jueves, 12 de enero de 2017

LARGO ARTÍCULO ACERCA LOS DUBIA, LOS CARDENALES Y EL PAPA


Los dubia, los cardenales y el Papa

Estos días las aguas cardenalicias han estado algo revueltas a causa de las declaraciones del cardenal Burke acerca de la posibilidad de hacer una corrección formal al Papa. La última vez que el citado purpurado se ha referido a este asunto de su corrección al Papa ha sido en la entrevista concedida a Life Site, publicada el 19 de diciembre de 2016. En esa entrevista, respondía varias cosas al periodista. Las voy a transcribir aquí, pero permítaseme mantener aquí las palabras del cardenal en su lengua original. Pues siendo un tema un tan delicado, de ningún modo quiero cambiar ni lo más mínimo sus declaraciones, y si las traduzco será difícil no introducir algún matiz.
El cardenal burke dijo:

It´s an old institute in the Church, the correction of the pope.
It´s carried out with the absolute respect for the office of the Successor of Saint Peter, in fact, the correction of the pope is actually a way of safeguarding that office and its exercise.

En otra entrevista (The Catholic World Report, 19 de diciembre 2016), el mismo cardenal decía:

The classic Scriptural basis is St. Paul's rebuking of Peter for his accommodation of the Judaizers in the early Christian Church.

Me gustaría hacer un análisis de esta posible corrección cardenalicia frente a la mencionada corrección de san Pablo, que aparece en el capítulo 2 de Gálatas. Primero examinemos el texto bíblico del que me parece que podemos extraer conclusiones eclesiológicas para nuestro tiempo.

Pero, antes de nada, quiero decir que el tono de este artículo es de amabilidad y cariño hacia el cardenal Burke. El cual me recibió en su casa, en la residencia episcopal de St. Louis, cuando era arzobispo de esa ciudad y fui invitado a dar unas charlas en su seminario. Mi relación con él ha sido sumamente cordial cuando hemos coincidido en unas conferencias que los dos impartíamos en una universidad de Australia, así como cuando nos hemos saludado en Roma

Mis palabras ahora en este artículo, por favor, que no sean vistas como una crítica hacia él. Porque yo estoy con él y con el Papa. Afortunadamente, no tengo que elegir. Puedo estar con los dos a la vez. Mi relación con el cardenal Burke está llena de sincero respeto. Vayamos ahora al texto bíblico que aduce el cardenal.

Previamente al texto de la corrección paulina, observamos en el mismo capítulo que Pablo, tras catorce años de apostolado (Gal 2, 1) subió a Jerusalén a consultar si la doctrina que enseñaba era correcta. E hizo tal cosa en una reunión privada (Gal 2, 2) y lo consulta a los dokousin que se puede traducir por los reputados. Y lo hace para estar seguro de que no estaba corriendo o había corrido en vano (Gal 2, 2).

¿Quiénes eran esos reputados miembros de la Iglesia? Lo dice más adelante: Santiago, Cefas y Juan que eran los reputados pilares (dokountes stiloi, Gal 2, 5). Vemos aquí la actitud de humildad y respeto de Pablo. Lo que va a seguir en esa misma carta (la corrección) debe ser entendido dentro de esta actitud de respeto del Apóstol.

Más adelante, cuando Cefas fue a Antioquía, me opuse a él en su cara, porque él se condenaba a sí mismo (Gal 2, 11). El verbo griego “anthistémi” que he traducido por “oponerse” significa con toda exactitud tomar una posición en contra. De anti + histemi (estar de pie). Y poco más adelante añade que a Pedro otros judíos se le unieron en esta hipocresía (Gal 2, 13).

Perdóneseme que desmenuce este texto con todos sus detalles, ofreciendo una versión literalísima del griego, pero si la corrección del cardenal Burke se produce, todos van a aducir este texto y conviene saber con exactitud qué dice esta parte de Carta a los Gálatas. O, dicho de otro modo, qué sucedió exactamente, pues para saberlo no contamos con otro relato que el de ese texto de las Escrituras. Añado para acabar un último versículo:

Pero cuando vi que ellos no caminaban rectamente (orzopodousin) a la verdad de la Buena Noticia (o Evangelio), le dije a Pedro delante de todos: Si tú, aunque judío, vives como un gentil y no como un judío, cómo puedes obligar a los gentiles a vivir como los judíos (Gal 2, 14).

La palabra clave es delante de todos (emproszen panton). ¿San Pablo le reprendió delante de toda la comunidad o discutió el tema sólo ante la presencia de los pastores? Hay que reconocer que ese delante de todos admite esa doble posibilidad. No está de más, en este momento de la reflexión, recordar las palabras de Jesús respecto a la corrección. La traducción exacta es ésta: Si tu hermano peca contra ti, ve y repruébalo entre tú y él a solas (Mt 18, 15).

