San José ha tenido
muchas apariciones a videntes a través de la historia.
En algunas de ella
junto con la Sagrada Familia, en otras en Jesús y en otras solo o acompañado de
otros Santos.
En algunas de ellas
ha realizado algún milagro, como es el caso de su más famosa aparición en
Bessillon, Cotignac.
COTIGNAC
El 7 de junio de 1660, el pastor Gaspar Ricard
d´Estienne se refugió con sus animales a la sombra de los árboles del cerro del
Bessillon, en la provincia de Var, municipio de Cotignac (Francia). Estaba
sediento, pues hacía mucho calor. De pronto, un hombre de contextura imponente
surgió delante de él y señalando una roca, le dijo:
– Yo soy José. Levanta esa roca y beberás.
– No podré, es demasiado pesada.
– Sí podrás.
Entonces, el pastor se acerca y con gran sorpresa
mueve la roca al primer intento. Y una fuente de agua viva comienza a fluir en
el lugar. Gaspar corre y bebe con avidez. Cuando se levanta, el hombre había
desaparecido. El pastor corre a anunciar la novedad al pueblo, donde nadie le
cree. Pero algunas personas deciden seguirlo para ver el supuesto manantial. A
su llegada, todos gritan de alegría, porque el agua corre en abundancia desde
hace tres horas y todos constatan que la roca que Gaspar movió tan fácilmente,
no se mueve, si no la empujan al menos ocho hombres juntos.
Entonces, Gaspar adquiere conciencia de la fuerza
que le fue dada por el cielo y exclama:
– El que estaba ahí era san José, él me
dio fuerza.
Todos se arrodillan y le dan gracias a san José.
Posteriormente, las curaciones obtenidas por la aplicación del agua milagrosa
atraen multitudes hacia el cerro del Bessillon. El culto a san José, hasta
entonces inexistente en la comarca, toma un impulso extraordinario y se
extiende rápidamente por toda la Provenza. Y con los donativos recibidos y con
la aprobación del obispo de Fréjus, se construye una capilla en el lugar.
El rey de Francia Luis XIV decretó que, a partir de
ese momento, la fiesta de san José fuera día festivo en todo el reino de
Francia. Al año siguiente, el 19 de marzo de 1661, el rey consagró Francia a
san José.
KNOCK
El 21 de agosto de 1879 se aparece la Virgen María
en el pueblecito irlandés de Knock. A su derecha estaba san José y a su
izquierda san Juan Evangelista. Estas apariciones fueron aprobadas por la
Iglesia y el santuario de Knock es actualmente el santuario mariano nacional de
Irlanda.
FATIMA
En las apariciones de Fátima, les decía la Virgen
María a los tres pastorcitos el 13 de setiembre de 1917: Continuad rezando el
rosario para alcanzar el fin de la guerra. En octubre vendrá también Nuestro
Señor, Nuestra Señora de los Dolores y del Carmen, y san José con el Niño Jesús
para bendecir al mundo.
Y llegó la esperada fecha y última de las
apariciones del 13 de octubre de 1917, que fue el día del gran milagro del sol,
visto hasta a 50 kms de distancia del lugar por más de 100.000 personas.
Dice Lucía en sus Memorias: María, abriendo las
manos, las hizo reflejarse en el sol. Y mientras se elevaba, continuaba el reflejo
de su propia luz, proyectándose en el sol. Desaparecida Nuestra Señora en la
inmensa distancia del firmamento, vimos al lado del sol a san José con el Niño,
y a Nuestra Señora, vestida de blanco con un manto azul. San José con el Niño
parecían bendecir al mundo con unos gestos que hacían con la mano en forma de
cruz. Poco después, desvanecida esta aparición, vimos al Señor y a Nuestra
Señora, que me daba la idea de ser Nuestra Señora de los Dolores. Nuestro Señor
parecía bendecir al mundo de la misma forma que san José. Se desvaneció esta
aparición y me parecía ver todavía a Nuestra Señora en forma semejante a
Nuestra Señora del Carmen.
