La Pasión de Jesús. La cruz revela la misericordia, es amor que sale al encuentro del que experimenta el mal.
Por: P. Enrique Cases | Fuente: Catholic.net
LA
MUERTE DE CRUZ
"En medio del griterío desbordado, Pilato
les entregó a Jesús para que fuese crucificado" (Jn). No es una mera condena por rebelión, ni
siquiera una condena a muerte sin más, sino la muerte en la cruz. Era tan
injuriosa la condena que estaba prohibida para los ciudadanos romanos. A la
tortura se añadía la infamia. Era una muerte lenta y exasperante, una tortura
cruel, era el peor suplicio que podían encontrar para matar. Se clavaban las
manos y los pies en el madero y al colgar, el cuerpo se consumía en la asfixia.
Al desangrarse, se padecía gran sed y fiebres, unido a unos dolores intensos al
estar colgado el cuerpo de tres hierros. Era una muerte pública, de escarmiento
por la gravedad de los delitos.
DEMOSTRACIÓN DE AMOR
Jesús va a dar un paso en ese abajamiento y humillación para salvar a los
hombres. Podía haber sido de otro modo, pero entonces no se hubiera descubierto
el misterio de iniquidad del pecado y su gravedad, ni se hubiera revelado la
hondura del amor de Dios. La cruz era el modo de expresar un océano sin límites
de verdad y de bondad. Demuestra el amor excedente de Dios, un amor que se da,
dispuesto a todo, un amor hasta el vaciamiento total. La cruz muestra el valor
del hombre, el gran precio que Dios está dispuesto a pagar por la salvación de
cada uno. El mismo Dios se humilla y sufre, y las ideas humanas sobre Dios
tiemblan ante la realidad de tanto sufrimiento de un Dios que quiere ser un
juguete para los juegos macabros de los hombres perversos. La crueldad y el
dolor se hacen medios para expresar el amor misericordioso. Y Jesús como hombre
asume su papel con generosidad y convierte la muerte en acto de amor humano con
valor infinito, porque también es Dios.
La cruz revela la misericordia, es amor que sale al encuentro del que
experimenta el mal. La cruz es la inclinación más profunda de la divinidad
hacia el hombre; es como un toque de amor eterno sobre las heridas más
dolorosas, es un amor que vence en todos los elegidos las fuentes más profundas
del mal. Y ¿por qué es esto así? Porque
Jesús ama sobre todo al Padre. Y con ese amor ama a los hombres esclavos del
pecado.
HACIA EL GÓLGOTA
"Después de reírse de Él, le quitaron la
púrpura y le pusieron sus vestidos. Entonces lo sacaron para crucificarlo" (Mc). Lo desnudan de
sus indignas vestiduras y quedan en evidencia todas las heridas y los golpes de
la flagelación. La heridas, ya infectadas, se reabren y vuelven a sangrar; no
hay en Él parecer ni hermosura; es el hombre que lleva marcados los signos de
los pecados. Le colocan sus vestidos, y la túnica inconsútil fabricada por
manos amorosas, vuelve a cubrir su cuerpo. Todos podrán distinguir bien quién
es, pues ha vuelto a recuperar su aspecto. La corona de espinas la dejan, y
cada movimiento hace que vuelva a sangrar la cabeza: el rojo de la sangre se
confunde con el de la túnica. "Tomaron,
pues, a Jesús; y Él, con la cruz a cuestas, salió hacia el lugar llamado de la
Calavera, en hebreo Gólgota, donde le crucificaron, y con Él a otros dos, uno a
cada lado, y en el centro Jesús. Pilato escribió el título y lo puso sobre la
cruz. Estaba escrito: Jesús Nazareno, el Rey de los judíos. Muchos de los
judíos leyeron este título, pues el lugar donde Jesús fue crucificado se
hallaba cerca de la ciudad. Y estaba escrito en hebreo, en griego y en latín.