Examinemos todos estos elementos ahora que los tenemos delante y preguntémonos: ¿Hubiera san Pablo avergonzado a Pedro delante de todos si hubiera podido transmitirle su mensaje a solas? Parece claro que no. No sólo por las palabras de Jesús, el cual expresamente enseñó que la corrección se hiciera a solas. Sino también porque cuando Pablo tuvo que consultar si él estaba en lo correcto, tras tantos años de apostolado, lo hizo en privado. No parece lógico pensar que Pablo hizo los demás, lo que él no quiso que se hiciera con él: es decir, una corrección pública.

Cuando hablamos de la comunidad de Antioquía, ¿de cuántos miembros estamos hablando? Sin duda, en el peor de los casos de varios cientos de miembros. Antioquía era la ciudad más grande del Imperio después de Roma. No está claro cuántos habitantes tenía. Algunos elevan hasta medio millón sus habitantes. Esto sería el máximo absoluto. A eso hay que añadir que la comunidad hebrea en esa ciudad era especialmente numerosa. Y habían pasado más de catorce años desde la conversión de San Pablo, así que esa comunidad podía contar incluso con mil o dos mil cristianos.

Estamos, por tanto, hablando de una iglesia que va de varios cientos de personas a un par de miles, en ninguno de los casos podían reunirse todos en un solo lugar. Por lo tanto, ese delante de todos no puede referirse a toda la comunidad, eso es seguro, sino a un grupo de los creyentes de Antioquía. ¿San Pablo le reprendería delante todos indistintamente? ¿Le reprendería delante de laicos y presbíteros (y probablemente de un obispo o varios) lo cual inevitablemente crearía división? No parece ésa la opción más prudente. Cualquiera de nosotros, hubiera preferido no hacerlo así. Reitero que en ese momento, de hecho, ya no era posible hablar de una sola vez a todos los cristianos de Antioquía, la comunidad cristiana más numerosa del Imperio; en todo caso, sólo en Jerusalén había más cristianos. Ese delante de todos, sin duda, era un grupo más limitado que la entera comunidad antioquena.

Lanzar un tema tan conflictivo, que tantas disensiones iba a producir, en medio de una porción indiferenciada de la comunidad no parece la postura más inteligente. Éste era un asunto para ser discutido con calma, no en medio de gritos y agitación. Así que ese delante de todos, razonablemente podemos pensar que se refiere a una reunión de pastores, maestros y evangelizadores. ¿Por qué pensar eso? Por la enseñanza de Jesús, porque Pablo así lo hizo al ir a Jerusalén y porque materialmente no podía ser una reunión general de todos los cristianos de esa ciudad.

Es cierto que la enseñanza de Jesús añadía lo siguiente: Si después de hacerle ver la falta, incluso con testigos, sigue sin escuchar, Jesús dijo: Si además no les escucha, díselo a la iglesia (Mt 18, 17). Pero eso no se puede aplicar a los pilares reconocidos del edificio eclesial. No es la comunidad eclesial la que puede juzgar a los mismos fundamentos de la Jerusalén Celeste (Ap 21, 19-20). Esta imposibilidad se puede afirmar de forma tajante en el caso que refiere San Pablo en Gálatas 2, porque Jesús dijo que si tampoco escucha a la iglesia que sea para ti como un gentil y un publicano (Mt 18, 17). Por lo tanto, la apelación a la comunidad en general no puede ser para desechar a uno de los doce Apóstoles.

Si uno de los doce Apóstoles se equivocaba en algo, si hubiera pecado en algo, tras la corrección en privado, sólo hubiera quedado apelar a hablar con otros reconocidos pilares de la Iglesia para tratar de reconducir las cosas. En ningún caso, se podía invocar la instancia de la denuncia ante la Iglesia en general. Desde un punto de vista bíblico, ese camino no se puede seguir por antieclesial. No se puede reconducir a la ortodoxia a alguien a través de un camino contrario a la eclesialidad.

No sólo el texto bíblico aducido por el cardenal sirve en este caso, sino que la contextualización con otros textos, muestra que san Pablo jamás hubiera apelado a la comunidad para reprender a Pedro. Además, el análisis concreto del verbo griego anzistémi, lo que significa es que sostuvo una postura contraria a la de Pedro. Pablo sostuvo una tesis opuesta ante una reunión de pastores en la que se discutió este asunto. Con el mismo texto griego, véase lo distinto que es afirmar una cosa u otra:

Opción A: Pablo reprendió públicamente a Pedro delante de toda la comunidad.
Opción B: Pablo sostuvo una postura opuesta a la de Pedro en una reunión de pastores reunida para discutir ese asunto.