ZEITUN
En Zeitún, un suburbio de El Cairo (Egipto), donde
según la tradición estuvo la Sagrada Familia, se apareció nuestra Madre la
Virgen María desde el 2 de abril de 1968 hasta setiembre de 1970 en la cúpula
exterior de una iglesia copta. Fueron apariciones que todos podían ver. A
veces, se reunían hasta 100.000 personas, y las apariciones duraban desde un
cuarto de hora hasta dos horas o más. El 8 de junio de 1968 duró desde la nueve
de la noche hasta las cuatro de la mañana. No hablaba, pero sonreía a todos.
Allí se reunían musulmanes, judíos, coptos, ateos,
católicos y cristianos de distintas denominaciones. En algunas ocasiones, la
Virgen María aparecía rodeada de ángeles, pero en dos ocasiones vino también
como Sagrada Familia con san José y el niño Jesús. Su mensaje, sin palabras,
estaba claro para todos: era la Madre de todos y a todos quería salvar y bendecir
en unión con Jesús y con José.
GHIAIE DI BONATE
El 13 de mayo de 1944 se aparece la Virgen María
con el Niño Jesús y san José en Ghiaie di Bonate, provincia de Bergamo, en
Italia. Se le llama la Virgen de la familia. Se le aparecía a la niña de siete
años Adelaida Roncalli. En seis oportunidades, entre el 13 de mayo y el 13 de
julio de este año 1944, tuvo lugar el milagro del sol que fue visto por miles
de personas y que fue captado por el observatorio astronómico de Venecia a más
de 200 kms del lugar, y del que hablaron los periódicos al día siguiente. La
Virgen pedía oración y penitencia para la conversión de los pecadores. San José
y el niño Jesús no hablaron, pero sonreían dulcemente.
Es importante anotar aquí lo referente a las
supuestas apariciones de María en Itapiranga, Brasil, en 1994. Se le aparece al
joven de diecisiete años Edson Glauber. En algunas ocasiones, María se le
aparecía con el niño Jesús en brazos de san José. Le habló también de la consagración
al Corazón castísimo de san José. San José se aparecía con un corazón en el
pecho y, dentro de su corazón, había una M con una cruz, simbolizando a María y
a Jesús, como si estuvieran siempre unidos los tres corazones.
En estas apariciones de Brasil, todavía no
aprobadas por la Iglesia, al igual que las de Ghiaie di Bonate, le habló al
joven de la veracidad de las apariciones de Ghiaie di Bonate, de las que el
joven ni siquiera había oído hablar ni conocía el lugar, pero su director
espiritual, un sacerdote italiano, sí sabía. El joven Edson ha visitado Ghiaie
di Bonate y tuvo allí mismo algunas apariciones de María, que pide el rezo del
rosario y mucha oración y penitencia para salvar a los pecadores.
BEAS DE SEGURA
El miércoles de ceniza 16 de febrero de 1575, iba
santa Teresa de Jesús, acompañada de dos sacerdotes, a fundar un convento a
Beas de Segura (Jaén). Celebraron el miércoles de ceniza en la parroquia de
santa María de los Olmos de Torre, de Juan Abad, provincia de Ciudad Real.
Sor Ana de Jesús, testigo presencial de las
peripecias de aquel día, dice así: En Sierra Morena perdieron los carreteros el
camino, de manera que no sabían por dónde iban. Nuestra Madre Teresa de Jesús
nos mandó, a las ocho monjas que íbamos con ella, que rezásemos a Dios y a
nuestro padre san José que nos encaminasen; porque decían los carreteros que
íbamos perdidos y que no hallaban remedio de salir de unos riscos altísimos por
donde íbamos.
Y, al tiempo que la santa nos mandó lo dicho,
comenzó desde una hondura muy honda, que con harta dificultad se veía desde lo
alto de aquellos riscos en que estábamos, a dar grandes voces un hombre, que en
la voz parecía anciano, diciendo: Deteneos, deteneos, que vais perdidos y os
vais a despeñar si pasáis por ahí. A estas voces, paramos y los sacerdotes y
las personas seglares que iban con nosotras comenzaron a escuchar y a
preguntar: “Padre, ¿qué remedio tenemos para salir del estrecho en que
estamos?”.
Él les respondió que echasen hacia una parte, que
vimos todos que milagrosamente habían podido atravesar por allí los carros.
