3 RAZONES POR LAS QUE HAY QUE
PERMITIR QUE LOS NIÑOS EXPERIMENTEN LA FRUSTRACIÓN.
El
mensaje del video que les presentamos hoy, va directo y sin anestesia: «dejemos que nuestros niños se frustren». Como
primera impresión, parecería que esto que escuchamos es un error. ¿Qué padre permitiría
activamente que sus hijos sufran la angustia de la frustración?
Sin
embargo, la psicóloga María Jesús Álava Reyes, colaboradora de la iniciativa «Aprendemos Juntos» de la BBVA y galardonada con
el Premio a la Mejor Labor de Divulgación de la Psicología 2017, nos explica de
forma muy clara que la sobreprotección que en las últimas décadas se ha puesto
de moda entre los padres, ha llevado a que esta generación de jóvenes de 18 a
30 años, tenga una mayor necesidad de acudir a consultas clínicas por salud
mental que cualquiera de las generaciones anteriores.
Y aunque
lo más probable es que dicho aumento sea multifactorial, se ha visto que estos
jóvenes tienen algo en común: no han desarrollado las herramientas mentales/espirituales
para afrontar las dificultades propias de la vida. En este sentido,
comentaremos algunos elementos apostólicos que hemos encontrado en el análisis
que la psicóloga Álava Reyes nos propone:
1. LOS NIÑOS SE
TIENEN QUE FRUSTRAR PARA PODER APRENDER Y ELABORAR RECURSOS
¿Quién podría negar la incomodidad, desilusión y desazón tan grande que
se siente ante la frustración?, ¿quién podría desearle eso a sus familiares o a
sus propios hijos? Es
indudable, al mismo tiempo, que la vida es dura y las desilusiones que a veces
esta nos trae son ineludibles. Es así que cuando escuché esta frase, y pensando
en mi propia experiencia, me di cuenta que estaba de acuerdo.
Todos
hemos conocido o sabemos de personas que viven sobreprotegidas y cuyos padres
se desviven por mantenerlas en una burbuja (incluso si es una «burbuja cristiana»). En su afán de protegerlos en
el corto plazo (o porque a veces es más fácil darles lo que quieren en vez de
lidiar con un berrinche), no se dan cuentan de la oportunidad que les quitan a
sus hijos de aprender a conocerse y por ende, a controlarse y sobreponerse.
La vida
está llena de matices y probablemente sea justamente por eso que es
bella. ¿Quién no ha
pasado por situaciones difíciles, desconciertos, soledad? Claro, a
veces, suscitados como consecuencia de nuestras propias malas decisiones, pero
a veces tan fortuitas y fuera de nuestro control. Como accidentes por terceros
o enfermedad ¿Cómo prepararnos ante eso?
Nuestro
Señor nos lo dice: «El que es fiel en lo poco, es
fiel también en lo mucho…» (Lc 16, 10). Podemos aprender a afrontar las
pequeñas derrotas desde la niñez, morir a nosotros mismos al darnos cuenta que
a veces morderemos el polvo, pero que eso no determina nuestro valor como
personas. Esto será más fácil de entender si aprendemos a hallar nuestro valor
en Él y no en nuestras fuerzas, doble ánimo u otras personas: esta será en
realidad nuestra herramienta más poderosa frente a las frustraciones de la
vida.
Es ciertamente durante la niñez
que tenemos más libertad de equivocarnos y menos que perder. ¡Qué mejor que aprender a lidiar con la frustración
cuando la razón es todavía tan trivial como haber perdido un juego! Esto nos permitirá desarrollar herramientas
emocionales que nos ayudarán a lidiar con pérdidas más significativas…de esas
que te llevan a cuestionar el valor y sentido de la vida. Pero si nos hemos
acostumbrado a buscar a Dios en los desaciertos cotidianos, entonces diremos
como en el salmo que es feliz aquel que ha hallado en Él su refugio: «Pues a mí se acogió, lo libraré, lo protegeré, pues mi Nombre conoció.
Si me invoca, yo le responderé, y en la angustia estaré junto a él, lo salvaré,
lo enalteceré. Alargaré sus días como lo desea y haré que pueda ver mi
salvación» (Sal 91,
14-16).
