El amor a Dios, y el amor al dinero, no pueden darse juntos.
Por: Félix González, ss.cc | Fuente: blogs.21rs.es
Nadie puede agradar, a la vez, a dos personas
con gustos distintos, con maneras distintas de ser o de ver las cosas; e,
incluso con criterios distintos.
En el Evangelio escuchamos a Jesús que dice: “Nadie puede servir a dos señores: porque aborrecerá a
uno y amará al otro; o bien, se entregará a uno y despreciará al otro. No
podéis servir a Dios y al dinero”. (Mt. 6, 24)
Esos dos señores a los que no se les puede
servir a la vez, según Jesús, son: Dios y el
dinero. El amor a Dios, y el amor
al dinero, no pueden darse juntos. Igualmente no se puede servir al mundo
(entendido como lo mundanal) y a Dios. Tampoco se puede servir a nuestro propio
orgullo y a Dios. Y tantas otras cosas que no son compatibles con el servicio a
Dios.
Dios es uno, y no se le puede adorar juntamente
con otros “dioses”. Los humanos (la mayoría)
tenemos diversos dioses. A veces, nosotros mismos nos endiosamos, y quitamos
parte de lo que le pertenece al único Dios. Hay muchas cosas que las
convertimos en “dioses”; que las preferimos
al Dios verdadero; que ocupan en nuestra vida un valor más importante; y que
acaparan nuestro corazón, nuestros deseos. Y desplazamos al único Dios que
debiera ocupar todo el espacio del corazón, de la inteligencia, de los sentimientos,
y de toda la vida.
Cuando el tener y el poseer son prioritarios en
nosotros, empezamos a tener “un señor” al cual acabamos sirviendo, porque nos recompensa
materialmente. Y acaba esclavizándonos, y separándonos del Dios, Padre, Hijo y
Espíritu Santo; el Dios de Jesucristo.
Quisiéramos jugar en la vida con dos barajas,
que nos asegurasen siempre el ganar. Tener varios dioses,
incluso teniendo al otro Dios, de reserva, para cuando hiciese falta. Pero Dios
no es un comodín, para cuando haga falta usarlo. Eso sería manipulación; y al
verdadero Dios no se le puede manipular. No es intercambiable como los cromos
de nuestra niñez.
La finalidad de Dios para con nosotros, y la de
los dioses creados a nuestro antojo, es totalmente distinta y opuesta. Y,
aunque las apariencias engañan, podemos decir que solo el verdadero y único
Dios puede hacernos felices en esta vida y en la otra.
Si te dejas llevar de los caprichos, de las
luces de fantasía del mundo, del placer o de la comodidad, harás acopio de
muchos dioses, que van a satisfacer tus apetitos, pero no crean paz ni
felicidad. Todo es pasajero, dura lo que los fuegos de artificio. Y después, tu
espíritu queda en soledad, porque nada puede llenar tu corazón.
El gran santo, Agustín de Hipona, decía: “Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está
inquieto, hasta que descanse en Ti”.
Dios es como un gran imán, que atrae todas las
partículas metálicas, que somos nosotros. Y sería “contra
natura”, que las partículas no se sintiesen atraídas.
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