Se oye decir que el tiempo es oro, pero si hablamos con más propiedad, el tiempo es gloria.
Por: Guillermo Juan Morado | Fuente: Diócesis
Tui-Vigo
La división del tiempo, en años, meses y días,
tiene algo de convencional. Hasta cierto punto nuestra vida es un continuo, sin
que los momentos más significativos de nuestra existencia se ajusten, como por
decreto, al ritmo del calendario. No obstante, el tiempo está ahí, marcando
etapas, dividiendo lo que parece indivisible, haciéndose notar, dejando
constancia de su paso, de su discurrir.
Un año nuevo puede ser enfocado de muchos modos. Puede ser "un año más". Puede ser, también, un año
"nuevo", una posibilidad abierta,
una página por escribir, una ventana abierta al futuro o a lo imprevisto.
Para los cristianos, los años y los días no están en manos de un oscuro azar ni
de un implacable destino. Para los cristianos, Jesucristo es el Señor del
tiempo. Él ha entrado, por la Encarnación, en el tiempo y el tiempo es, desde
entonces, "tiempo del Señor". Así
lo leemos en las diversas inscripciones: "Año
del Señor". El año que empieza no será una excepción. Pase lo que
pase en el discurrir de sus días será un "año
del Señor", un año que no escapa, como ninguno de ellos lo hace, al
cómputo de Dios.
Más allá de los minutos de nuestra vida, importa la calidad de nuestra vivencia
del tiempo. "El tiempo es oro", se
oye decir, pero, si hablamos con más propiedad, "el
tiempo es gloria". Es decir, si vivimos cara a Dios, que es como
hay que vivir, el tiempo es ocasión de crecer en amistad con Él. Nuestros días
no son meramente etapas de un calendario, sino momentos de gracia, espacios que
hemos de aprovechar para apurarlos cumplidamente, sabiendo que, al final de la
jornada, lo que cuenta, lo que vale de verdad, es lo que hayamos hecho de cara
a Dios.
Si para nosotros Jesucristo es el Señor del tiempo, nuestra mirada hacia el
futuro ha de ser, necesariamente, una mirada de esperanza. La esperanza no
consiste en creer, acaso ingenuamente, que todo saldrá bien. La esperanza es la
confianza en Dios; es la certeza de que, suceda lo que suceda, estamos en manos
de Dios.
Un cristiano jamás ha de contemplar con incertidumbre el futuro. Cada año que
pasa es una ocasión nueva, una posibilidad nueva. Si sabemos aprovecharlo, cada
año representa un nuevo regalo; una posibilidad abierta por la gracia. ¡Qué el Señor nos conceda vivir con esta certeza, y con
esta esperanza, el año que comienza!
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