Los pontífices de los judíos decían a Pilato: No escribas el Rey de los judíos,
sino que Él dijo: Yo soy Rey de los judíos. Pilato contestó: Lo que he escrito,
escrito está" (Jn). Pilato, sin saberlo, le ha proclamado rey, una vez más
y definitivamente. Pero Cristo es rey, desde la cruz, sólo en aquellos
corazones que captan el reinado de amor venciendo la tiranía del pecado y del
diablo. El título ha quedado escrito en tres idiomas, pero el reino de Cristo
será universal, pues por todos derrama su sangre.
El trayecto del pretorio hasta el lugar de la crucifixión no es largo, de un
kilómetro, más o menos. Primero recorre unas pocas calles de Jerusalén, después
atraviesa la puerta judiciaria, y, a campo abierto, asciende el pequeño
montículo de Calvario, bien visible desde las murallas de la ciudad; los
caminos pasan cerca del lugar de la ejecución.
LAS MUJERES EN EL CAMINO
Llevaban con Él dos malhechores para ser ejecutados. Forma el centurión con un
buen grupo de soldados, y avanza la comitiva con gran dificultad. Las calles se
llenan de gente que hay que apartar sin contemplaciones. No todos insultan,
lloran algunas mujeres. Jesús puede detenerse ante ellas. "Le seguía una gran multitud del pueblo y de
mujeres, que lloraban y se lamentaban por él. Jesús, volviéndose a ellas, les
dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad más bien por vosotras
mismas y por vuestros hijos, porque he aquí que vienen días en que se dirá:
dichosas las estériles y los vientres que no engendraron y los pechos que no
amamantaron. Entonces comenzarán a decir a los montes: caed sobre nosotras; y a
los collados: sepultadnos; porque si en el leño verde hacen esto, ¿qué se hará
en el seco?" (Lc).
LAS MUJERES LLORAN
Estas mujeres son distintas de las galileas que acompañaban a Jesús en su
caminar, anunciando el Reino de los cielos. Eran de Jerusalén, convertidas en
los diversos viajes de Jesús a la ciudad santa. Lloran porque es grande el
dolor. Lloran, pero no huyen. Lloran, pero siguen creyendo. Su amor no les
permite dudar de la verdad de lo creído en los momentos de luz. Ahora todo es
oscuro, dramático, sangriento, no hay milagros, Dios parece enmudecido. Pero no
dudan de Jesús. El amor les lleva a una intensa compasión y hacen lo que pueden:
lloran. En la pasión donde pocos discípulos estarán presentes, las mujeres
tendrán una parte muy importante. El amor es el fin de la fe, y ellas saben
querer, también cuando todo lo externo parece hundirse
Jesús, entrecortadamente, les explica la gran tragedia del pecado. Si al
inocente lo ven tan destrozado, ¿cómo será la condición de los
pecadores? Leña seca para el fuego
eterno, que Jesús intenta apagar con las lágrimas de un amor verdadero por los
que no pueden, ni a veces quieren, rectificar. Las lágrimas de las mujeres son
sinceras y doloridas. Nada puede dar consuelo a su dolor. Jesús lo sabe y se lo
agradece, a la vez que les enseña, una vez más, cual es el sentido de su cruz.
SIMÓN DE CIRENE AYUDA A JESÚS
A LLEVAR SU CRUZ
"Y a uno que pasaba por allí, que venía del
campo, a Simón Cireneo, el padre de Alejandro y de Rufo, le forzaron a que
llevara la cruz de Jesús" (Mc). Simón pasaba
por las cercanías de Jerusalén y se encontró con Jesús cargando con la Cruz
salvadora, abrumado por el peso. Simón venía del campo y pasaba por aquel lugar
situado fuera ya de las murallas de la ciudad y próximo al montículo del
Calvario. El hecho de llamarle cirineo indica que debía proceder de esta región
del Norte de África, aunque fuese judío. Cabe que estuviese en Jerusalén de
paso, o en peregrinación por la Pascua, o viviese establemente allí después de
haber vivido un tiempo fuera. Los nombres de sus hijos, Alejandro y Rufo,
revelan procedencia griega y latina respectivamente.
