Antes
de abandonar el tema de las casas de reclusión eclesiástica, me gustaría describir
cómo podría ser una de ellas. Es algo sobre lo que he pensado mucho tiempo y,
simplemente, me apetece compartirlo con vosotros.
Lo mejor es
que estuviera situada en una gran ciudad. Así los fieles podrían acercarse a
participar de los oficios. La presencia de la casa sería una imagen simbólica
de la penitencia por los pecados cometidos.
Pienso en
una casa que iría de unos veinte miembros a un centenar. Sería obligatorio
vestir en todo momento la sotana. Símbolo de la consagración, de la disciplina
reinante en esa casa, de penitencia cuando hace calor. La casa estaría abierta
a los religiosos. Pero, para mantener esa uniformidad, dentro de sus muros
deberían vestir igual. Los laicos también llevarían una vestidura especial,
pero uniforme. El modo de vestir es importante, pues es expresión de esa
disciplina.
Los oficios
divinos se considerarían un verdadero trabajo. Tratando de hacerlos de un modo
excelente, como el mejor de los monasterios benedictinos.
La bellísima
concelebración de la misa sería otra de las razones por las que los fieles de
los alrededores quisieran asistir allí a la eucaristía. Sin ser una parroquia,
esa casa se transformaría en un centro de espiritualidad.
Sería ideal
contar con trabajo físico dentro de los muros de la casa. Unos huertos serían
una ocupación óptima. La carpintería puede ser otra. Los paseos también
estarían regulados. El status de
los presentes puede ser variado. Unos pueden salir a pasear solos, otros
siempre acompañados. Démonos cuenta de que allí habría sujetos con problemas de
alcohol o ludopatía. Unos podrían salir vestidos de sacerdote, otros lo
tendrían completamente prohibido si esa vestidura puede ser motivo de problemas
posteriores.
Dado que las
personas están allí encerradas, el ejercicio físico (adaptado a las
posibilidades de cada uno) será obligatorio: el joven se ejercitará como el
joven que es, el anciano como anciano.
Otra
ocupación que tendrán los que allí vivan será atender emails y llamadas
telefónicas de todos los que tengan dudas acerca de la fe y temas similares. El
control de Internet, como es lógico, será férreo y ese trabajo se realizará en
una sala común, con la pantalla a la vista del supervisor. El que lo desee
podrá acercarse a hablar personalmente.
La casa
tendrá un sentido penitencial. Allí los obispos (y los superiores religiosos)
podrán enviar a quienes consideren que deben pasar un tiempo allí para dar
muestra de que hay verdadero arrepentimiento antes de recomenzar su labor
pastoral: caso de robo, grave escándalo, etc. La estancia allí será variable,
pudiendo ir de unas semanas a unos años. En otros casos, gravísimo, la estancia
será de por vida.
Por supuesto
que el sujeto podrá marcharse cuando quiera. Uno está allí solo porque quiere
vivir de un modo sacerdotal, porque quiere vivir como sacerdote, aunque, por
las razones que sean, no pueda tener un encargo pastoral.
El lugar
sería muy adecuado para retiros espirituales de sacerdotes y laicos.
Las comidas
se harían en silencio, escuchando una lectura espiritual. Menos los domingos y
fiestas. Después se tendrá un tiempo de tertulia y encuentro entre todos.
El problema
de recibir gente de fuera para los retiros espirituales es que pueden hacer
fotos. Al principio, consideré la posibilidad de que el coro para los oficios
(en la iglesia) estuviera cerrado como lo estuvo el de la Catedral de
Canterbury o el de la Abadía de Westminster; que se oyeran sus rezos, pero no
se les viera. Pero considero que, aunque esté prohibido y, por tanto, se
amenace con tomar medidas legales si se considera oportuno, es mejor no tomar
medidas que siempre serán inútiles. A sabiendas de que, de tanto en tanto,
pueden correr por la Red fotografías y vídeos de los que allí viven.
Como ya
dije, sería fantástico llegar a un acuerdo con el Estado para que algunos
presos comunes pudieran estar allí justo al final de su condena. Si hay 5
nuevos cada tres meses, son 20 al año. En diez años, serían 200. Es un número
nada despreciable de personas a las que una estancia allí les hará un bien grandísimo.
El Estado ahorra dinero, ya no hay peligro de fuga. La gente estará encantada
de pagar la manutención allí de presos que quieren pasar una temporada en un
ambiente de oración.
También,
como obra de caridad, la comunidad podría admitir a un número pequeñísimo de
personas con problemas mentales, para los que vivir allí, durante un tiempo,
fuese un gran beneficio.
Una
casa de tipo medio podría llegar a tener, de forma habitual, una población de
inquilinos de este tenor:
5 superiores
70 inquilinos
10 sacerdotes o laicos haciendo un retiro espiritual
5 presos
5 personas con problemas mentales
Estas casas
serían centros de adoración para los barrios de alrededor. Pienso en barrios
nuevos de la periferia con pocas iglesias. Serían casas que serían como una
petición de perdón permanente, a la gente y a Dios. Casas que la gente vería
por fuera de los muros y en la que algunos podrían pasar una temporada de
retiro espiritual. Es decir, es como si la petición de perdón se materializara
en algo concreto, visible, grande, que se puede visitar por fuera y por dentro.
Una casa que transformaría el pecado en alabanzas a Dios.
P. FORTEA
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