Guardar silencio, confiar en Dios y refugiarme en su amor, será mi forma de amar a mi enemigo.
Por: P. Evaristo Sada, L.C. | Fuente:
https://la-oracion.com
Siempre me he preguntado si realmente es posible
para mí, en mi limitación, llegar a amar, como Cristo, a aquellos que me han
hecho daño.
En ocasiones, ofrecer la otra
mejilla no sólo parece imposible sino incluso algo que atenta contra el más
básico y primitivo instinto de supervivencia.
La manera en la que lo he interpretado, sin
pretender que sea la correcta, no es exponerme sin defensa alguna a un daño
mayor, sino simplemente dejarlo pasar, ofrecerlo a nuestro Señor y no hacer
nada.
Lo que yo percibo como un
daño real, lo es también para Cristo. No
pretendo escapar al dolor, sino sufrirlo en su compañía. Él ha cargado cada uno
de esos dolores en la cruz. Cada falta de uno de sus hijos es otra espina en su
corona, un nuevo golpe que hunde cada vez más alguno de los clavos en su
cuerpo. Y no debo olvidar que también lo son cada uno de mis pecados.
Entonces ¿quién soy yo para juzgar? ¿Quién soy yo para llamar culpable a nadie cuando soy tan culpable
como los que acuso? Cuando me he acercado en oración a Dios le he
preguntado ¿qué puedo hacer con lo que no puedo
cambiar y me duele tanto? ¿Cómo aceptar el daño para después dejarlo ir?
Él me ha respondido claramente diciéndome:
déjalo en mí. No hagas nada. Ninguna recriminación o juicio. Ninguna acción
contra el ofensor. Y sobre todo, ninguna difamación; ya que desacreditar a una
persona frente a los demás es un acto sutil de venganza.
Guardar silencio, confiar
en Dios y refugiarme en su amor, será mi forma de amar a mi enemigo.
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