En esta debacle Bergogliana, que siempre va a peor, al Papa Bergoglio
parece no quedarle defensores acérrimos en el establishment neocatólico salvo unos cuantos personajes
desquiciados con inclinación a
los exabruptos obscenos, a dos de los cuales finalmente EWTN y el National
Catholic Register han tenido
que despedir. Éste es un papado que sólo un loco puede continuar defendiendo
como firmemente ortodoxo.
El Dr. Douglas Farrow, un profesor de teología en la Universidad de
McGill, resume de manera acertada el sentir de la representación no tradicionalista,
ahora unánime, que se opone a la locura de este Papa escribiendo para el Catholic World Report sobre lo que él denomina “el preocupante pontificado de Bergoglio”: Los críticos están en lo cierto cuando dicen que la revolución
está equivocada: esto no es una reforma. No es ni siquiera una
conversión. Es una conquista. Si no se frena, las puertas del infierno
prevalecerán contra la Iglesia, que se extinguirá en todas partes como se está
ya extinguiendo en las tierras de los mismos revolucionarios. Debemos
pedir al Cielo que lo pare y estar preparados para ayudar a pararlo confiando
en la promesa de Nuestro Señor de que esas puertas no prevalecerán y que su
iglesia no desaparecerá.
No se
puede hallar una afirmación tan severa ni siquiera en una página web
sedevacantista, y sin embargo esto aparece en las páginas de una publicación de
tendencia popular que nunca podría ser acusada pertenecer al temido “tradicionalismo radical”.
La imagen de Farrow de conquista es bastante sorprendente. Así es: tenemos un Papa que parece decidido a conquistar la
Iglesia para arrasarla y reconstruirla de acuerdo con su propio “sueño”
distópico de lo que debería ser; que representa la esencia destilada de un
neo-modernismo jesuítico degenerado, combinado con astutas maniobras de poder
político al estilo argentino. Recordemos las mismas palabras de
Bergoglio en esa declaración de intenciones que es Evangelii Gaudium (EG),
un extenso manifiesto personal de doscientos ochenta y ocho párrafos sin
parangón en la historia del papado: Sueño con una ´opción
misionera´; es decir, con un impulso misionero capaz de transformarlo todo de
manera que las costumbres de la Iglesia, la manera de hacer las cosas, los
horarios y programas, el lenguaje y las estructuras puedan ser adecuadamente
encaminadas a la evangelización del mundo de hoy en lugar de dedicarse a su
auto-preservación.
Que Bergoglio vea oposición entre su sueño y la auto-preservación de la
Iglesia evidencia más que una evidente arrogancia. Como dijo a su amigo Eugenio
Scalfari durante la infame entrevista en La Repúbblica poco
antes de que Evangelii Gaudium se publicase, no se ha hecho lo suficiente
para rehacer la Iglesia desde Vaticano Segundo: “Los
padres del Concilio sabían que estar abiertos a la cultura moderna comportaba
un ecumenismo religioso y un diálogo con los no creyentes. Pero luego se hizo
muy poco en esta dirección. Yo tengo la humildad y la
ambición de hacer algo”. Parece
que estamos tratando con alguien parecido a un maníaco que habiendo ascendido
de alguna manera a la Cátedra de Pedro representa un peligro claro e inminente
para la Fe.
La actividad frenética de este Papa, que parece empeñado en la conquista
de la Iglesia y que, de no ser frenado, como dice Farrow, las puertas del
infierno prevalecerán contra Ella y desaparecerá en todas partes, recuerda la
famosa cita de las obras del Doctor de la Iglesia San Roberto Belarmino
(1542-1621) en su compendio impresionante Controversias sobre la Fe Cristiana. En el libro segundo de su volumen sobre el
Soberano Pontífice, Belarmino aborda varias objeciones al poder papal
incluyendo la siguiente: Es lícito que alguien mate a un
pontífice si éste invade cualquier territorio injustamente: por esta razón será
mucho más justo que los reyes o un Concilio depongan a un pontífice sí éste va
a dañar el bien común o se empeña en destruir almas con su ejemplo.
