miércoles, 2 de enero de 2019

LA VIDA DE DIOS


La gracia es el favor, el auxilio gratuito de Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios.

Por: Marco Antonio Garcia Triñaque | Fuente: Tiempos de Fe
  1. LA GRACIA, PRESENCIA DE DIOS

Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica que: la gracia es el favor, el auxilio gratuito de Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios (cf. Jn 1, 12-18), hijos adoptivos (cf. Rom 8, 14-17), participes de la naturaleza divina (cf. 2 Pe 1, 3-4), de la vida eterna (cf. Jn 17,3). La gracia es una participación de la vida de Dios (Catic nn. 1996-1997).

La vida de la gracia es el don por el que el cristiano vive unido a Cristo como el sarmiento a la vid (Cf. Jn 15, 1-8), inicia con el Bautismo y se pierde con el pecado mortal, se recupera con el Sacramento de la Penitencia y se sostienen y acrecienta con los Sacramentos, la participación litúrgica y la oración.

Dios es, por tanto, quien nos concede este don; Cristo Nuestro Señor quien nos lo ha merecido, destruyendo el pecado con su muerte en la cruz; la vida eterna; el fin al cual esta ordenado. Podemos decir que la vida de gracia es la vida misma de Dios latiendo en nuestro ser; esta gracia nos convierte en hombres nuevos, en hijos de dios. Por la gracia experimentamos un cambio interior y una participación de la vida divina, ya que Dios habita en nosotros. Desde ese momento estamos llamados al Cielo, a la vida eterna junto a dios.

1.      LA NECESIDAD DE LA GRACIAS

Como ya hemos visto, la gracia es un don gratuito de Dios, es por esto que el hombre ha de estar dispuesto a recibirla a través de actos virtuosos pero sobre todo a través de un acto de fe. Las obras para que tengan valor de cara a la salvación, deben realizarse con la ayuda de la gracia. Recordemos que nos podemos alcanzar la santidad y sálvanos contando única y exclusivamente con nuestras fuerzas, necesitamos la ayuda de Dios.

Decía San Francisco de Sales en Introducción a la Vida Devota << En cualquier situación en que nos hallemos, debemos y podemos aspirar a la vida del motor interior que genera una vida nueva en el cristiano, es el artífice de la santidad. El Espíritu Santo influye también sobre las cualidades del hombre, sobre su capacidad de entender, de decidir y de actuar a través de sus dones que, como ya hemos mencionado, son gracias especiales entregadas para bien de quien las recibe y para los demás. Los dones del Espíritu Santo los vamos a dividir en tres grandes bloques:

  1. DONES PARA EL ENTENDIMIENTO:
  1. Sabiduría: Es la capacidad para discernir siempre del espíritu. Es similar a la virtud de la prudencia, pero en este caso es un don gratuito que permite ver todo con una nueva dimensión, la del espíritu. La sabiduría lleva a dar juicios prudentes y exactos sobre las realidades espirituales.
  2. Inteligencia: Es una capacidad especial que nos otorga el Espíritu Santo para comprender y penetrar la Palabra de Dios.
  3. Ciencia: Es el don que nos lleva a descubrir el obrar de Dios en la propia vida.

  1. DONES PARA LA VOLUNTAD:
  1. Consejo: es la capacidad para descubrir siempre con certeza la voluntad de Dios.
  2. Fortaleza: Es la capacidad para tomar decisiones difíciles en la fidelidad al plan de Dios sobre la propia vida, y llevarlas adelantes cueste lo que cueste.

  1. DONES PARA EL ACTUAR:
  1. Piedad: Es la predisposición a actuar siempre como hijo de Dios. Es una actitud de vida profunda que influye en toda la personalidad
  2. Temor de Dios: Este don, generalmente lo entendemos como si fuera un miedo al poder de Dios. Realmente es un miedo, pero a perder a Dios por el pecado, la tibieza o la indiferencia en el amor. El recto temor de Dios convierte toda la vida en un continuo acto de amor y de fidelidad a Dios para no perderlo. Nos lleva a defender y acrecentar la vida de gracia en el alma y a cultivar la vida interior.
Podemos concluir diciendo que la gracia, siendo de orden sobrenatural escapa a nuestra experiencia y solo puede ser conocida por la fe, una fe plasmada en obras (ver Mt 7, 20).

Ninguno diga: Yo no puedo, porque Cristo ha sido fiel por ti y para ti. Él ha reparado de antemano todas tus flaquezas, con s fidelidad ha merecido para ti la fuerza, las gracias necesarias para que seas fiel. Su fidelidad es tu fidelidad.

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