miércoles, 20 de marzo de 2019

CASAS DE RECLUSIÓN ECLESIÁSTICA: ÚLTIMO POST DEFINITIVO SOBRE EL TEMA


Antes de abandonar el tema de las casas de reclusión eclesiástica, me gustaría describir cómo podría ser una de ellas. Es algo sobre lo que he pensado mucho tiempo y, simplemente, me apetece compartirlo con vosotros.

Lo mejor es que estuviera situada en una gran ciudad. Así los fieles podrían acercarse a participar de los oficios. La presencia de la casa sería una imagen simbólica de la penitencia por los pecados cometidos.

Pienso en una casa que iría de unos veinte miembros a un centenar. Sería obligatorio vestir en todo momento la sotana. Símbolo de la consagración, de la disciplina reinante en esa casa, de penitencia cuando hace calor. La casa estaría abierta a los religiosos. Pero, para mantener esa uniformidad, dentro de sus muros deberían vestir igual. Los laicos también llevarían una vestidura especial, pero uniforme. El modo de vestir es importante, pues es expresión de esa disciplina.

Los oficios divinos se considerarían un verdadero trabajo. Tratando de hacerlos de un modo excelente, como el mejor de los monasterios benedictinos.

La bellísima concelebración de la misa sería otra de las razones por las que los fieles de los alrededores quisieran asistir allí a la eucaristía. Sin ser una parroquia, esa casa se transformaría en un centro de espiritualidad.

Sería ideal contar con trabajo físico dentro de los muros de la casa. Unos huertos serían una ocupación óptima. La carpintería puede ser otra. Los paseos también estarían regulados. El status de los presentes puede ser variado. Unos pueden salir a pasear solos, otros siempre acompañados. Démonos cuenta de que allí habría sujetos con problemas de alcohol o ludopatía. Unos podrían salir vestidos de sacerdote, otros lo tendrían completamente prohibido si esa vestidura puede ser motivo de problemas posteriores.

Dado que las personas están allí encerradas, el ejercicio físico (adaptado a las posibilidades de cada uno) será obligatorio: el joven se ejercitará como el joven que es, el anciano como anciano.

Otra ocupación que tendrán los que allí vivan será atender emails y llamadas telefónicas de todos los que tengan dudas acerca de la fe y temas similares. El control de Internet, como es lógico, será férreo y ese trabajo se realizará en una sala común, con la pantalla a la vista del supervisor. El que lo desee podrá acercarse a hablar personalmente.

La casa tendrá un sentido penitencial. Allí los obispos (y los superiores religiosos) podrán enviar a quienes consideren que deben pasar un tiempo allí para dar muestra de que hay verdadero arrepentimiento antes de recomenzar su labor pastoral: caso de robo, grave escándalo, etc. La estancia allí será variable, pudiendo ir de unas semanas a unos años. En otros casos, gravísimo, la estancia será de por vida.

Por supuesto que el sujeto podrá marcharse cuando quiera. Uno está allí solo porque quiere vivir de un modo sacerdotal, porque quiere vivir como sacerdote, aunque, por las razones que sean, no pueda tener un encargo pastoral.

El lugar sería muy adecuado para retiros espirituales de sacerdotes y laicos.

Las comidas se harían en silencio, escuchando una lectura espiritual. Menos los domingos y fiestas. Después se tendrá un tiempo de tertulia y encuentro entre todos.

El problema de recibir gente de fuera para los retiros espirituales es que pueden hacer fotos. Al principio, consideré la posibilidad de que el coro para los oficios (en la iglesia) estuviera cerrado como lo estuvo el de la Catedral de Canterbury o el de la Abadía de Westminster; que se oyeran sus rezos, pero no se les viera. Pero considero que, aunque esté prohibido y, por tanto, se amenace con tomar medidas legales si se considera oportuno, es mejor no tomar medidas que siempre serán inútiles. A sabiendas de que, de tanto en tanto, pueden correr por la Red fotografías y vídeos de los que allí viven.

Como ya dije, sería fantástico llegar a un acuerdo con el Estado para que algunos presos comunes pudieran estar allí justo al final de su condena. Si hay 5 nuevos cada tres meses, son 20 al año. En diez años, serían 200. Es un número nada despreciable de personas a las que una estancia allí les hará un bien grandísimo. El Estado ahorra dinero, ya no hay peligro de fuga. La gente estará encantada de pagar la manutención allí de presos que quieren pasar una temporada en un ambiente de oración.

También, como obra de caridad, la comunidad podría admitir a un número pequeñísimo de personas con problemas mentales, para los que vivir allí, durante un tiempo, fuese un gran beneficio.

Una casa de tipo medio podría llegar a tener, de forma habitual, una población de inquilinos de este tenor:

5 superiores
70 inquilinos
10 sacerdotes o laicos haciendo un retiro espiritual
5 presos
5 personas con problemas mentales

Estas casas serían centros de adoración para los barrios de alrededor. Pienso en barrios nuevos de la periferia con pocas iglesias. Serían casas que serían como una petición de perdón permanente, a la gente y a Dios. Casas que la gente vería por fuera de los muros y en la que algunos podrían pasar una temporada de retiro espiritual. Es decir, es como si la petición de perdón se materializara en algo concreto, visible, grande, que se puede visitar por fuera y por dentro. Una casa que transformaría el pecado en alabanzas a Dios.

P. FORTEA

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