EL FILÓSOFO MIGUEL ÁNGEL QUINTANA PAZ EXPLICA POR QUÉ CONVIENE LA FORMA DE VIDA CATÓLICA
Miguel Ángel Quintana Paz explica las virtudes de la cosmovisión
católica frente a la protestante y resume seis motivos por los que podrías ser
católico aún sin tener fe.
¿Qué es lo que define al catolicismo romano? ¿Los
concilios? ¿El Papado? ¿La doctrina? Miguel Ángel Quintana Paz opina que estos aspectos son
nucleares para comprender la fe católica, pero hay algo incluso más universal
que el contenido doctrinal y dogmático, y esto es el way of life, el
estilo de vida, católico: algo
que lleva, incluso a los ateos, a ser un poco menos ateos y un poco
más católicos.
Desde hace algunos años, este filósofo y pensador ha cobrado una gran
relevancia en el entorno académico y divulgativo más próximo al
catolicismo y la llamada "Guerra Cultural". Es el
actual director académico del Instituto Superior de Sociología, Economía
y Política (ISSEP) en Madrid y ya en 2020 comenzó un debate que permanece vivo
hasta la fecha con su artículo "¿Dónde están (escondidos) los intelectuales
cristianos?".
Con la cercanía y sencillez que le caracteriza, Quintana Paz ha vuelto a
hacer una de esas preguntas incómodas en The Objective
por su evidencia argumental ante un mundo secularizado: Por qué te viene bien ser
católico aunque no creas en Dios.
Su tesis es clara: incluso quien no acepte
las verdades sobrenaturales del catolicismo, puede ver que la
cosmovisión que la fe católica tiene respecto al prójimo, la belleza
o los placeres de la vida es, en sí misma, universal y deseable para todos.
LO DEMUESTRA EN SEIS PUNTOS:
1º) CONFIANZA EN QUE TODOS PODEMOS MEJORAR
Para el filósofo, la síntesis de la Reforma protestante fue una
"lucha de un hombre desesperado -Martín
Lutero- contra sus coetáneos renacentistas, enamorados del arte y de la
vida", representados por el Papa León X.
En este sentido, la idea de esperanza en lo religioso que se traslada a
todos los aspectos es crucial: para los luteranos, "los
hombres nunca dejarán de ser pecadores
horrendos" y "lo que les cabe es
tener fe en que Cristo los salvará, sin que esa fe anule el hecho de que todos
son los pecadores horrendos que son", surgiendo "una mirada desconfiada y hostil" del
prójimo.
Algo que en Calvino, el otro gran representante de la Reforma, se
traduce en que "tanto los que se salvarán como
los que se condenarán son seres del todo horripilantes en sus pecados".
"La única diferencia es que a los primeros Dios ha decidido, porque sí,
salvarlos; mientras que a los segundos incluso Dios quiere abandonarlos a la
perdición. ¡Cómo fiarse lo más mínimo de mi prójimo, si quizá sea uno de esos
en los que incluso Dios ha perdido toda esperanza! ¿Por qué voy a apostar por
él yo?", se pregunta.
Frente a luteranos y calvinistas, la teología católica mantiene
la esperanza en el hombre con una
única condición: "Que nos pongamos en Sus
manos -de Dios-".
"Era inevitable que de esta teología surgiesen
pueblos
más vitalistas que los protestantes: españoles, franceses e italianos
nos preocupamos de la buena vida y de mejorarla aún más", explica.
Ser católico, explica, reside en tener
cierta confianza de fondo, la confianza en que la vida de cualquiera podría
volverse excelsa: "Incluida la de usted. No
hay condena eterna, o al menos mientras usted ande aún por este mundo. Puede
surgir la sorpresa en cualquier momento: su amigo, su portero, su vecino podrían virar
cualquier día a mejor. La
vida de cualquiera podría ser maravillosa".
2º) ATENCIÓN A CADA CUAL POR SÍ MISMO
De ello se desprende de que "si todos
podemos mejorar, entonces cada cual merece ser atendido justo en el punto en que se halle. Ni podemos despacharlo
con el rótulo de `pecador´ ni con el de `condenado´ ni con el de
`salvado´".
Junto con estas "etiquetas",
Quintana Paz subraya la falta de sentido de otras como "inmigrante, homosexual, mujer o
pobre, pues no aportan más datos que eso que es lo principal de cada
cual", así como las de "viejo,
discapacitado o rarito": "Mientras haya vida hay esperanza de mejora;
para un católico, todos somos más importantes que los adjetivos que nos
pongan".