A lo cual
Belarmino responde así: Primero respondo negando el
consecuente, porque no se requiere autoridad para resistir a un invasor y
defenderse uno mismo. No es necesario que el invadido sea juez y superior
de aquel que invade, mas se requiere autoridad para juzgar y castigar. Por lo
tanto, de la misma manera que es lícito resistir a un pontífice que invade un
cuerpo, es lícito resistirse cuando invade almas o perturba un estado y mucho
más si se esfuerza en destruir la Iglesia. Digo que es lícito resistirlo no
haciendo lo que ordene y detenerlo para que no cumpla su voluntad. Aun
así, no es lícito juzgarlo castigarlo ni incluso destituirlo porque no es sino
un superior. Sobre este asunto ver Cayetano y Juan de Torquemada.
Tengamos
en cuenta un aspecto de este razonamiento de Belarmino que a menudo se pasa por
alto: que la resistencia a un pontífice romano descarriado que ataca la Iglesia
no es una cuestión de autoridad usurpadora sino de simple autodefensa. Tengamos
en cuenta también que Belarmino no considera imposible la perspectiva de un
Papa que se esforzara por destruir la Iglesia. Él dice más bien que no se
necesitaría ninguna autoridad para defender a las almas o a la Iglesia contra
tal Papa. Todo lo contrario: se tendría el deber de resistir a un Papa así y el
hecho de no resistirlo sería un acto culpable. Es lo que Santo Tomás llama
obediencia indiscreta a un superior, significando la obediencia a cualquier
orden que sea ´´contraria a Dios o a una regla que
ellos [los religiosos] profesan, ya que la obediencia en estos casos sería
ilícita. ´´ (Suma teológica II-II, Q 104, art. 5)
Queda
implícito en estos razonamientos la verdad que nadie en la tierra –ni
siquiera el Papa –es un dictador absoluto cuya voluntad es ley por el mero
hecho de que eso es lo que quiera. Esa es precisamente la cuestión que
Benedicto XVI hizo explícita en el comienzo de su pontificado misteriosamente
truncado: El Papa no es un monarca
absoluto cuyos pensamientos y deseos son ley. Por el contrario, el ministerio
del Papa es una garantía de obediencia a Cristo y a su Palabra. No debe
proclamar sus propias ideas sino que constantemente debe sujetarse a sí mismo y
a la Iglesia a la obediencia de la Palabra de Dios ante cada pretensión de
adaptarla o diluirla y ante cualquier forma de oportunismo” [Homilía para la
Misa de Posesión de la Cátedra del Obispo de Roma, 7 de mayo de 2005]
El
argumento de Belarmino se cita a menudo en esta época sin precedentes, tal vez
incluso peor que la crisis arriana, en la que la resistencia a la conducta
indebida papal se ha vuelto casi obligatoria si se quiere preservar intacta la
fe de nuestros padres. Pero con la llegada de Bergoglio y el “Bergoglianismo“, como Antonio Socci lo llama, nos
enfrentamos por primera vez en dos mil años con la materialización del Papa
hipotético de Belarmino que se esfuerza en destruir la Iglesia: un Papa que abiertamente declara que la “auto-preservación”
de la Iglesia no es menos preocupante para él que su sueño maniaco de
“transformarlo todo”.
Esa transformación eclesial destructiva que Bergoglio prevé incluye la
noción inaudita de una “iglesia sinodal” en
consonancia con los cismáticos Ortodoxos, que reemplazaría literalmente la
Iglesia que Cristo fundó. En su discurso por el quincuagésimo aniversario de
la desastrosa invención por parte de Pablo VI del “Sínodo Universal” que se reúne periódicamente en Roma,
Bergoglio habló del “compromiso de construir una
Iglesia sinodal”, declarando: “Estoy
convencido de que en una iglesia sinodal puede arrojar más luz en el ejercicio
del primado Petrino´´.
