La fuente más común, más profunda y más grande de la
alegría es el amor. La alegría es algo simple, pero no sencillo. Es simple
apreciar si una persona es alegre o no, y la forma en la que ilumina a los
demás, sin embargo tratar de ser una persona así no es sencillo. La alegría es
un gozo del espíritu.
Los seres
humanos conocemos muy bien el sufrimiento y el dolor, y quienes han perdido a
un ser querido lo han experimentado en toda su profundidad. Bien, pues así como
el ser humano conoce el dolor y el sufrimiento, es capaz de tener las
sensaciones opuestas: bienestar y… ¿Felicidad? Sí,
felicidad.
Sin
embargo la alegría es distinta del dolor, pues el dolor generalmente tiene
causas externas: un golpe, un acontecimiento trágico, una situación difícil. Y
la alegría es exactamente al revés, proviene del interior. Desde el centro de
nuestra mente, de nuestra alma, hay un bienestar, una paz que se reflejan en
todo nuestro cuerpo: sonreímos, andamos por ahí tarareando o silbando una
tonadita, nos volvemos solícitos… El cambio es realmente espectacular, tanto
que suele contagiar a quienes están alrededor de una persona así.
La
alegría surge, en primer lugar, de una actitud, la de decidir cómo afronta
nuestro espíritu las cosas que nos rodean. Quien se deja afectar por las cosas
malas, elige sufrir. Quien decide que su paz es mayor que las cosas externas,
entonces se acerca más a una alegría. Una alegría que viene desde de adentro.
La fuente
más común, más profunda y más grande de la alegría es el amor, particularmente
el amor en pareja. ¿Quién no se siente alegre
cuando recién conoció a una persona que le gusta? Aún más ¿Quién no ve el mundo diferente cuando se da cuenta de
que esa persona, además, está interesada en nosotros? El amor rejuvenece
y es una fuente espontánea y profunda de alegría. Ese amor es, efectivamente,
el principal combustible para estar alegres. Quien no ama, no ríe. Y es por eso
que el egoísta sufre, y nunca está alegre.
Si nos
hiciéramos el propósito de enumerar una serie de motivos para no estar alegres,
encontraríamos: levantarse todos los día a la misma hora para acudir al
trabajo, a la escuela o para reiniciar las labores domésticas; convivir con las
personas que no son de nuestro agrado; enfrentarse al tráfico; preocuparnos por
ajustar nuestro presupuesto para solventar las necesidades primordiales y
además pagar las deudas; estar pendientes de la seguridad y bienestar de la
familia; trabajar exactamente en lo mismo que hicimos ayer, y todo aquello que
de alguna manera se parece a la vida rutinaria. Esto sería lo mismo que llevar
una vida fría y con un gran toque de amargura.
Pocas
veces pensamos en el hecho de estar alegres, pues en algunos momentos la
alegría surge de manera espontánea por diversos motivos: una mejor oportunidad de trabajo, la propuesta para
emprender un negocio, el ascenso que no esperábamos, un resultado por encima de
lo previsto en los estudios… y dejamos que la vida siga su curso, sin ser
conscientes que a la alegría no siempre se le encuentra, también se le
construye.
Tampoco es
válido pensar que la solución consiste en tomar con poca seriedad nuestras
obligaciones y compromisos para vivir tranquilamente y de esta manera estar
alegres. La persona que busca evadir la realidad tiene una alegría ficticia,
mejor dicho, vive inmerso en la comodidad y en la búsqueda del placer, lo cual
dura muy poco.
¿QUÉ SE DEBE HACER PARA
VIVIR EL VALOR DE LA ALEGRÍA?. PARA CONCRETAR UNA RESPUESTA, PRIMERO DEBEMOS
VER LO BUENO QUE HACEMOS CON ESFUERZO Y CARIÑO:
–
El trabajo que todos los días haces en la oficina o en el negocio. Aunque siempre sea el mismo, beneficias a otras
personas y por consiguiente a tu familia y ti mismo. El hacerlo bien te da la
seguridad de mantenerlo y de tener una fuente de ingresos.
–
El cuidado que tienes para tu familia. Si eres
padre o madre de familia, tienes la satisfacción de proporcionarles educación,
alimentos y cuidados a tus hijos. Te da gusto verlos aseados y contentos. Haz
tenido la capacidad de no adquirir algo para tu uso personal con tal de
comprarles ropa, libros, zapatos o algún juguete. Como hijo, haces que tus
padres se sientan orgullosos al ver tus éxitos en los estudios, el deporte o
cualquier sana afición, de estar pendiente de no provocarles un disgusto o una
pena como consecuencia de malas amistades, el alcohol o la droga.
–
El tener amigos. Cada vez
que los visitas por enfermedad, les ayudas en una mudanza, te das tiempo para
platicar de sus problemas y darles consejo, o si sabes de mecánica te ofreces
para hacer una pequeña reparación, salir a comer o convivir mediante algún
deporte.
–
El vivir en armonía con la sociedad. Mantener
buenas relaciones con tus vecinos, ser aceptado por mostrar educación y
respeto, el cuidar la limpieza fuera de tu casa, procurar que existan centros
de sana diversión cerca del lugar en el que vives, o si participas en alguna
iniciativa de ayuda a los más necesitados.
¿NO ES TODO LO ANTERIOR
MOTIVO DE GOZO Y DE SATISFACCIÓN INTERIOR?
El valor
de la alegría está alejado del egoísmo porque todas las personas están primero
que la propia, es saber darse sin medida, sin interés, por el simple hecho de
querer ayudar con los medios a nuestro alcance.
Cada vez
que realizamos algo bueno, con sacrificio o sin él, con desprendimiento de
nuestra persona y de nuestras cosas, nos inunda la paz interior porque es la
alegría del deber cumplido.
Lo que
más apreciamos en la vida se debe al esfuerzo que pusimos para alcanzarlo,
estudiando con intensidad, preparándonos para trabajar más y mejor, y los
beneficios a obtener serán consecuencia de ese empeño.
El tener
vida ya es motivo suficiente de alegría, aún el las circunstancias más
adversas, estamos en condiciones de hacer algo positivo y de provecho para los
demás, “es hacer el bien, sin mirar a quien”. Disfrutar
de lo poco o de lo mucho que tenemos sin renunciar a mejorar, mientras tengamos
vida, tenemos posibilidades. Toda persona es capaz de irradiar desde su
interior la alegría, manifestándola exteriormente con una simple sonrisa o con
la actitud serena de su persona, propia de quien sabe apreciar y valorar todo
lo que existe a su alrededor.
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