap. 7, 14). Deja que el Cordero reine y verás cómo
tus vestidos escarlata se vuelven blancos como la nieve (Is. 1, 18). La conversión de tu corazón se irá realizando
progresivamente a través de la alabanza.
LA ALABANZA Y LA ORACIÓN
La alabanza es también la
oración de los grandes en el amor, ya
que no nos buscamos a nosotros mismos. El objeto de la oración no somos
nosotros, sino solo Dios. La adoración nos descentra y pone a Dios en el
centro. Es un gesto de donación y de ofrecimiento a Él, que merece toda
alabanza. “Eres digno, Señor y Dios nuestro, de
recibir la gloria, el honor y el poder.” Ap. 4, 11.
Reconocemos los atributos de Dios y nos
alegramos por ellos. “A Aquel que tiene poder para
realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o
pensar, conforme al poder que actúa en nosotros, a él la gloria en la Iglesia y
en Cristo Jesús por todas las generaciones y todos los tiempos. Amén.” Ef.
3, 20-21. Nos alegramos y llenamos de gozo porque Él es nuestro Dios. Es un
modo de decirle lo orgullosos que estamos de Él. “Por
tu inmensa gloria te alabamos”. Puedes decirle a Dios estas palabras con
el cariño de un hijo que ve a su padre como el mejor. No hay nadie como tú,
Dios nuestro, eres el más grande.
LA ALABANZA, UN MODO DE VIVIR
La alabanza, no es solo un tipo de oración. La
alabanza es, sobre todo, un modo de vivir. A Dios le damos gloria con nuestra
vida. Aquel que más ha agradado al Padre es Cristo, su Hijo. Lo dice en las
palabras del bautismo en el Jordán: “Este es mi
Hijo amado, en quien me complazco.” Mt. 3, 17.
Dios Padre se complace en su Hijo porque fue
quien cumplió Su voluntad del modo más perfecto. “Entonces
dije: ¡He aquí que vengo -pues de mí está escrito en el rollo del libro- a
hacer, oh Dios, tu voluntad!” Heb. 10, 7. Cumplir la voluntad de Dios es
lo que lo hacía estar íntimamente unido a Él. La unión con Dios es una alabanza.
Dios nos invita a ser uno en Cristo y siendo uno en Él podremos alabar al Padre
celestial. “Que todos sean uno. Como tú, Padre, en
mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros.” Jn. 17, 21. Somos uno con el Señor cuando vivimos unidos a Su querer. Es por eso que bendecimos a Dios y lo alabamos
en nuestro día a día si estamos cumpliendo Su voluntad.
Durante el Gloria y el Santo te puede ayudar
adoptar las siguientes actitudes: preséntate ante el Señor con tu corazón
enamorado. Pide al Espíritu Santo que posea tu alma y la eleve. Deja que
irrumpa en tu interior la alabanza, aunque no tengas palabras que decir.
Quédate en silencio pero con el corazón ensanchado por ella. Escucha a la
Iglesia entera que alaba a su Dios diciendo: “Santo,
Santo, Santo es el Señor”. Adopta las pocas palabras que puedas
pronunciar. Vive unido a Dios, en su voluntad, esa será la más grande alabanza.
Extraído del libro: La Misa Misterio de Comunión
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