¿El texto griego admite las dos posibilidades interpretativas? El verbo anzistémi no significa, realmente, “reprender” sino “sostener una postura opuesta”. Si a eso se añade la conjunción de todos los textos aducidos, en mi opinión, todo induce a pensar que lo que sucedió fue la segunda opción.

        Después de haber revisado los textos, analicemos la situación creada en la actualidad. Los cardenales tienen el deber de decir de dar su sincera opinión al Papa si consideran que en algo se equivoca o que algo lo está haciendo mal. Insisto, no es que los cardenales puedan hacer eso, es que deben hacerlo. El Sucesor de Pedro puede equivocarse en toda aquella afirmación que no está amparada por el dogma de la infalibilidad papal. Afirmar que el Papa no se equivoca en todo lo que dice en todo momento sería una herejía.

        Si el camino que se debe seguir para la corrección de cualquier obispo de cualquier diócesis, por pequeña que sea, nunca puede ser la apelación a la comunidad, tampoco el modo elegido para la corrección del Sucesor de Pedro debe ser otro que el camino eclesial: a solas o en una reunión de cardenales. La apelación a la entera comunidad destruye la autoridad de ese pastor. La denuncia pública en materia de fe no es aceptable, porque las ovejas (por fieles y espirituales que sean) no pueden ser juez de su pastor. En una confrontación de este tipo, la cuestión no es quién tiene razón: aunque el que corrige tenga razón, su acción será inútil; y si no tiene razón, el mal contra el pastor estará hecho. No está de más recordar que una corrección formalmente puede ser privada, pero el que corrige puede encargarse de que se haga del domino público. Una denuncia pública puede presentarse bajo el aspecto formal de una duda o de un problema de conciencia. En estos casos, el sentido común indica qué es, de hecho, cada acción.
         
Analizemos ahora esta cuestión desde un punto de vista lógico. El cardenal Bruke pide una clarificación, no afirma que el Papa sea un hereje. Luego si admite que cabe una interpretación ortodoxa de esos puntos de Amoris Laetitia, el mismo purpurado puede responderse a sí mismo. Si lo que piensa es que la intención del Santo Padre era incorrecta al redactar esos puntos, resulta imprudente pedir que clarifique un punto doctrinal aquél mismo redactor cuya intención no era correcta.

        Desde un punto de vista meramente lógico, la cuestión se resume en dos opciones:

Opción A: El texto materialmente admite una interpretación ortodoxa. Luego el mismo cardenal puede dársela.

Opción B: La intención papal respecto al texto era incorrecta. Luego no debe pedirse una interpretación al que se juzga inadecuado para ello.

En los dos casos, la exigencia de una clarificación resulta ilógica con independencia de quién tenga razón. Y en mi opinión, los dos tienen razón. Tanto el cardenal Burke al reafirmar la doctrina tradicional (que es expresión de la verdad) como el Papa al insistir en un nuevo modo de acoger a los alejados, pero sin negar el magisterio precedente. La postura papal es de adición, no de sustracción. Así debe ser leída por los fieles.

Sigamos con un análisis lógico de la situación. Si no cupiera una lectura ortodoxa de Amoris Laetitia, si el Papa realmente hubiera traicionado la doctrina magisterial, el mismo cardenal Burke sería culpable de falsedad al haber afirmado que el Papa no ha caído en la herejía: No, I am not saying the Pope Francis is in heresy (respuesta que el cardenal Burke dio a The Catholic World Report en la entrevista del 19 de diciembre 2016).

Se mire como se mire (desde un punto de vista bíblico, lógico o eclesial), mi opinión es que un cardenal no debe públicamente decir a toda la Iglesia que va a hacer un acto formal de corrección a un Papa; ningún cardenal debe hacer eso a ningún Papa. En privado o en sus reuniones a puerta cerrada, no solo puede, sino que debe decir lo que en conciencia crea que ha de decir. Lo que en privado puede ser un acto virtuoso, deja de serlo al airearlo. Recuerdo, una vez más, que no entro en el fondo del asunto doctrinal debatido, sino en la cuestión si el modo de corregir es adecuado o no. El objeto de este artículo es eclesiológico, no doctrinal.

