4 RAZONES POR LAS QUE SANTA TERESA PENSABA ESTO
Hay que decirlo con claridad: rezar no es tan fácil. Bueno, comenzar con
momentos de oración no es tan complicado. Lo difícil es ser constante, y luchar
para mantener esos espacios para que sean realmente
tiempo de conexión con Dios.
La vida espiritual implica ser
perseverantes en el camino y, pese a nuestras faltas, nunca desalentarnos. Lo
que más agrada a Dios de nuestros ratos de oración es la buena voluntad de
acompañarlo, nuestra simple presencia y compañía. Como la de un niño pequeño
con sus padres cuando notan el esfuerzo concreto por estar con ellos.
Los
santos son los primeros que nos recomiendan ver virtuosos para tener vida de
oración.
San
Josemaría decía que los cristianos, pasmados por la divinidad de Cristo, le
olvidan como Hombre y fracasan en adquirir virtudes humanas. Santo Tomás
recalca que para la contemplación se necesitan de las virtudes morales, para
poder profundizar en la oración. Mientras que Santa Teresa, afirmaba que «creer que Dios admite a su amistad estrecha, a gente
regalada y sin trabajos, es un disparate».
La oración nos ayuda a llegar
al cielo, es un camino de santidad (puedes rezar sobre esto con esta meditación). Y, para hacer oración mental,
son necesarias las virtudes. A la vez, la oración nos hace virtuosos. Es un
círculo positivo que se debe mantener a toda costa, ya que por indolencia se
puede romper por cualquiera de los dos lados.
En este artículo vamos a
intentar buscar algunas formas de lograr esta relación entre virtudes y
oración, buceando en la Biblia y el sentido común.
¿CÓMO SEGUIR A JESÚS ADÓNDE ÉL VAYA?
Un episodio de la vida del
Señor nos enseña que debemos estar
preparados para seguir al Señor con perseverancia. Se
trata de un fariseo que, impresionado por las palabras y signos de Cristo,
lanza esa valiente ofrecimiento: «Señor, te seguiré
a donde quiera que vayas» (Mt 8, 19).
La respuesta de Jesús no
quiere que este hombre se lleve a engaño y le pone al tanto del esfuerzo que
deberá realizar para cumplir su palabra: Las zorras
tienen sus guaridas y los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del Hombre
no tiene dónde reclinar la cabeza (Mt 8,20). Seguir a Cristo implica
incomodidad, luchar contra la desilusión y, muchas veces, vencer la pereza o el
cansancio.
Entre
las virtudes, la fortaleza es fundamental para la oración, nos permite seguir a Jesús
sin depender de las condiciones cambiantes de nuestra vida y de nuestro
entorno. No querer conformarse con menos que con la felicidad del Cielo puede
sostener el necesario combate cotidiano que permite seguir a Jesús «adonde quiera que vaya».
Eso es la fortaleza. Un
corazón fuerte, que no pierde de vista el fin, como sugiere san Josemaría: luchar, por Amor, hasta el último instante.
SENSATEZ Y TEMPLANZA: DOS VIRTUDES INDISPENSABLES
«Sean sensatos y
sobrios para darse a la oración» (1 P 4, 7). La sensatez depende directamente
de la prudencia, que es la virtud que dispone la razón práctica a discernir
en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para
realizarlo. Dice la Sagrada Escritura en Proverbios: «El hombre
cauto medita sus pasos» (Pr 14, 15).
Para ser sobrios hay
que vivir la templanza, que es poder gozar más, nunca menos, de las cosas
espirituales y de las cosas materiales. Una relación libre con el
mundo, excluye la búsqueda ansiosa de placer o de autoafirmación, lleva a
percibir la verdad de las cosas y de las personas; nos permite descubrir la
belleza, también en lo más delicado y discreto.
Solo con esta actitud serena
seremos suficientemente valientes para superar la inquietud ante el aparente
silencio y soledad de la oración. Ningún recurso que empleemos al orar
sustituye al impulso genuino de tratar a Dios de «tú
a tú», la decisión libre y discreta de decirle un «te quiero» insustituible, que nadie más puede
decir en nuestro lugar.
EL SECRETO PARA VER A DIOS
«Bienaventurados los de
corazón limpio, pues ellos verán a Dios» (Mt 5, 8). Jesús se refirió a aquellas
personas de emociones, intenciones y pensamientos puros y sinceros, que actúan
con integridad y sinceridad en concordancia a cómo piensan o sienten. Un corazón limpio es sinónimo de la honestidad que se expresa queriendo
vivir en la gracia de Dios, sin
ofenderlo y conservando una conducta que sea buena en intención y acción.
Únicamente percibe la belleza
del mundo quien lo contempla con mirada limpia. El hombre templado llega más
hondo, hacia la verdad de las cosas: el mundo le
habla de Dios. Ser constante en la oración es exclusivamente asequible
al que se esfuerza por tener un corazón casto.
La templanza ayuda a encauzar
nuestra oración, pues el acto de orar no implica someter a Dios a nuestros
deseos ni pretender que Dios cambie de opinión. El propósito de nuestra oración
no es cambiar el plan de Dios; es obtener lo que Él ha decidido darnos, a
través de esta oración.
Podemos ver a Dios si tenemos los ojos del alma bien abiertos. En definitiva, vivir la
templanza, impulsados por el Espíritu Santo, nos permite verlo (y vivirlo) con
una intensidad maravillosa.
A menudo, cuando oramos, nos
parecemos a un hombre en un bote. Su oración es como el amarre. Es el hombre en
el bote el que se mueve, no la roca. Por eso nuestra oración no cambia a Dios, nos transforma a nosotros mismos.
Nos acerca a Dios, como el hombre de la barca, que se acerca a la roca tirando
de la cuerda. Somos nosotros, quienes somos cambiados por nuestras plegarias.
POR ÚLTIMO:
PERSEVERAR, PERSEVERAR…
«Sean
perseverantes en la oración» (Rom 12,12). Por supuesto, la oración ha sido difícil en todas las
épocas. Cada generación lucha con el orgullo, la pereza, la ira y la malicia.
Aun así, tenemos mucho que aprender y volver a aprender de la tradición.
En todos los tiempos los
santos nos han recomendado ser perseverantes en la oración. Nos dice el apóstol
en su carta a los romanos: alégrense en la
esperanza, sean pacientes en el sufrimiento, perseverantes en la oración (Rom
12,12)
En nuestra oración, debemos pedir con frecuencia y fervor el aumento de virtudes, como la
humildad, la misericordia, la paciencia, la bondad, la fortaleza o la
prudencia.
A lo largo de los años he
descubierto que Dios parece tener un gozo especial en responder a las
peticiones de un aumento en esta o aquella virtud, no
infundiendo esa virtud en nosotros para que su ejercicio se haga sin esfuerzo,
sino asaltándonos con circunstancias que llaman a esa virtud.
Siguiendo el consejo del mismo
Jesucristo a los apóstoles, debemos estar alerta y orar para no caer en
tentación. Ya que el espíritu está dispuesto, pero el cuerpo es débil (Mt
26:41), la mejor forma de corresponder será sembrando estas virtudes.
Escrito por: Padre Juan Carlos Vásconez
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