Quisieron algunos ir a buscar al que nos había avisado y mientras ellos estaban
allá, díjonos la Madre con mucha devoción y lágrimas: “No sé para qué los
dejamos ir, que era mi padre san José y no lo han de hallar”. Y así fue que
volvieron diciendo que no habían podido hallar rastro de él, aunque habían
llegado a la hondura de donde sonó la voz.
MONASTERIO DE
MONTSERRAT
El padre Jerónimo Gracián, confesor de santa Teresa
de Jesús, cuenta el caso de un religioso del monasterio de Nuestra Señora de
Montserrat, que era muy devoto de san José. Un día, salió a dar un paseo
solitario por aquellas montañas y se alejó más de lo normal, extraviándose,
perdiendo el camino y desorientándose completamente. Sin saber por dónde ir, se
encomendó a san José.
Al poco rato, se encontró con un desconocido que
conducía a una señora montada sobre una burrita y llevando en sus brazos un
pequeño niño. Después de los saludos previos, les preguntó por dónde debía
tomar el camino para llegar al monasterio, a lo que respondió el desconocido:
– Si quiere usted seguirnos, yo se lo enseñaré,
porque difícilmente usted lo hallaría, sobre todo, viniéndose encima la noche.
No tema, pues conozco bien estos senderos.
Caminaron largo tiempo, hablando de las cosas de Dios, de modo que el corazón
del religioso se sentía inflamado de amor de los bienes eternos. Por fin,
llegaron a un lugar que el monje conocía. Entonces, los desconocidos se
despidieron y el religioso, al darse la vuelta, no los vio más, pues habían
desaparecido.
Reflexionando sobre este suceso, cayó en la cuenta
de que no podían ser otros que san José con la Virgen y el niño, que habían
venido a sacarlo del apuro y conducirlo seguro al monasterio .
SANLÚCAR
San Juan de la cruz tenía mucha devoción a san
José. El sello que usaba en los documentos, representaba el Monte Carmelo
coronado por una cruz y con la inscripción: San José. Así aparece en el
autógrafo que conservan las religiosas carmelitas descalzas de Sanlúcar la
Mayor de Sevilla. Pero esta devoción no la tuvo desde siempre. Hay un hecho en
su vida que hizo de él un gran devoto de san José.
Era san Juan de la cruz confesor de las carmelitas
descalzas, mientras era Superior del convento de Los Mártires de Granada. Un
día, no pudo bajar a confesarlas y encomienda el oficio al padre Pedro de la
Encarnación y al padre Evangelista…
Al entrar los dos descalzos por la Plaza Nueva, se
les hace el encontradizo un hombre. Es de buen talle, tez blanca y sonrosada y
tiene el cabello cano. Aparenta unos cincuenta años de edad. Viste traje negro
y es de aspecto venerable. Se acerca a los descalzos, los separa y colocándose
en medio de ellos, les pregunta de dónde vienen.
– De las monjas descalzas, contesta el
padre Pedro.
– Muy bien hacen vuestras reverencias de
atenderlas, porque en esta Religión se agrada mucho a Nuestro Señor y la estima
Su Majestad en mucho, e irá en aumento.
– Padres, ¿por
qué tienen en su Orden tanta devoción a san José?
– Porque nuestra santa Madre Teresa de Jesús le era muy devota, pues le había
ayudado mucho en sus fundaciones y le había alcanzado del Señor muchas cosas;
y, por esta causa, las casas que ha fundado las ha intitulado de San José, dice
el padre Pedro.
– Mírenme vuestras reverencias a la cara y tengan mucha
devoción a este santo, que no le pedirán cosa que no la alcancen de él.
Los descalzos no lo ven más (había desaparecido). Cuando llegan al convento de
“Los Mártires”, cuentan al Prior lo que les ha pasado. Fray Juan de la cruz no
muestra extrañeza alguna y les dice:
– Callen, que no le conocieron; sepan
que era san José; habíanse de arrodillar al santo. Y no se les apareció por
vosotros, sino por mí, que no le era tan devoto como debía, pero lo seré de
aquí en adelante.
ALEJANDRÍA
El año 1847, unas hermanas de la Congregación de
san José de la Aparición, fundadas por santa Emilia de Vialar, estaban viajando
desde Francia a Birmania. Como en aquella época no existía todavía el canal de
Suez, tuvieron que desembarcar en Alejandría e ir a Suez por el camino del
desierto.
