Necesito preocuparme por los alimentos que llegan a mi alma.
Por: P. Fernando Pascual L.C. | Fuente: Catholic
net
Sócrates recibió una visita inesperada. Un joven
inquieto ansiaba estudiar con el famoso sofista Protágoras, recién llegado a la
ciudad de Atenas. Sócrates quedó sorprendido por el entusiasmo del joven, y
quiso ayudarle a reflexionar. ¿Conoces a la persona
a la que vas a entregar tu alma, a la que vas a pagar para que te dé clases y
te instruya?
Para hacer ver la importancia de estas preguntas, Sócrates expuso un
ejemplo: Si vas al mercado y no sabes si los
alimentos son buenos, puedes llevarlos a casa en un paquete, y luego preguntas
a tus familiares o a algún experto si son de calidad o si es mejor no comerlos.
En cambio, si vas a una conferencia y pagas por escuchar a alguien que no
conoces, lo que recibas queda en tu alma y ya nadie puede quitarlo de allí, se
trate de verdades valiosas o de mentiras llenas de veneno.
Estas ideas, ofrecidas por Platón al inicio de uno de sus Diálogos, nos ponen
ante un tema importante. Vivimos en un mundo en el que las informaciones llegan
por todos lados. En la prensa y en la televisión, en la radio y en internet: miles de noticias, editoriales, programas informativos,
lecturas, están a nuestra disposición.
Hoy puedo encontrar un texto sobre las mejores maneras de perder el peso. Y
quizá mañana me encuentro con la sorpresa de que estoy siguiendo una dieta muy
peligrosa para la salud. Mañana escucho que Fulano es un personaje que ha
robado mucho dinero en su empresa. Dos días después desmienten la noticia, pero
no me entero y en mi corazón ha nacido un odio intenso hacia Fulano. Pasado
mañana veo un programa televisivo en el que me dicen que acaban de encontrar la
tumba donde está enterrado Jesús de Nazaret. A las pocas horas, se descubre que
la noticia es uno de tantos montajes llenos de sospechas y vacíos de pruebas,
pero en más de un espectador la duda ha quedado dentro de su corazón.
La pregunta de Sócrates es realmente seria: ¿me
preocupo por los alimentos que doy a mi alma? ¿A quiénes les doy el “pase” para
que formen e informen mi inteligencia y mis sentimientos? Es fácil
encontrar a personas que dedican varias horas a la semana a ver telenovelas llenas
de vaciedad o de tópicos más o menos entretenidos, mientras que no encuentran
tiempo para leer libros serios y bien documentados sobre los temas más
importantes: la vida y la muerte, la justicia y la
política, la filosofía y la religión.
Nos encontramos, así, con adolescentes y adultos, con jóvenes y ancianos, cuyas
almas han recibido un alimento muy pobre. Incluso en ocasiones, con personas
que se creen instruidas porque han leído libros llenos de sofismas, publicados
por autores famosos pero carentes de verdadero sentido científico, de seriedad
y de amor a la verdad.
La peor forma de ignorancia, repetía una y otra vez Sócrates, es creer saber
cuando no se sabe. Es estar en el error pensando que uno tiene la verdad. No es
fácil curar esa forma de ignorancia, precisamente porque uno dice que no
necesita médico, que tiene muy buena formación, que ya sabe todo sobre todo...
Nos hace mucha falta un nuevo Sócrates que quite nuestras falsas seguridades,
que nos saque de nuestras perezas, que nos impulse a buscar, sin miedo, la
verdad. Aunque uno tenga que apagar televisores llenos de imágenes más o menos
atractivas y vacíos de contenidos de valor. Aunque uno tenga que invertir menos
en las novelas de moda y más en libros serios y verdaderamente formativos.
Si me preocupo por tomar alimentos sanos y por seguir una dieta balanceada,
también necesito preocuparme por los alimentos que llegan a mi alma. Para tener
así buena salud, para no dejarme engañar por ideas lanzadas al aire para
manipular los corazones, para aprender a pensar no seguir impresiones, sino
según verdades.
Esta es la mejor manera de alimentar el alma mientras vivimos aquí, en esta
tierra efímera y emocionante. Y, sobre todo, esta es la mejor manera para
caminar hacia la vida eterna con la ayuda de aquellas verdades que permiten
entrar en ese cielo donde es admitido sólo quien ha vivido en la búsqueda
continua de la justicia, del amor, de la verdad.
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