No hay pobreza más grande que la de aquel a quien le falta Dios.
Por: Jorge Enrique Mújica, LC | Fuente: GAMA -
Virtudes y valores
¿Es la pobreza una virtud? Si así
es, ¡cuántos miles de seres humanos vagan por el
mundo viviéndola sin saberse virtuosos! No, no es esa pobreza la que
hace, sin más, a las personas virtuosas. Y esta afirmación ¿no es ir contra de aquellas palabras del Maestro:
“Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de los Cielos” (Lc
6, 20)?
Escribir sobre la pobreza puede parecer como una
falta de respeto a los pobres y pecar de doblez. Con qué facilidad nos quejamos
de ella –pues hasta llegamos a pensar que la vivimos radicalmente– cuando para
millones de hombres, mujer y niños nuestra “pobreza
heroica” es el hecho normal de todos los días y de toda su vida. ¡Cuántas veces eso que nosotros tenemos por menos sería
para ellos el mayor lujo! ¡Cuántas veces una jornada de pan y agua podría
significar para nosotros la máxima austeridad mientras que para millones sería
una especia de sueño con el que tendrían asegurada la existencia!
Sólo puede entender la virtud de la pobreza quien la ha abrazado
voluntariamente y ha hecho suyas todas las radicales consecuencias que de ella
se desprenden. Consecuencias que van más allá del mero desprendimiento
material. Consecuencias que abarcan gustos, aficiones, deseos, lícitos
quereres…
Jesús no canonizó la pobreza a secas. San Mateo especifica mejor la
bienaventuranza evangélica de Jesús cuando dice: “Bienaventurados
los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos” (Mt
5, 3). La pobreza de que se habla nunca es un simple fenómeno material. La
pobreza puramente material no salva, aun cuando sea cierto que los más
perjudicados de este mundo pueden contar de un modo especial con la bondad de
Dios. Pero la pobreza tampoco es una actitud espiritual.
Nos encontramos así con dos matices de pobreza: la material y la espiritual.
Dentro de cada una de éstas hay dos tipos de pobrezas más, una mala y una
buena.
La pobreza material negativa deshumaniza y debe ser combatida. Es la pobreza
ante la que muchos preferimos no voltear, ante la que se calla, ante la que se
enmudece cuando se mira de frente. ¡Cuántos se han
hecho santos de Dios al entrar en contacto con ella! Sabemos que existe,
conocemos en dónde, su rostro nos es del todo familiar… Pero hasta que uno no
se pone en la realidad más absoluta del otro la pobreza se sigue mirando con
indiferencia.
La pobreza material positiva libera y eleva; es el ideal evangélico que debemos
cultivar. Es el querer vivir desprendido para que nada me ate y sea
efectivamente libre. Y aquí entra el desapego de cosas, personas y pensamientos.
No es minusvalorar ni una especie de frigidez del corazón, no. Es un
ensanchamiento del mismo donde todos tienen recta cabida a partir de la
jerarquía encabezada por Dios y del cual proviene el orden.
La pobreza espiritual negativa es ausencia de los bienes del espíritu y de los
valores humanos: es la pobreza de los ricos. Nada más grotesco, nada más burdo
que una pobreza de este tipo. La sensibilidad no existe, los valores y las
virtudes se han extinguido; no hay amor, ni esperanza, ni fe; no hay un horizonte,
la vida no importa, la existencia es oscura, el hombre -¿quién
es?-, no han sido amados ni saben amar: Dios no existe.
La pobreza espiritual positiva está hecha de humildad y fe en Dios que son los
frutos más bellos nacidos del árbol frondoso de la pobreza bíblica: es la riqueza de los pobres. Es la pobreza de los
hombres que se saben pobres también en su interior, personan que aman, que
aceptan con sencillez lo que Dios les da, y precisamente por eso viven en
íntima conformidad con la esencia y la palabra de Dios.
***
No hay pobreza más grande que la de aquel a quien le
falta Dios. Al hombre que a Él tiene podrá derrumbársele el mundo pero
permanecerá impasible porque sabe a Quién tiene a su lado, Quién es su
compañía.
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