Dice una de las protagonistas, la hermana Cipriana:
La ruta se hacía en pésimos carruajes conducidos por los árabes. Nuestras seis
hermanas eran todas jóvenes y sin experiencia de los viajes; es más, llevaban
veinte mil francos en sus bolsas para los gastos de la ruta, la que no era muy
segura…
Durante el viaje de Alejandría a Suez, un buen
anciano se presentaba a nuestras hermanas cada vez que el carruaje se detenía,
y les decía:
“Soy yo, hijas mías, no teman nada, yo estoy aquí”. El anciano
tenía una larga barba y un bastón en la mano. Tomaba sus pequeños paquetes y
les ayudaba a descender del carruaje. Esto duró hasta que nuestras queridas
hermanas fueron embarcadas en Suez.
Luego de haberlas acompañado hasta el barco, el
buen anciano dijo aún: “Adiós, hijas
mías, buen viaje, no teman nada, yo estoy allí”. Y desapareció.
Nuestras hermanas se miraban unas a otras en el
momento en el cual el navío comenzaba a moverse y, como los discípulos de
Emaús, sus ojos se abrieron en ese instante . Y reconocieron que el anciano
había sido san José y que había desaparecido sin dejar rastro.
Precisamente, el nombre de la Congregación: San
José de la Aparición, se debió probablemente a una aparición que tuvo la
fundadora, según lo contaba su propia sobrina, señora Camille Brusley. En carta
al abad Brunet le dice: Yo no sé si usted tiene conocimiento de la aparición de
san José a mi tía en 1880. Ella no habló jamás de esto, pero mi madre (Rosina
de Bermond), a quien ella le había hecho la confidencia, me contó que, al
comienzo de su vocación, estando absolutamente desesperada por la oposición que
encontraba por parte de su padre, se postró de rodillas y rezó con todo su
corazón.
San José se le apareció y le dijo:
“No te desanimes, hija mía, encontrarás obstáculos,
tendrás mucho que sufrir y amarguras que soportar, pero tu obra prosperará”.
AL PADRE LAMY
Dice el famoso apóstol y místico francés padre Lamy
(1853-1941): Comencé a sentir deseos de ser sacerdote el día de la primera
comunión a los 11 años. Yo estudiaba, cuando podía, pero sólo podía por la
noche y tenía instrucción primaria. Yo no podía entender cómo podría llegar a
ser sacerdote. No tenía los medios y me creía incapaz. Estaba desesperado. Y,
entonces, se me apareció san José y me confirmó en mi vocación. Me dijo: Serás
sacerdote y un buen sacerdote. Desde entonces, hice todos los esfuerzos
posibles para llegar a serlo. San José me lo dijo con tono imperativo y
extendiendo su mano hacia adelante como para jurar.
La segunda vez que se me apareció fue en la
Courneuve. Me habló de cosas personales. Él es muy bueno, pero tiene la voz tan
dulce como la Virgen. Tiene el acento de su país y la voz un poco ronca como la
de un oriental. La tercera vez, fue también en la Courneuve, en la sala del
jardín, no en la iglesia. Había colocado allí la imagen de san José. Era el 3
de julio de 1917. Las damas de la parroquia la habían limpiado y yo la vi tres
o cuatro días después. Cuando entré en la sala, él estaba allí sonriente. Yo le
pregunté: ¿Eres san José? El me hablo de cosas personales.
A SAN LUIS
ORIONE
Dice san Luis Orione: Estábamos en marzo de 1900.
Eran tiempos en que no teníamos nada, no teníamos pan, y san José vino en
nuestra ayuda… Estábamos con mucha necesidad de dinero y nos encomendamos a san
José, que es invocado como administrador, o mejor, como proveedor de las casas
religiosas como él lo fue de la Sagrada Familia… Un día, estábamos sin nada y,
exactamente, durante la novena de san José, la antevíspera de su fiesta,
parecía que san José no nos quería ayudar. Pero he aquí que se presenta a
nuestra puerta un señor que pregunta:
– ¿Dónde está el Superior?
El portero va a decirme:
– Un señor quiere hablarle.
– ¿Es un acreedor?
– No lo conozco.
– ¿No es el lechero o el carnicero?
– No sé.
