El descubrimiento de la existencia de Dios produce sentimientos de alegría, paz, asombro y seguridad en la fe.
Por: Pepita Taboada Jaén | Fuente: Catholic.net
A lo largo de la historia del Cristianismo han
sido muchas las personas de los cinco continentes que en un momento determinado
de su vida han descubierto la fe en Jesucristo profesada por la Iglesia
Católica.
Existen conversos que nunca fueron cristianos y
que, procedentes de padres ateos y pertenecientes a países que vetan la
enseñanza religiosa, jamás han oído hablar de la existencia de Dios. La mayoría
provienen del comunismo soviético; otros muchos, de religiones no católicas; y
un gran número, aunque bautizados en la iglesia católica, no se interesaron por
la fe o la abandonaron en un momento de su vida.
Es interesante observar que, tanto los que
descubren la fe como los que retornan a ella, lo hacen por motivos singulares
que Dios les hace ver, bien de forma espectacular o a través de un proceso más
lento. He aquí algunos ejemplos:
Entre los conversos que nunca fueron cristianos resaltaría la figura de Tatiana Goritchéva. Nace en Leningrado en 1947.
Estudiante brillante, a los 18 años es responsable de las Juventudes Comunistas
y posteriormente, profesora de ética en la Facultad de Medicina. Relata su
vacío interior, pasa por la meditación trascendental y el yoga hindú hasta que,
de forma casual, lee el Padrenuestro que le inicia en su conversión. Ella misma
relata: "De repente me sentí transformada. No fue mi razón idiota, sino
todo mi ser el que comprendió que Él existía, Él, el Dios vivo, personal, que me
ama y que ama a toda la creación (…)
Otra soviética, Svetlana Stálina, hija del dictador y genocida comunista Joseph
Stalin [1]. Cuenta que cuando su hijo de 18 años enfermó gravemente, se negó a
ir al hospital, a pesar de la insistencia del médico. Por primera vez en su
vida, a los 36 años, pidió a Dios que lo curara. No conocía siquiera el
Padrenuestro. Pero Dios, dice, le escuchó y después de la curación "un sentimiento interno de la presencia de
Dios me invadió". Fue bautizada en primer lugar en la fe
ortodoxa, el 20 de mayo de 1962. Ayudada por la CIA huye de Rusia en 1967 y se
refugia en Occidente. Después de varios sucesos, la lectura de libros sobre la
fe y la amistad y el ejemplo de amigos católicos contribuyeron a que se
acercase a la Iglesia Católica, siendo bautizada en 1982. Cuenta que: "Los años de mi conversión han sido plenos de
felicidad. La Eucaristía se ha hecho para mi viva y necesaria. el Sacramento de
la Reconciliación con Dios a quien ofendemos hace que sea necesario recibirlo
con frecuencia…"
André Frossard,
prestigioso periodista francés (1915-1995) se consideraba un ateo perfecto,
convencido de que Dios no existía y que el universo era una combinación de
elementos colocados al azar. Sus padres habían decidido que escogiera su
religión a los 20 años,"si contra toda
esperanza razonable consideraba bueno tener una". Precisamente
cuando tenía 20 años, entró una tarde en una capilla parisina en busca de un
amigo. Cinco minutos más tarde salió invadido de una "alegría inagotable". Su
amigo Willemin le pregunta: "¿Qué te
pasa?" Responde: "Soy católico,
apostólico, romano. Dios existe, y todo es verdad". Posteriormente
lo explicaría en un libro que tituló: "Dios
existe. Yo me lo encontré". Mereció el Gran Premio de la Literatura
Católica en Francia en 1969, y se convirtió en un best-seller mundial.
Y, por último, no quiero dejar de mencionar a María Vallejo-Nágera,
nacida en Madrid en 1964, hija del conocido psiquiatra y escritor, Juan-Antonio
Vallejo-Nágera, Licenciada en Pedagogía y escritora. Su conversión se debió a
una visita a Medjugorje, donde desde hace varios años hay apariciones de la
Virgen a unos cuantos niños, hoy ya mayores.
El momento más destacado de su conversión,
ocurrida en el año 2002, lo relata diciendo que, a pesar de que ella fue casi a
la fuerza a ese lugar por insistencia de unas amigas, de pronto sintió que todo
a su alrededor se paraba; no oía ni veía nada, únicamente percibió que caía
sobre ella, como un rocío infinito, el amor de Dios. Durante sólo tres segundos
tuvo su juicio particular: todos los pecados desde niña se le hicieron
presentes. Y ese amor que sintió, fue tan grande que
cambió radicalmente su vida. Actualmente, además de escribir libros, es
invitada a dar conferencias para contar su impresionante conversión, por
ciudades de Hispanoamérica y España.
Es un hecho, pues, que el descubrimiento de la
existencia de Dios de forma extraordinaria, produce en esas personas
sentimientos de alegría, paz, asombro y seguridad en la fe que acaban de
experimentar. La conmoción interna ante ese hecho singular les lleva a
entender, no el "amor a Dios" por
parte del hombre sino principalmente el "amor
de Dios" hacia el hombre, iniciándose así un despegue espiritual
que les anima a confiar en la gracia de Dios y a luchar contra sus defectos.
Y hay que decir también que no es necesario tener
una conversión "tumbativa" para
vivir y gozar del amor que Dios nos tiene. Es más bien ser capaz de huir del
acostumbramiento y asombrarse de las maravillas de Dios, profundizando en la
Verdad y escuchando y asimilando lo que la Iglesia nos enseña. San Juan Pablo
II al hablar de la Eucaristía, el jueves santo del año 2003, para mostrar la
grandeza de lo que está enseñando a los cristianos, dice: "Con la presente Carta encíclica, deseo suscitar el
"asombro" eucarístico…"
También nos puede ayudar la experiencia de los
santos. San Agustín (sigo IV) es uno de los más grandes convertidos de la
historia cristiana. Descubrió el amor de Dios progresivamente, lo que le llevó
a exclamar: "Tarde te amé, hermosura increada,
tarde te amé" San Josemaría Escrivá (siglo
XX) con una trayectoria distinta, escribió: "¿Saber
que me quieres tanto, Dios mío, y no me he vuelto loco?"
La sabiduría de entender el amor de Dios, está
al alcance de todos los hombres, de todos los tiempos.
NOTA:
[1] Como
regla, la mayoría de apellidos rusos cambian en su terminación en su forma
femenina: se le añade la letra “a” (Ivánova,
Sorókina), y -skii pasa a ser -skaia (p. ej.: Moskóskii -
Moskóvskaia).
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