En tres siglos el
cristianismo, que empezó para los romanos como una pequeña secta de herejes del
judaísmo, se convirtió en la religión dominante del todopoderoso Imperio
romano, sobreviviendo a persecuciones y marcando la vida en Occidente durante
siglos. Siguiendo las huellas de autores como Aldobrando Vals o Rodney Stark,
analizamos tan interesante proceso.
Un factor muy importante fue
el comportamiento público de los cristianos en comparación con la población
pagana, por ejemplo durante las epidemias públicas. Durante las numerosas
epidemias, por ejemplo, los cristianos atendían a los enfermos, al contrario
que los paganos, quienes por miedo al contagio, abandonaban muchas veces a sus
propios familiares aunque fueran sus padres, hermanos, esposos o incluso a sus
hijos.
Cuando estalló la devastadora
peste del año 165, el célebre medico Galeno,
considerando la mayor eminencia de la época (aún hoy a veces se llama «galenos»
a los médicos) huyó de Roma, mientras los cristianos se quedaron y atendieron a
los enfermos, no sólo cristianos sino paganos. De hecho dos siglos más tarde el
emperador anticristiano Juliano el Apóstata se lamentaría ante sacerdotes
paganos del hecho de que una de las claves del éxito cristiano fue el mal
ejemplo dados por los sacerdotes paganos no sólo durante las plagas sino en la
atención a los pobres mientras los «impíos galileos
atendían no sólo a sus pobres sino a los nuestros». De hecho Juliano
intentó, sin éxito, crear una red asistencial pagana para competir con la
cristiana.
El comportamiento tan heroico
de los mártires cristianos en las persecuciones ante las que no respondieron
con la guerra ni con la violencia fue, sin duda un factor que a la larga
convenció a muchos de la moralidad de la religión cristiana.
El hecho mismo de la
comparación entre la conducta y el excelso ejemplo moral de Jesucristo por un lado y el
comportamiento inmoral y depravado de los supuestos dioses griegos y romanos,
cuya conducta estaba llena, según sus propios relatos mitológicos de crueldad y
arbitrariedad por un lado y depravación sexual por el otro, tuvo que
impresionar a los romanos más sensibles y morales. Jesucristo, además, se sacrificó a sí mismo por la redención de la
humanidad mientras los dioses paganos frecuentemente, según sus relatos,
sacrificaban a la humanidad en beneficio de sus propios intereses y caprichos.
También la figura femenina más importante del cristianismo, la Santísima Virgen María era
incomparablemente superior moralmente a las igualmente depravadas y crueles
deidades femeninas grecorromanas.
La esperanza de una vida
eterna de plena felicidad en la compañía de Dios era un componente fundamental
del Cristianismo, mientras que los paganos sólo tenían en comparación un
impreciso Hades o reino de los muertos muy poco atractivo.
Pero al margen de este tipo de
cuestiones morales y doctrinales hay una serie de motivos sociales, culturales,
demográficos y económicos que resultan extremadamente interesantes porque nos
traen a la mente más que inquietantes parecidos con el mundo occidental
apóstata y cuasi pagano de nuestros días.
En los últimos siglos de su
existencia el Imperio romano padeció una terrible crisis demográfica hasta tal
punto que a partir del siglo III d C numerosas ciudades quedaron prácticamente
abandonadas y desaparecieron. Todo ello llevó al Imperio a verse obligado a
pactar con los pueblos bárbaros cuya fecundidad era mucho mayor para que éstos
se asentaran en el interior del Imperio. De hecho las incursiones bárbaras
violentas fueron la excepción. Lo
normal fue la penetración lenta, pacífica, legal y gradual de los bárbaros dentro
del mundo romano.
Todo esto estaba relacionado
con las egoístas prácticas reproductivas, (o mejor dicho, anti reproductivas) y
«bioéticas» de los romanos paganos. El
infanticidio era frecuente, sobretodo el femenino. El aborto era muy frecuente, aunque se practicase con medios y
herramientas que hoy nos parecerían de carnicero y fuera una práctica de
altísimo riesgo para la madre. Aún así muchas romanas llevadas del mismo espíritu
egoísta que el de muchas mujeres de hoy en día, se sometían al aborto, que
aunque en teoría estaba prohibido gozaba de una amplia tolerancia por el poder
romano. (De hecho las crueles prácticas de extracción del feto eran las mismas
que hoy en día aunque hoy se hagan con material esterilizado)
Prácticas sexuales egoístas
como la masturbación estaban ampliamente difundidas y también muchos varones
usaban rudimentarios pero efectivos preservativos. El matrimonio cayó en una
gran decadencia (de la que ya se hicieron eco siglos antes y lamentaron Julio César y Augusto) y muchos hombres no se casaban prefiriendo tener
concubinas esclavas. La homosexualidad
estaba a la orden del día.
Aunque en teoría estaba prohibida, de hecho estaba bien vista o por lo menos
aceptada socialmente entre los paganos. Incluso algún emperador como
Heliogábalo iba habitualmente, incluso en público, vestido con ropa y peinados
femeninos.
Frente a toda esta «cultura» del hedonismo, el cristianismo
reverenciaba la vida y el matrimonio y respetaba mucho más la dignidad de la
mujer (aunque las feministas de hoy en día lo oculten y nieguen). No
practicaban el infanticidio femenino. Uno de los resultados de todo ello fue
que mientras los paganos iban siendo víctimas de la crisis demográfica, los
cristianos aumentaban cada vez más su número. Rechazaban las prácticas sexuales
depravadas y predicaban la castidad prematrimonial tanto para mujeres como para
hombres (y no sólo para las mujeres). «No asesinarás a tu hijo mediante el aborto ni le matarás cuando nazca», dice un texto cristiano de finales del siglo I.
El matrimonio cristiano era
muy respetuoso con la dignidad de la mujer, considerando a la mujer igual en
dignidad al hombre a diferencia del pagano y, de hecho, consideraba a la mujer
el pilar de la familia y la educadora de los hijos. Así pues triunfó la cultura
que honraba a la vida y su transmisión frente al egoísmo hedonista del
paganismo.
En el plano político, a partir
del siglo IV d C, la cristianización del Imperio demostró definitivamente que
el cristianismo lejos de ser un peligro para Roma y Occidente venía a salvarlo
y fortalecerlo, evitando su caída inminente y proporcionando al Imperio dos
siglos más de vida como base de la futura civilización cristiana europea de los
próximos siglos.
Todo esto son evidencias
históricas frente al sectarismo anticristiano políticamente correcto que hoy
nos quiere vender como «el cristianismo destruyó la
cultura clásica» y otras falacias similares que intentan ocultar y
tergiversar la verdad histórica.
Javier Navascués Pérez
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