Sobre
este sínodo Bergoglio construirá su iglesia y las puertas del infierno
prevalecerán contra ella si él fuera el monarca absoluto que parece creer que
es. ¿Qué es esa “iglesia sinodal” sino simplemente
una elaborada hoja de higuera para ocultar el ejercicio desnudo de la voluntad
de Bergoglio, tal como hemos visto con un sínodo manipulado tras otro?
La recién
terminada farsa sinodal “Sobre los jóvenes, la fe y
el discernimiento vocacional” culminó en un Documento Final absurdamente
ampuloso de unas veinticinco mil palabras, redactado previamente por el
comité de redacción seleccionado por Bergoglio y repleto de temas que los
Padres sinodales nunca trataron, incluido el “discernimiento”
[es decir, consintiendo el adulterio y ofreciendo la Santa Comunión mientras
el pecador se lo piensa]. La “orientación
sexual” y la misma “sinodalidad” por
la cual Bergoglio busca imponer su voluntad. El documento se proporcionó sólo
en italiano durante último día del sínodo y se tradujo oralmente sólo en el
momento para su votación apresurada párrafo por párrafo por parte de los
prelados en la sala – ¡no se permiten enmiendas!-
la mayoría de los cuales eran incapaces de leer o hablar italiano y mucho menos
reflexionar sobre la montaña de verborrea que estaban votando.
En una entrevista con Edward Pentin, el obispo de Sídney, Anthony
Fisher, éste comunicó cortésmente que el Sínodo era una parodia manipulada de
un procedimiento. ´´Sí, [El documento final]
fue leído tan rápido que los traductores se las vieron y se las desearon para
llevar el ritmo, y los padres no podían tomar notas en su propia lengua. Por
tanto no siempre estábamos seguros sobre qué nos pedían votar Sí o No”. Acerca de la inserción de la “sinodalidad” – o sea, el instrumento de la
voluntad de Bergoglio- en el Documento Final, Fisher hizo esta devastadora
evaluación: ´´No estaba en el documento de trabajo.
No estaba en las discusiones de la asamblea general. No estaba en las
discusiones de los grupos de idiomas. No estaba en los informes de los grupos
pequeños. Simplemente apareció como de la nada, en
el borrador del documento final.”
En cuanto a la exclusión sistemática, ampliamente reportada, de
los jóvenes de mentalidad tradicional de las
reuniones sinodales y pre-sinodales, Fisher dijo lo siguiente: Pero uno de los Padres sinodales más internacionales observó que
parecía que no había o había pocos jóvenes de “disposición clásica” (según sus
palabras) presentes para hablar desde ese punto de vista y que esto hacía que
los jóvenes auditores no fueran totalmente representativos. de su generación… No.
No creo que se silenció sólo a los jóvenes con mente más tradicional.
Todos lo fuimos. El hecho es que después de nuestras breves intervenciones, fue
casi imposible para los obispos conseguir un turno de intervención adicional en
la asamblea general… Y luego a votar en cuestión de minutos, y eso bajo una
terrible premura, sin oportunidad de nuevas enmiendas. Para mí, esa no es la
manera de hacer doctrina.
Pero ese es el camino para que
Bergoglio “haga doctrina” al tiempo que
afirma que simplemente está implementando las ´´decisiones
del Sínodo” descritas sin pudor como un oráculo del “Espíritu”. De ahí la promulgación por parte de
Bergoglio de Episcopalis Comunio (CE) que formaliza los procedimientos de sus
simulacros sinodales como un “proceso [que] no solo
tiene su punto de partida sino su punto de llegada en el Pueblo de Dios, sobre
el cual los dones de la gracia otorgados por el Espíritu Santo a través de la
reunión de los obispos en asamblea deben ser derramados”.