Eran tiempos en que detrás de un acreedor venía
otro y no me dejaban descansar. Bajé las escaleras aprisa y me encuentro a un
señor modestamente vestido, con barba. Y me dice:
– ¿Usted es el Superior? Aquí hay un dinero.
Y dejó un sobre grueso con dinero. Esto lo recuerdo como si hubiera sido esta
mañana. Yo le pregunté, si debíamos celebrar algunas misas a su intención. Él
me dijo que no, que debíamos seguir rezando. Yo no lo había visto nunca. Me
miró un momento, se inclinó y se fue deprisa. Hubiera querido detenerlo, pero
no tuve el coraje. Sin embargo, su presencia y sus palabras me dejaron
encantado. Y, mientras salía, los que habían estado presentes me dijeron que el
rostro de aquel señor tenía un no sé qué de celestial. Y, entonces, fuimos
todos sobre sus pasos a ver dónde iba. Pero aquel hombre salió por la puerta,
dio unos pasos, bajando las escaleras exteriores, y no se le vio más ni a
derecha ni a izquierda ni en el patio ni en la iglesia. Mandé a dos que fueran
a buscarlo, pero no lo encontraron. Apenas había salido y ya había
desaparecido.
Vino Monseñor Novelli, le contamos lo sucedido, y
dijo:
– Era san José, era verdaderamente san
José.
Yo le hice observar:
– Pero era joven, demasiado joven y con barba rojiza…
Él me respondió:
– San José no debía ser viejo.
Lo cierto es que en el sobre había tanto dinero como para pagar a todos
los deudores más urgentes y más importantes. Y siempre se lo agradecimos a san
José .
A CONSOLATA
BETRONE
La venerable Consolata Betrone (1903-1946) escribió
en su Diario: El 20 de marzo de 1935 Franca me escribió una carta en la que me
anunciaba la enfermedad de mi padre y su angustia. La Madre Priora me repetía,
a veces, que debía rezar por mi papá. En la mañana del 17 de abril, en la
comunión, yo le ofrecí mi papá a Jesús para que, si era su voluntad, lo llevara
con Él antes de que terminara el año. Ese mismo día moría mi padre. Yo estaba
haciendo turno para confesarme y rezaba el rosario, ignorante de su muerte. La
Priora no quiso darme la noticia hasta la tarde.
¿Por qué Jesús
no me había dicho nada de la muerte de mi padre? Yo le pregunté:
– Jesús, ¿dónde está mi papá?
– Está en el purgatorio, Consolata.
– Líbralo, te lo suplico.
– Lo libraré el sábado por la mañana.
– ¿Hasta el sábado?
En la tarde del Jueves Santo, oí la voz angustiada
de mi padre que me decía en dialecto: ¡Sufro tanto! Y Jesús estaba inexorable:
No, No, hasta el sábado no lo puedo liberar.
Entonces, me confié a san José, eligiéndolo como mi padre. Y se me apareció con
la Virgen María. San José me dijo:
– Consolata, ¿qué tienes? ¿Estás triste?
– San José, mi padre está en el purgatorio y Jesús
no quiere liberarlo hasta el sábado por la mañana.
– No te preocupes, lo liberará mañana, Viernes
Santo.
– Pero Jesús no quiere, se lo he pedido tanto…
– Oh, a Jesús le mando yo y mañana liberará a tu
padre.
El Viernes Santo, cuando estábamos en la función
litúrgica, se me aparece mi papá, apenas salido del purgatorio. La vista de mi
papá no se borrará jamás de mi mente. Su rostro tenía señales de haber sufrido,
pero tenía una paz profunda. Me habló en dialecto y me dijo que iba al paraíso
y que allí rogaría por mí y por toda la familia.
El 9 de noviembre de ese mismo año 1935, san José,
a quien había nombrado padre, en lugar de su papá muerto, le dice: Te ayudaré
en tu misión y te asistiré en el último momento. Soy el protector de los
moribundos y el terror de los demonios. En los últimos momentos de tu vida, yo
estaré a tu lado espiritualmente, sensiblemente. ¿Estás contenta? El 26 de
noviembre de 1938, Jesús le dijo: Te doy a san José por protector hasta el
último respiro, para que te ayude y te prepare una santa muerte.
Y ella decía: ¡Es tan bello vivir con mis tres: Jesús, la Virgen y san José! .