Esta faceta, "llevada hasta el
extremo" por el catolicismo en su vertiente religiosa, se muestra
por ejemplo en "la atención a los pobres e incluso
a los muertos del purgatorio,
dos grupos de los que poca compensación cabe luego esperar".
"Justo en ellos está el secreto de cómo tener
una relación sana con nuestros semejantes: no como si fueran una mercancía de
la que sacar beneficios, sino como algo valioso en sí mismo", añade.
3º) DAR Y RECIBIR RAZONES
Siguiendo ambas notas de la teología católica, el filósofo concluye que "no vale dar por perdido a nuestro
interlocutor desde el
inicio".
Por ello, frente a la máxima luterana de que "la
razón es la prostituta del Diablo", razonar, discutir y explicarse
"constituye una tarea ineludible para un católico".
"Discutamos, vayamos a sitios -bares, fiestas,
peregrinaciones, reuniones familiares- donde nos podamos acalorar. El católico,
incluso cuando es creyente, sabe que no puede salvarse solo:
santos, vírgenes y feligreses te ayudan si tienes fe; vecinos, amigos o
parientes si no la tienes", menciona.
4º) MIRADA MUNDANA, PERO SIN LIMITARSE A LO
COTIDIANO
También sintetiza una máxima ignaciana al afirmar que "un católico debe ser mundano, aunque a veces el
mundo se le quede incómodo o pequeño". Y lo explica: "El católico se preocupa por el cuerpo -según su religión, resucitará- admira el cuerpo
-incluso después de muerto, no otra cosa son las reliquias- muestra el cuerpo
-las esculturas de Miguel Ángel se destinaron a exhibirse en plazas e
Iglesias-".
Esta atención del catolicismo al propio cuerpo es fácilmente extensible "hacia el cuerpo social": "Me
embadurnaré en los avatares de mi pueblo, o en los de la humanidad entera.
También me concentraré a veces en ese cuerpo social más pequeñito donde vivo:
mi gremio, mi bando, mi corporación", explica.
Sin embargo, matiza que "la actitud
católica reposa asimismo en no dejarse absorber del todo por esas cosas
del mundo, lo cual solo desembocaría en neurosis y obsesiones. Hay
que elevar la mirada más allá de estos cuerpos o de esta postración que sufre
mi pueblo o este casi en que hoy habita la Tierra".
El Cristo Velado de Sansevero (Italia) es una de
las miles de muestras de la aspiración radical del catolicismo a la belleza y
cómo todos pueden aprovecharse de ella.
5º) APRECIO DE LA BELLEZA DOQUIERA SE HALLE
La belleza es, en sus propias palabras "lo que mejor nos permitirá aspirar a lo
grande", pues "un católico la
aprecia donde quiera que se encuentre".
"Basta contemplar sus templos. O, al menos,
basta contemplarlos antes de que, en los últimos 50 años, se protestantizaran.
O antes de que asumieran un pobrismo ridículo: si a alguien satisfacían
las iglesias hermosas era al pobre que solo en ellas disfrutaba de lo bello y
caro. Procesiones, barroco, vestimentas sacras, mantos virginales, liturgia:
el católico sabe, con Dostoievski, que la belleza nos salvará",
subraya.
Este aspecto es especialmente constatable por "el
católico cultural", más incluso que el "católico creyente", lo que muestra con el ejemplo
del laicista Manuel Azaña, presidente de la Segunda República: "Fue la calmada hermosura recordada de su infancia,
su vida junto a un convento de las bernardas y otro de carmelitas, lo que le
disuadió de expulsar todas y cada una de las órdenes religiosas de España (solo
los jesuitas sufrieron su afán desterrador)".
6º) PERDONAR (INCLUSO A UNO MISMO) Y TIRAR PARA
ADELANTE
Como síntesis, considera que solo el perdón posibilita
confiar de nuevo "en mi semejante"
y "atenderle tal y cómo es ahora y no
como fue ayer": "Frente al puritanismo protestante, que se obsesiona
con mantener siempre impoluta la casa para que luzca bella, el católico se
esfuerza más bien en limpiarla: no es tan grave si, en medio de los avatares
mundanos, al final se nos manchó algún rincón. Friégalo y ya está".
Hoy, en cambio, "miramos al mundo y
contemplamos puritanas obsesionadas con castigar un mal piropo que un tenor
pronunciara hace décadas", o "puritanos empeñados en punir un tuit
desafortunado que emitió un político cuando era joven aún".
"El catholic
way of life, en un mundo cada vez más histérico con pedirle cuentas
a todos por todo, va a contracorriente: se atreve a perdonar", concluye.
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