Los laicos tenemos el legítimo derecho de proclamar la Palabra de Dios.
Por: Rafael Taveras | Fuente:
Periodismocatólico.com
Jesús en su último mandato se dirigió no solamente a los Sacerdotes y diáconos,
sino también a nosotros los laicos, que tenemos también el legítimo derecho de
proclamar la Palabra de Dios.
Mis hermanos y hermanas, cuando hablamos de proclamar la Palabra de Dios,
estamos hablando de comunicar lo que Dios quiere decir a su pueblo, de lo que
el Señor, creador y Padre de todos, quiere poner en la mente y el corazón de
los que lo escuchan, siempre con la finalidad de que esa Palabra produzca
frutos de vida eterna.
La comunicación es un arte a través del cual podemos llevar mensajes a los
demás. Pero para que ese mensaje que queremos transmitir llegue, a los que nos
oyen en una forma clara y precisa, es necesario que usemos los términos
correctos.
A veces, no le damos gran importancia a las palabras que vamos a usar, porque
en el común hablar nos entendemos. Sin embargo, así no debe ser, porque los
vocablos tienen significados diferentes. Los cristianos católicos muchas veces
confundimos la expresión "Decir la Misa" con
"Celebrar la Misa", y usamos tanto
una como la otra para significar lo mismo.
En realidad "Decir la Misa" no es
lo mismo que "Celebrar la Misa", porque
"Decir La Misa significa tomar un libro y leer
lo que dice, pero "Celebrar la Misa" es algo más. Celebrar la
Misa significa fiesta, alegría, participación, Celebrar el Sacrificio de Acción
de Gracia al Señor. Por eso, no es adecuado preguntar "¿Quien
va a decir la Misa?"; lo correcto será decir "¿Quien va a Celebrar La Santa Misa?".
Otro concepto que debemos entender es Ministerio. En Latín, la Palabra
Ministerio significa Servicio. De ahí que un Ministro que ejerce un Ministerio
es un servidor de la comunidad.
Cristo resume su vida no en ser servido, sino en servir, y esto nos pone de
frente a la importancia que tiene el hecho de servir en cualquier ministerio.
El ministerio, el servicio a los demás, nos asemeja a Cristo. El que no vive
para servir, no sirve para vivir; en otras palabras, no está haciendo nada
vivo. Por eso, todos debemos siempre preguntarnos, ¿Qué
Ministerio estoy yo ejerciendo en mi comunidad?.
Claro, que hay diferentes ministerios de servicio, pero no todos podemos servir
en todos; no todos tenemos ese don; pero sí que todos podemos y debemos ejercer
algún Ministerio. Las últimas palabras de
Cristo que encontramos en Mt. 28,19-20, y que se consideran como el mandato
final de Jesús a los apóstoles son: "Vayan
y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, Bautícenlos en el nombre del
Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo
les he encomendado" (Mt. 28,
19-20).
Estas palabras de Cristo son también para nosotros, y con ellas Cristo nos
manda ir por todo el mundo predicando, ejerciendo el Ministerio de la Palabra.
San Pablo nos dice también que la fe entra por la Palabra, y ese es el mandato
de Cristo para todos nosotros.
San Marcos 16,15 nos dice: "Vayan por todo
el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la Creación". Y esa Buena Nueva la anunciamos cuando
Predicamos y Proclamamos la Palabra de Dios. Nos sigue diciendo San Marcos
16,16, que "El que crea se Salvará y el que
no crea se condenará". Por
tanto, la fe viene con la Predicación de la Buena Nueva, por la profecía,
recordando que profetizar no es tanto anunciar cosas desconocidas, sino dar a
conocer lo que Dios dice a su pueblo, y el profeta lo dice solo por la acción
de Espíritu que lo impulsa. Eso es profetizar.
Esta gran verdad lo confirma San Pedro cuando habla del Discurso que pronunció después
de la Venida de Pentecostés sobre el Colegio apostólico. En Hechos 2,15, San
Pedro nos dice: "No estamos borrachos como
ustedes piensan, ya que apenas son las nueve de la mañana. Lo que pasa es que
ha llegado lo que proclamó el profeta Joel". Joel anunció que el mismo Dios en Espíritu se
derramaría sobre sus hijos e hijas, y todos los profetizaran.
Mis hermanos, Jesús en su último mandato
se dirigió no solamente a los Sacerdotes y diáconos, sino también a nosotros
los laicos, que tenemos también el legítimo derecho de proclamar la Palabra de
Dios.
El Lector o Proclamador de la Palabra no solo tiene un oficio en la Iglesia; no
es digamos un simple predicador o lector y nada más, como quizás mucho lo ven o
lo entienden. El Proclamar la Palabra de Dios es una Dignidad, es una Misión
Divina, y esa dignidad no la puede ejercer cualquier persona que simplemente
lea bien, si antes no ha penetrado en el contenido de esa Palabra, si no vive
el Mensaje de esa Palabra.
La Historia de la Iglesia registra en sus páginas del pasado, que el ser un
lector, que el proclamar la Palabra de Dios, no era labor de cualquiera ni de
quien quisiera hacerlo. El Lector era una de las Órdenes Menores que habían en
los Seminarios.