TRANSFORMACIÓN
Todo parece casual en aquel encuentro con Cristo y su Cruz. Casual es su
presencia en la ciudad, casual es su paso por aquel lugar, casual es que le
fuercen a llevar la Cruz del Señor. Pero aquellas circunstancias son ocasión de
una transformación profunda en aquel hombre, más llamativa, si cabe, por
inesperada.
No estaba ni con los que insultan o gritan contra Jesús, ni con los discípulos.
Tampoco parece un espectador curioso, simplemente "venía
del campo" (Mc). Y "le obligaron a llevar la cruz"
(Mt). "Le
cargaron con la cruz para que la llevase detrás de Jesús" (Lc).
No parece difícil imaginar la conmoción de Simón. Andaba tranquilamente por el
camino, como se va por los caminos de la vida; oye un tumulto, le llama la
atención, se acerca... y de repente los soldados le rodean y a gritos le
fuerzan a llevar la cruz de uno a quien van a crucificar. Quizá le dió tiempo
para enterarse quién era aquel a quien ayudaba; quizá no pudo preguntar pero
leyó la inscripción de la cartela que indicaba el delito: "Jesús Nazareno Rey de los judíos". Al coger la cruz, Jesús, se ha vuelto y le ha
mirado; no hay en él hermosura, es un desecho de los hombres...y, sin embargo,
aquella mirada conmueve el corazón del cirineo, rudo quizá, pero noble... Aquel
hombre quiere la cruz; sabe que va a morir y se dirige –exhausto, pero sereno-
a emprender la última ascensión; varias decenas de metros de desnivel, pero
empinadas. El condenado –a rastras el último tramo- sigue subiendo hasta la
cima del Gólgota, si no es que fue llevado en parte por los mismos soldados.
Al mismo tiempo oye los insultos feroces de una multitud, además, muchos de
ellos eran fariseos y escribas, incluso estaban allí ancianos del Sanedrín y
Sacerdotes. La sorpresa de Simón debió crecer. Si era un rebelde contra los
romanos y por esto condenado, los judíos debían estar tristes y apesadumbrados,
pues era de los suyos. Pero los más indignados son los judíos importantes, que
le gritan cosas tremendas y blasfemas.
Cuando llegaron al lugar de la crucifixión la sorpresa debió ser mayor. Simón,
cansado, deja la cruz en el suelo y, muy probablemente, permanece allí.
Entonces contempla la escena tremenda de la crucifixión, tanto la de Jesús como
la de los ladrones. Debieron ser muy distintas. La costumbre era darles una
bebida que calmase un poco el dolor, los ladrones debieron beber con ansia;
Jesús se negó a tomarla, aunque, agradeciendo el gesto, probó un poco. Luego,
entre varios hombres, se sujetaban los cuerpos que iban a ser enclavados.
No sabemos si permaneció allí mucho más tiempo, pero aquello bastaba para
hacerle reflexionar y buscar enterarse a fondo sobre quien era aquel Rey de los
judíos a quien él habían ayudado a llevar su Cruz. Si presenciar cualquier
muerte conmueve, mucho más una muerte lenta como la crucifixión, y, más aún, la
de uno que perdona a los que le están matando. Aquello no podía tener una
explicación natural, y realmente no la tenía. Simón acaba de tener un encuentro
con la Cruz de Cristo, una Cruz que era la Salvación del mundo; él no lo sabía,
pero aquel encuentro, fastidioso al principio, fue el comienzo de su salvación.
La referencia a sus hijos lo muestra como bien conocido entre los primeros
cristianos.
DOLOR QUE CONVIERTE
Simón de Cirene se encontró con el dolor de Cristo y se convirtió.
Bienaventurado el hombre de Cirene llamado Simón, porque él no buscaba a Dios y
se lo encontró.
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