Encuentras tu unidad el día en que colocas tu centro de gravedad en Dios.
Por: Jean Lafrance | Fuente: Catholic.net
EN JESUCRISTO. TU VIDA
ADQUIERE CONSISTENCIA Y SOLIDEZ, EN UNA PALABRA, SE UNIFICA.
Sueñas con una vida en la que pudieses tener largos ratos de soledad para orar
pero cuando tienes tiempo libre, lo malgastas en diversiones.
Sufres una tirantez entre tus múltiples ocupaciones y tu deseo de tener tu vida
entre tus manos. Ante todo no culpes a las circunstancias externas o a tus
numerosos compromisos de tu falta de tiempo, sino toma conciencia de que la
verdadera culpa la tienes tú. Tú eres quien debe hacer la síntesis entre tu ser
íntimo y tu ser para los demás.
TODOS LOS DÍAS TIENES LA EXPERIENCIA DEL TIEMPO
"DESPERDICIADO" SIN PLAN Y SIN LIBERTAD.
Tienes dificultad para encontrar tu propia identidad porque vives disperso en
la superficie de tu ser. Experimentas el deseo de unificar tu vida en la
presencia de ti mismo, en la acogida a los demás y a las cosas externas. En una
palabra, deseas hacer la experiencia de Agustín en el momento de su conversión.
El mismo dice que pasó entonces de la "distensión"
a la "intención", de la
dispersión a la unificación, del esfuerzo que dispersa al esfuerzo que
concentra y unifica.
Este movimiento de pacificación no puede realizarse a nivel de las técnicas.
Sólo, una existencia polarizada y unificada alrededor de una presencia es capaz
de librarte del sentimiento de descuartizamiento y disgregación que te divide
interiormente. Debes hacerte presente a ti mismo para que seas capaz de acoger
en el centro de tu ser, para integrarlo, la aportación externa de las personas,
de las cosas o de las ideas que recibas. Como dice Mounier: "Es preciso que tu diálogo interior sea tal que
puedas proseguirlo con la primera persona con la que te encuentres".
Pero existe todavía una unificación superior, la que se opera alrededor de la
presencia de Dios en Jesucristo. Entonces escapas de la dispersión y del
descuartizamiento; san Agustín nos dice que después de su conversión, ha
realizado la experiencia tonificante de un tiempo concentrado por Cristo, que
pasó de la "distensión" a la "intención". Cristo recoge el polvo de
tus instantes para unificarlos en una historia de salvación. La presencia de
Jesucristo en la oración es una ventana abierta a Dios. Cuando abres una
ventana, el polvo que flota al azar se orienta y unifica por el rayo de sol.
Del mismo modo tu atención y tu intención puestas en Cristo unifican el polvo de
los instantes y de los acontecimientos de tu vida.
He aquí que mi vida es una distensión. Y me recibió tu diestra en mi Señor, en
el Hijo del Hombre, mediador entre ti -"uno"-
y nosotros -muchos-, ...me agarro a
tu unidad. Olvidado de las cosas pasadas y no distraído en las cosas futuras y
transitorias sino extendido en las que están delante de nosotros... como yo
camino hacia la palma de la vocación de lo alto... En tanto que me he disipado
en los tiempos, cuyo orden ignoro, y mis pensamientos -las
entrañas íntimas de mi alma- son despedazados por las tumultuosas
variedades, hasta que purificado y derretido en el fuego de tu amor sea
derretido en ti.
Encuentras tu unidad el día en que colocas tu centro de gravedad en Dios. Tu
existencia logra entonces una estabilidad que echa raíces en la eternidad. Es
también Agustín el que dice: "Entonces
conseguiré consistencia y solidez en ti". No existe una receta
práctica para unificar tu ser alrededor de la presencia de Dios. No se puede
llegar a ella leyendo tres tratados como si se tratase de aprender el inglés en
un par de meses.
No puedes pretender vivir en esta presencia de una manera habitual si no
consagras largos ratos a estar en su presencia, esperando su visita y su
voluntad. Es algo más allá de las ideas, de las palabras y de los sentimientos.
Al mismo tiempo, sin que dependa de ti, te penetrará e invadirá esa experiencia
del Dios sumamente cercano, y podrás decir con Mounier: "Mi única regla, es el tener continuamente, sin cesar, el
sentimiento de la presencia de Dios". Cuanto más avances en esta
noche oscura, más incapaz te sentirás de traducirla en palabras. Más aún, como
santa Catalina de Siena, no podrás decir nada de Dios sin que lo niegues
inmediatamente y tengas la impresión de haber blasfemado.
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