En el hospital he visitado a una ancianita tan rodeada de amor por su familia. Su hija del Opus Dei (siempre sonriente) y su otra hija siempre están a su lado en sus varios ingresos que siempre duran varias semanas y que son una prueba para la paciencia. Está tan rodeada de cariño a pesar de su demencia que siento tanta alegría al visitar esa habitación.
También he
visitado a un militar profesional ingresado que fue paracaidista. Seguro que
tendría muchas cosas que contar. Yo le he tirado de la lengua. El anciano que
ahora está en la cama, frágil, no tiene nada que ver con el hombre fuerte que
tantas veces se tiró desde esas alturas impresionantes. Mantiene un optimismo
admirable y me recibe con tanta amabilidad.
La misa ha
sido en familia, tan relajada, tan en
petit comité; porque al hospital,
de momento, no pueden venir asistentes de fuera. Unas siete personas estaban en
los bancos.
Al mediodía
he almorzado con una familia. El filete de ternera del Sandwich Smoked Joe del
VIPS estaba duro como una piedra. Tan dura estaba la carne que he pensado
sacarla y comerte el pan con queso y vegetales que estaba muy bueno.
Por la tarde he hablado por teléfono con una
señora polaca, con una monja, con un franciscano, con una antigua amiga
profesora de secundaria (con ella hemos hablado de pintores españoles actuales)
y con un familiar mío de Venezuela.
P. FORTEA
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