"Un hombre
enfermo de lepra se acercó a Jesús, y poniéndose de rodillas le dijo:
– Si quieres,
puedes limpiarme de mi enfermedad.
Jesús tuvo compasión
de él, le tocó con la mano y dijo:
– Quiero. ¡Queda
limpio!
Al momento se le
quitó la lepra y quedó limpio. Jesús lo despidió en seguida,
recomendándole mucho:
– Mira, no se lo
digas a nadie. Pero ve, preséntate al sacerdote y lleva por tu purificación
la ofrenda ordenada por Moisés; así sabrán todos que ya estás limpio de tu
enfermedad.
Sin embargo, en
cuanto se fue, comenzó a contar a todos lo que había pasado. Por eso, Jesús ya
no podía entrar abiertamente en ningún pueblo, sino que se quedaba fuera, en
lugares donde no había nadie; pero de todas partes acudían a verle."
En Israel los leprosos eran marginados. No podían entrar en las ciudades. No podían tocar a nadie. Debían anunciar su presencia con una campanilla. Eran "impuros".
Aquel leproso se acerca a Jesús y le pide que lo limpie. Jesús, contra todas las normas, lo toca. Y al instante quedó limpio.
En Israel los leprosos eran marginados. No podían entrar en las ciudades. No podían tocar a nadie. Debían anunciar su presencia con una campanilla. Eran "impuros".
Aquel leproso se acerca a Jesús y le pide que lo limpie. Jesús, contra todas las normas, lo toca. Y al instante quedó limpio.
Hoy debemos reflexionar sobre a quién consideramos "leprosos" en nuestra sociedad. Quiénes son los marginados, los rechazados. Aquellos de los que huimos. Si nos consideramos discípulos de Jesús, es a ellos a los que debemos acercarnos. Es a ellos a los que debemos tocar. Es a ellos a los que debemos limpiar. Y los "limpiaremos", acogiéndolos, escuchándolos, amándolos. Rechazar a alguien, evitar su contacto, es condenarlo a la exclusión. Acercarse con el corazón abierto, es la forma de hacer de ellos personas "limpias", nuevas.
Enviat per Joan Josep
Tamburini
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