Con Jesús, María y san José, se disfruta de un cielo anticipado.
A HERMINIO
HIGUERA
El padre Herminio Higuera, párroco de La Felguera
(Asturias-España), en una charla que dio el 18 de marzo de 1982 a los Cruzados
de Santa María en Valladolid, les contó un hecho personal. Dijo así: Estaba empeñado en la reconstrucción de la iglesia parroquial y un domingo, a
las nueve de la noche, estaba en el despacho parroquial, cuando entró un señor
venerable de unos 65 años, con una barba de unos ocho días, barba blanca. Al
verle, me dio una corazonada desde el primer momento. Le dije:
– Siéntese.
– No, no, es un momento. Vengo a entregarle lo que usted necesita.
Yo tenía un Diario donde iba apuntando las colaboraciones de los feligreses
para que todos pudieran ver cómo habían colaborado, y tomé el libro para
enseñárselo, pero me dijo:
– No, no hace
falta.
Me dejó el dinero y salió. Yo salí detrás de él para despedirlo en la puerta.
Salí del despacho, crucé el portal, luego la puerta, salí a la plaza y aquel
hombre había desaparecido. Y era una plaza con una explanada enorme sin
rincones. Yo me quedé mirando a un lado y a otro y no vi nada. Regresé al
despacho y guardé el sobre en el cajón bajo llave, sin abrirlo, y me fui a
cenar. Aquella noche no pude dormir, yo creía que había sido san José, que se me
había aparecido, con una vestimenta sencilla como la blusa de los comerciantes.
Al día siguiente, me senté al confesionario
temprano, como todos los días, haciendo oración. Después celebré la misa. Fui a
desayunar, pero yo estaba intranquilo de toda la noche y me dirijo al despacho
parroquial para abrir el sobre, pensando que aquello era un milagro de san
José. Abro el sobre y era matemático, exactamente el dinero que necesitaba.
Para mí fue un milagro. Eran unos cuantos miles los que debía y ni un céntimo
más ni un céntimo menos. Exactito. Eso fue a mi juicio uno de los milagros que
san José ha hecho conmigo, aparte de que yo siempre le he tenido mucha devoción
desde que me la dio mi madre.
A UNA RELIGIOSA
Una religiosa, a quien conozco personalmente y que
tiene dones místicos extraordinarios, me contaba confidencialmente algo que le
sucedió, cuando tenía unos 10 años de edad y vivía en casa de sus padres. Un
día, por la mañana, tocaron a la puerta y ella salió a ver quién era. Vio a una
familia muy pobre; el papá tenía un aspecto muy distinguido e iba con barba;
sus ojos irradiaban paz y amor. La señora llevaba un niño dormido entre sus
brazos e, igualmente, irradiaba amor y ternura. Al verlos, pensó que querían
algo de comer, pues eran muchos los que en aquellos tiempos, año 1947, en
España, iban pidiendo limosna por los pueblos.
Su madre le había dicho siempre que nunca dejara
irse a ningún pobre sin darle algo; pero que, al entrar a buscar la comida,
cerrara la puerta, pues a un vecino le habían robado.
Ella se sintió tan confiada en presencia de aquella
familia pobre que quiso entrar a buscar la comida, dejando la puerta abierta.
Entonces, la señora la llamó por su nombre y le dijo que cerrara la puerta. ¿Cómo
sabía ella su nombre, si nunca se habían visto? ¿Cómo sabía que debía cerrar la
puerta para obedecer a su mamá?
La niña le dijo: Si mi mamá estuviera aquí, no les
cerraría la puerta. Y se volvió a buscar algo de comida para darles. Pero la
señora cerró la puerta. Al regresar, ya no estaban. Preguntó a las vecinas y
nadie supo decir dónde estaban, no los pudieron localizar, a pesar de que no
podían haber ido muy lejos sin tener medios de transporte.
Esta niña, hoy religiosa, siempre pensó que fue la
Sagrada Familia y nunca se olvida de aquella mirada dulce y transparente de san
José y de la Virgen, que le inspiraron tanta confianza, amor y ternura hasta el
día de hoy.
Fuente: P. Ángel Peña O.A.R. “San José el más
Santo de los Santos”.
Foros de la Virgen María
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