Si el cardenal tuviera razón en el modo de corregir, entonces (en el ámbito de una parroquia) un coadjutor podría decir públicamente a los fieles que va a corregir a su párroco en base al texto de Galatas 2. Como siempre se ha dicho: los trapos sucios se lavan en privado. Por supuesto que esto no vale para ocultar bajo la capa del silencio actos delictivos tales como la pederastia. El amor a la Iglesia no puede ser la excusa para dejar impunes a los culpables de delitos civiles y penales.

Pero para los demás casos, es decir, cuestiones verdaderamente intraeclesiales, vale la máxima anterior de que los trapos sucios no se airean a los cuatro vientos. Esta máxima vale para el modo de actuar con un párroco, con un obispo diocesano o con el Papa, sea quien sea. Creer en la infalibilidad pontificia (cuando habla ex cathedra) implica estar seguro de la falibilidad papal en su actividad ordinaria. En el Papa, ni la gracia de estado ni su santidad personal ni las oraciones de toda la Iglesia le privan de su falibilidad. Pero el camino que debe seguirse en el ajuste de las cuestiones doctrinales es el camino correcto, el que nos enseñó Jesús, el que estoy convencido que siguió Pablo en Antioquía.

No se puede decir que it´s an old institute in the Church, the correction of the pope, porque no es así: la corrección pública del Sucesor de Pedro nunca ha sido un camino ni adecuado ni lícito ni prudente de ejercer la obligación de aconsejar al Santo Padre. El diccionario Merryam-Webster traduce “institute” como an elementary principle recognized as authoritative. No se ve cómo se puede considerar la denuncia pública de cualquier pastor por parte del inferior como un principio conveniente para el funcionamiento de la Iglesia. No resulta apropiado que el inferior corrija públicamente al superior.

Sin ninguna duda, los santos siempre actuaron de un modo exquisito: reformar sin dañar el edificio eclesial, corregir sin avergonzar. Todo cardenal es un colaborador, el Vicario de Cristo es el Pastor de pastores. Supongamos que no tengo razón en lo que he dicho, entonces yo podría criticar públicamente lo que no me pareciera bien en mi obispo. Y cuando mi obispo me preguntara por qué hacía eso, le podría responder que también Pablo se opuso a Pedro en Antioquía. Evidentemente, no fue ése el modo en el que actuaron los santos, ni siquiera san Pablo como he intentado mostrar antes.

Quiero y estimo al cardenal Burke. Mi análisis ha sido teológico. De ningún modo juzgo las intenciones del purpurado ni su persona. En mi interior estoy convencido de que ha actuado y actúa de buena fe. No tengo por qué pensar que ha hecho esto por ninguna otra razón que el amor a la Iglesia. Estoy seguro de que su amor al Solio de Pedro es intenso y su vida ejemplar. Pero dado que su advertencia de una posible corrección al Papa ha sido escuchada por toda la Iglesia, me ha parecido útil analizar teológicamente esta interesante situación. Si vuelvo a ver al cardenal, le besaré su anillo con toda la devoción y cariño que él me inspira.

En el presente escrito, mis reflexiones han ido encaminadas a la eclesiología subyacente en la situación creada, pero permítaseme decir unas brevísimas palabras acerca del objeto en disputa. En mi modesta opinión, Dios, a través del Papa Francisco, está pidiendo a toda la Iglesia que, sin negar absolutamente nada del magisterio de san Juan Pablo II, hagamos lo posible por aplicar esa verdad del modo más bondadoso posible. Juan Pablo II mostró la verdad objetiva con su enseñanza. Ahora el Papa Francisco intenta acoger de un modo benigno a las almas que no se ajustan plenamente a esa verdad. Dios nos está diciendo cosas a través de este Papa. La lectura de ambos Papas es de adición, no de sustracción.

Será el tiempo, la labor reposada de los teólogos, la meditación de los obispos durante unos años, la que logrará una síntesis entre la defensa del esplendor de la verdad, por un lado, y el deseo de acoger a todos los que no se adecúan al plan ideal del Creador. Pero para eso se necesitan unos años y calma, no presionar para que se den respuestas autoritativas ya a todas las preguntas. Considero que la mejor respuesta a los dubia de los cardenales es decirles pacíficamente, mansamente, que se precisa de un tiempo de oración y meditación para conjugar el esplendor de la verdad con el amor que nos impulsa a abrazar a todos los que no viven de acuerdo al plan ideal de Dios.

Si a alguien no le ha satisfecho la respuesta que ya ha dado la Cabeza de la Iglesia en Amoris Laetitia, la solución no está en forzar una nueva respuesta a la primera respuesta. ¿Acaso no podría ser, de nuevo, completamente necesaria una tercera respuesta a la segunda? Lo mejor ahora es dar a la Iglesia entera un tiempo de oración y reflexión.


P. FORTEA

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