2. LA FRUSTRACIÓN NOS
HACE MÁS HUMANOS, MÁS SENSIBLES Y MÁS JUSTOS
Tomando
como ejemplo el libro de Job (catalogado en la Biblia como un libro de
sabiduría), vemos que gran parte del texto expone a un Job desconcertado por
este aparente abandono de Dios. Hay parlamentos enteros en los que, aunque no
reniega de Dios, a Job se le nota francamente frustrado. Sin embargo, hay que
reconocer que, en general, los sinsabores de la vida son lecciones de humildad.
En
palabras del Padre y académico, Bernardo Hurault: «El
ser humano puede así darse cuenta por fin que no es el centro del mundo ni
puede exigirle a Dios que detenga por él, la marcha de los acontecimientos […]
Aunque no conozca la razón de sus desgracias, comprende que sus intereses
personales no se identifican necesariamente con los de Dios».
Asimismo, una persona humilde se hace más
consciente de sus propias debilidades; por lo que, le será fácil detectarlas en
otras personas. Entonces, ya no se relacionará con los demás «desde arriba», con un complejo de superioridad,
sino que desarrollará su empatía, pues verdaderamente entiende al otro. En el
cristianismo, a eso también le llamamos compasión: identificarse
con el dolor de los demás como si fuera propio, es así que nos hacemos más
humanos, más sensibles, más justos.
Existe
otro componente de la frustración para un seguidor de Cristo. Uno que se debe
buscar activamente y al que llamamos mortificación. El morir al yo («yo
instintivo») para acrecentar nuestra virtud («yo
racional»). Más aún, el libro de espiritualidad de la «Legión de María» dice al respecto: «La mortificación lleva consigo la lucha contra la
pereza, estados de ánimo y actitudes egoístas. Una persona mortificada será
cortés y agradable para aquellos que conviven con ella, tanto en casa como en
el trabajo. El apostolado personal, que es la amistad llevada a su conclusión
lógica, lleva consigo la mortificación».
3. SI NOS
CONOCIÉRAMOS MÁS, SABRÍAMOS RELACIONARNOS, SERÍAMOS MENOS MANIPULABLES
Este
punto está estrechamente relacionado con el anterior. Conocernos, es decir,
advertir cómo estamos emocionalmente, es el primer paso hacia el gobierno de
nuestros propios sentimientos (autocontrol/mortificación) y nos hace menos
proclives a dejarnos manejar, incluso por nuestras emociones/reacciones.
«Las personas que perciben con verdadera claridad sus sentimientos
suelen alcanzar una vida emocional más desarrollada. Son personas más
autónomas, más seguras, más positivas; y cuando caen en un estado de ánimo
negativo no le dan vueltas obsesivamente, ni lo aceptan de modo pasivo, sino
que saben cómo afrontarlo y gracias a eso no tardan en salir de él. Su
ecuanimidad en el conocimiento propio les ayuda mucho a abordar con acierto los
problemas y gobernar con eficacia su vida afectiva». (Alfonso Aguiló).
Asimismo,
el conocido Fr Nelson Medina, O.P. nos dice al respecto: «La persona que
se conoce es infinitamente menos violenta que la que no se conoce. La violencia
es ignorancia fermentada. Por eso en las discusiones alza más la
voz el que menos seguro se siente: suple con gritos lo que le falta en
convicción de las propias razones. La persona que se conoce tiende a ser más
misericordiosa. Ha visto sus propios errores y le queda más fácil entender que
otros yerren. Ha visto que el mal tiene mil disfraces y que es fácil
equivocarse; por eso simpatiza con la frase compasiva de Cristo en la Cruz:
«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23,34).
Finalmente,
comparto lo que con simpleza y sabiduría dijo mi párroco este domingo: «Es solo
en medio de situaciones límite que podemos descubrir de qué estamos hechos». No
privemos a nuestros niños ni a nosotros mismos de la experiencia de la vida,
con todo el polvo y la gloria que ella nos trae. Que nuestro Señor nos dé la
luz y la valentía de arriesgarnos a vivir y confiar en Él.
Finalmente
quiero compartir un fragmento escrito por Fr Nelson Medina que nos servirá para
meditar:
Tarda el alma en
comprender que aquello que Dios le ha dado si después le fuere quitado será
solo por su bien. Y tarda más en aceptar que si todo ha de partir empezarse a
despedir es ser sabio de verdad. Tarda el alma en acoger con genuina gratitud el
abrazo de la cruz y el sendero de la fe. Pero al fin triunfa el amor, y, pasada
noche oscura, el alma goza y se inunda de la paz de Cristo Dios.
(Fr Nelson Medina, O.P.)
Por Solange Paredes
Fuente: catholic-link
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