Bajo el
mecanismo creado por EC, Bergoglio podrá sellar los resultados de los sínodos
que gestiona desde el principio hasta el final, etiquetar los documentos
finales como parte del “Magisterio ordinario del
sucesor de Pedro” (Art. 18) y luego declarar los documentos sinodales
predeterminados y pre-escritos que aprueba como “el
resultado del trabajo del Espíritu…” (¶ 5). De esta manera
Bergoglio puede manipular un concilio seudo-ecuménico tras otro sin todo el
alboroto y la molestia que supone un verdadero concilio ecuménico en el que una
minoría conservadora obstinada pudiera impedir sus designios.
El
Documento Final de este Sínodo comienza con esta cita, que, inadvertidamente,
dice mucho, del Capítulo 2 de los Hechos de los Apóstoles, recortada engañosamente
para ocultar su contexto, como es típico de las citas Bergoglianas de las
escrituras: “Sucederá en los últimos días, dice
Dios: Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y
vuestras hijas; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán
sueños.” (Hechos 2:17). La sugerencia absurda, que nadie,
incluyendo a Bergoglio, realmente cree, es que los jóvenes, simplemente por ser
jóvenes, tienen el don de profetizar y recibir visiones celestiales, y que “ésta es la experiencia que tuvimos en este Sínodo,
caminando juntos y escuchando la voz del Espíritu”. Lo que
significa, por supuesto, la voz de Bergoglio y su círculo íntimo.
Pero lo
que Bergoglio ha escondido en la elipsis es que Pedro, citando la profecía de
Joel, está reprendiendo a sus compatriotas judíos en el día de Pentecostés,
advirtiéndoles de lo que sucederá durante los últimos tiempos: [Y sucederá, en los últimos días, dice Dios] derramaré mi
Espíritu sobre todas carne. profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas,
vuestros jóvenes tendrán visiones y vuestros ancianos verán sueños.
También
se omite el resto de la profecía de Joel: Hasta
sobre mis esclavos y sobre mis esclavas derramaré de mi espíritu en aquellos
días, y profetizarán. 19 Haré prodigios arriba en el cielo y señales abajo en
la tierra, sangre, y fuego, y vapor de humo. 20 El sol se convertirá en
tinieblas, y la luna en sangre, antes que llegue el día del Señor, el día
grande y célebre. 21 Y acaecerá que todo el que invocare el nombre del
Señor, será salvo». 22 “Varones de Israel, escuchad estas palabras: A Jesús de
Nazaret, hombre acreditado por Dios ante vosotros mediante obras poderosas,
milagros y señales que Dios hizo por medio de Él entre vosotros, como vosotros
mismos sabéis; 23 a Éste, entregado según el designio determinado y la
presciencia de Dios, vosotros, por manos de inicuos, lo hicisteis morir,
crucificándolo. (Hechos 2: 18-23)
Esta cita
no es exactamente una corroboración bíblica de la afirmación ridícula de que
los jóvenes tienen un inherente carisma profético a exhibir en el espectáculo
romano de Bergoglio. Muy al contrario, en el contexto, Pedro no habla en
absoluto de un imaginario carisma de profecía de los jóvenes sino que más bien
exhorta al pueblo de Israel a convertirse antes de que Cristo, a quien
crucificaron, venga de nuevo en medio de signos extraordinarios que ciertamente
no son evidentes en ninguna de las obras de Bergoglio. Y tres mil oyentes de
Pedro se convirtieron inmediatamente. Precisamente como obra verdadera del
Espíritu Santo actuando a través del primer Papa: 37
Al oír esto ellos se compungieron de corazón y dijeron a Pedro y a los demás
apóstoles: “Varones, hermanos, ¿qué es lo que hemos de hacer?” 38
Respondióles Pedro: “Arrepentíos, dijo, y bautizaos cada uno de vosotros en el
nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del
Espíritu Santo. 39 Pues para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos y
para todos los que están lejos, cuantos llamare el Señor Dios nuestro”. 40 Con
otras muchas palabras dio testimonio, y los exhortaba diciendo: “Salvaos de
esta generación perversa”. 41 Aquellos, pues, que aceptaron sus palabras,
fueron bautizados y se agregaron en aquel día cerca de tres mil almas
[Actos 2: 37-41]
¿Qué nos dice el que las primeras palabras del
hinchado documento que hizo tragar a los Padres Sinodales sea una cita de las
escrituras descaradamente manipulada, aparentemente sacada al azar del Nuevo
Testamento simplemente porque dicen algo acerca de la profecía de los jóvenes?