La primera orden eran el Hostiario, que era el que tenía la llave y abría la
Iglesia; la segunda orden era el Lector, que era el que le daban el libro; la
tercera orden era el exorcista que era una orden para expulsar demonios, y una
cuarta orden menor era el acólito, para ayudar en la misa. Luego venían las
ordenaciones de subdiácono, de diácono, y finalmente la ordenación de
Sacerdote.
Todo esto nos deja ver que para la Iglesia ser un Proclamador de la Palabra ha
sido siempre algo muy importante, y tanto era así, que todavía en el año 1951,
en Roma solo habían 52 lectores ordenados. Por eso, el lector no es un
personaje secundario.
El Concilio Vaticano II, que comenzó en 1962 y terminó en 1965, fue el que
abrió las ventanas para renovar el servicio en la Iglesia, y nos dió un lugar a
los laicos, en la Proclamación de la Palabra.
Cuando un lector proclama, está ejerciendo un Ministerio tan importante, como
el del Sacerdote y el diácono. El Sacerdote no puede comer el Pan de la
Eucaristía, si antes no se ha comido el Pan de la Palabra de Dios, porque tiene
como oficio transmitir al pueblo los mandatos de Dios.
El Lector o Ministro de la Palabra, con su presencia y con su voz, debe
respetar la dignidad de su ministerio. Hay conceptos muy prácticos que nos
ayudan a comprender la dignidad del ministerio de la Proclamación de la
Palabra. Y esto es algo muy importante, porque quizás sin pensarlo, a veces
podemos minimizar o disminuir la dignidad de la Palabra de Dios en muchas, a
veces con nuestra forma de vestir, a veces con nuestro comportamiento, a veces
con el vocabulario, y otras veces con formas y actitudes que plantean ciertas
interrogantes a los que nos observan.
En cualquier ministerio que sea, y digamos que muy especialmente para la Mesa
de la Palabra, debemos usar la vestidura que exteriormente nos prepare para ese
ministerio.
El altar es algo que se puede considerar como un escenario donde hay velas,
manteles, etc. Hay también un personaje que es el Ministro, el Sacerdote, que
también y según el tiempo litúrgico que esté viviendo la Iglesia, se viste de
un color o de otro. Hay también servidores del altar, Ministros Especiales de
la Eucaristía, y todo eso va creando un ambiente.
El Lector es parte de ese conjunto integrado, por lo que siempre debe
presentarse con dignidad.
Debemos siempre recordar que aunque el lector es muy importante, es mucho más
importante el Mensaje de Dios a su pueblo. La misión del lector no es más que
poner su persona, que es algo secundario, y por tanto, debe presentarse con
mucha humildad, y siempre listo y preparado en todo lo que el puede, para que
la gente reciba el mensaje de Dios.
El lector debe compenetrarse bien del texto que va a leer, de su contenido y
del mensaje, antes de proclamarlo. Esto es una responsabilidad del lector. Debe
llegar más o menos 15 minutos antes, para leer otra vez el mensaje, para
percatarse de nuevo del mensaje y asegurarse de que conoce bien y puede
proclamar bien todo lo que hay en el texto, de las palabras en las que debe
poner especial cuidado al pronunciarla para que se oiga bien, etc. Además, debe
leer muy bien el texto, entenderlo bien, meditarlo, y sobre todo aplicarlo a su
vida.
En la Celebración Eucarística hay dos grandes momentos: La Liturgia de la
Palabra y la Liturgia de la Eucaristía. Esto no siempre ha sido visto así, porque
antes se decía que la Misa tenía cinco grandes momentos, que eran:
1er. Momento: Desde su inicio hasta el final del Credo
2do.Momento: El Ofertorio
3er. Momento La Consagración
4to. Momento: La Comunión, y
5to. Momento: La Oración final.
Pero el Concilio Vaticano II nos enseño que la Misa es más simple, pero más
valiosa que lo que antes conocíamos; que solo hay dos grandes momentos:
a) La Liturgia de la Palabra, que va desde el inicio
hasta la oración de los fieles, y
b) La Liturgia de la Eucaristía, que va desde la presentación de las ofrendas
hasta el final.
Ambas mesas son igualmente importantes. No podemos comer con frutos la
comunión, si antes no alimentamos nuestra fe con el Pan de la Palabra de Dios.
Estas dos partes, juntas y equilibradas, forman la celebración dominical, y tan
importante es la mesa de la Palabra, como la mesa de la Eucaristía.
Esto nos debe ayudar a comprender lo importante que es este Ministerio de
Proclamar la Palabra de Dios. La Liturgia es el servicio que la Iglesia ha aprobado
para celebrar dignamente la Palabra de Dios, la Mesa de la Palabra y la Mesa de
la Eucaristía.
¡Gracias, hermanos
y hermanas, y que el Señor que nos llamó, nos ayude a ser cada día más, mejores
Proclamadores de ese Mensaje que nos Salva y nos conduce a la Vida Eterna. Dios
los bendiga, y adelante con Cristo!
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