¿Qué nos dice esto acerca de Bergoglio? Lo que nos dice es que él y sus colaboradores tienen un compromiso poco
confiable con la verdad, pero un compromiso inquebrantable para obtener
cualquier resultado que “el Papa Dictador” desee.
Un ostensiblemente enfadado Sandro Magister escribe que Bergoglio ha
instalado “cualquier cosa menos una Iglesia
sinodal” y que después de alabar la “sinodalidad” como ´´un fruto preeminente
del sínodo de los obispos del octubre pasado”, incluso aunque los obispos nunca
lo comentaron, él ´´ha desmantelado la agenda de la asamblea plenaria de
uno de los episcopados más grandes del mundo, el de los Estados Unidos”
ordenándolos que no tomen ninguna medida en la crisis de sacerdotes
homosexuales en la que él mismo está profundamente implicado. Asimismo,
Bergoglio ha “abandonado a su suerte, en China, a
los obispos que no tomen parte en el acuerdo secreto firmado a fines de septiembre
entre la Santa Sede y las autoridades de Pekín; es decir, la treintena de
obispos clandestinos que resisten impávidos el despotismo del régimen sobre la
Iglesia”.
Pero
Magister – asumo que irónicamente– no reconoce que esa “sinodalidad”
nunca ha sido otra cosa que un vehículo de dictadura Bergogliana sobre
la Iglesia y que sólo opera en Roma, donde tiene el control total de las
reuniones que no son sino una farsa para su propio ejercicio del poder.
Quizá por primera vez en la historia, la Silla de Pedro está ocupada por
alguien que concibe su poder como absoluto, incluso en materia de doctrina, que
hace grandes aspavientos de su pretensión de tratar humildemente de
descentralizar la autoridad eclesiástica, pero de modo que realmente la
concentra como nunca antes en la persona del Papa. Admitiendo eso, el
portavoz bergogliano P. Thomas Rosica, el agregado de lengua inglesa
rabiosamente pro-homosexual de la Oficina de Prensa del Vaticano, declaró exultante: El
Papa Francisco rompe con las tradiciones Católicas cuando quiere porque él está
“libre de apegos desordenados [citando a Bergoglio].” Nuestra Iglesia de
hecho ha entrado en una nueva fase: con el advenimiento de este primer Papa
Jesuita, está abiertamente dirigida por un individuo en vez de por la autoridad
de la Escritura únicamente o incluso por los dictados de la Tradición
sumada a la Escritura.
No se
puede pedir una descripción más acertada de un Papa que “se esfuerza por destruir la Iglesia”. Siguiendo el consejo de
San Roberto Belarmino, los fieles no pueden dejar de responder a los esfuerzos
de Bergoglio conforme a su estado, “no haciendo lo
que él ordena y frenándolo para que no cumpla su voluntad”. Tal es la
situación sin precedentes de los asuntos eclesiales en esta etapa final de la
crisis post-Vaticano II en la Iglesia. Y ese es nuestro destino hasta que el
Cielo finalmente nos conceda el Papa santo y valiente que restaurará el papado
y la Iglesia al orden que Dios quiso. No hay duda de que el Papa reinará
durante el Triunfo del Corazón Inmaculado que Nuestra Señora nos prometió en
Fátima. Para entonces, el reinado del mezquino tirano de Argentina, a quien
Dios permitió afligir a la Iglesia para nuestro castigo, será sólo un recuerdo
amargo.
(Traducido por Alberto G. Corona. Artículo original)
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