Los dubia, los
cardenales y el Papa
Estos días las aguas cardenalicias han estado algo revueltas a causa de las declaraciones del cardenal Burke acerca de la posibilidad de hacer una corrección formal al Papa. La última vez que el citado purpurado se ha referido a este asunto de su corrección al Papa ha sido en la entrevista concedida a Life Site, publicada el 19 de diciembre de 2016. En esa entrevista, respondía varias cosas al periodista. Las voy a transcribir aquí, pero permítaseme mantener aquí las palabras del cardenal en su lengua original. Pues siendo un tema un tan delicado, de ningún modo quiero cambiar ni lo más mínimo sus declaraciones, y si las traduzco será difícil no introducir algún matiz. El cardenal burke dijo:
It´s an old institute in the Church, the correction
of the pope.
It´s carried out with the absolute respect for the
office of the Successor of Saint Peter, in fact, the correction of the pope is
actually a way of safeguarding that office and its exercise.
En otra entrevista (The
Catholic World Report, 19 de diciembre 2016), el mismo cardenal decía:
The classic Scriptural basis is St. Paul's rebuking
of Peter for his accommodation of the Judaizers in the early Christian Church.
Me
gustaría hacer un análisis de esta posible corrección cardenalicia frente a la
mencionada corrección de san Pablo, que aparece en el capítulo 2 de Gálatas.
Primero examinemos el texto bíblico del que me parece que podemos extraer
conclusiones eclesiológicas para nuestro tiempo.
Pero,
antes de nada, quiero decir que el tono de este artículo es de amabilidad y
cariño hacia el cardenal Burke. El cual me recibió en su casa, en la residencia
episcopal de St. Louis, cuando era arzobispo de esa ciudad y fui invitado a dar
unas charlas en su seminario. Mi relación con él ha sido sumamente cordial
cuando hemos coincidido en unas conferencias que los dos impartíamos en una
universidad de Australia, así como cuando nos hemos saludado en Roma
Mis
palabras ahora en este artículo, por favor, que no sean vistas como una crítica
hacia él. Porque yo estoy con él y con el Papa. Afortunadamente, no tengo que
elegir. Puedo estar con los dos a la vez. Mi relación con el cardenal Burke
está llena de sincero respeto. Vayamos ahora al texto bíblico que aduce el
cardenal.
Previamente
al texto de la corrección paulina, observamos en el mismo capítulo que Pablo, tras catorce años de
apostolado (Gal 2, 1) subió a Jerusalén a consultar si la doctrina que enseñaba
era correcta. E hizo tal cosa en una reunión
privada (Gal 2, 2) y lo consulta
a los dokousin que se puede traducir
por los reputados. Y lo hace para
estar seguro de que no estaba corriendo o había corrido en vano (Gal
2, 2).
¿Quiénes
eran esos reputados miembros de la Iglesia? Lo dice más adelante: Santiago, Cefas y Juan que eran los reputados pilares (dokountes stiloi, Gal 2, 5). Vemos aquí la
actitud de humildad y respeto de Pablo. Lo que va a seguir en esa misma carta
(la corrección) debe ser entendido dentro de esta actitud de respeto del
Apóstol.
Más
adelante, cuando Cefas fue a Antioquía, me opuse
a él en su cara, porque él se condenaba a sí mismo (Gal 2, 11). El verbo griego “anthistémi” que he traducido por “oponerse” significa con toda exactitud tomar una posición en contra. De anti +
histemi (estar de pie). Y poco más adelante añade que a Pedro otros judíos se le unieron en esta hipocresía (Gal 2, 13).
Perdóneseme
que desmenuce este texto con todos sus detalles, ofreciendo una versión
literalísima del griego, pero si la corrección del cardenal Burke se produce,
todos van a aducir este texto y conviene saber con exactitud qué dice esta
parte de Carta a los Gálatas. O, dicho de otro modo, qué sucedió exactamente,
pues para saberlo no contamos con otro relato que el de ese texto de las
Escrituras. Añado para acabar un último versículo:
Pero cuando vi que
ellos no caminaban rectamente (orzopodousin) a la verdad de la Buena Noticia (o Evangelio),
le dije a Pedro delante de todos: Si tú, aunque judío, vives como un gentil y
no como un judío, cómo puedes obligar a los gentiles a vivir como los judíos (Gal 2, 14).
La
palabra clave es delante de todos (emproszen panton). ¿San Pablo le reprendió
delante de toda la comunidad o discutió el tema sólo ante la presencia de los
pastores? Hay que reconocer que ese delante de
todos admite esa doble
posibilidad. No está de más, en este momento de la reflexión, recordar las
palabras de Jesús respecto a la corrección. La traducción exacta es ésta: Si tu hermano peca contra ti, ve y repruébalo entre tú y
él a solas (Mt 18, 15).
Examinemos
todos estos elementos ahora que los tenemos delante y preguntémonos: ¿Hubiera
san Pablo avergonzado a Pedro delante de todos si hubiera podido transmitirle
su mensaje a solas? Parece claro que no. No sólo por las palabras de Jesús, el
cual expresamente enseñó que la corrección se hiciera a solas. Sino
también porque cuando Pablo tuvo que consultar si él estaba en lo correcto,
tras tantos años de apostolado, lo hizo en
privado. No parece lógico pensar que Pablo hizo los demás, lo que él
no quiso que se hiciera con él: es decir, una corrección pública.
Cuando
hablamos de la comunidad de Antioquía, ¿de cuántos miembros estamos hablando?
Sin duda, en el peor de los casos de varios cientos de miembros. Antioquía era
la ciudad más grande del Imperio después de Roma. No está claro cuántos
habitantes tenía. Algunos elevan hasta medio millón sus habitantes. Esto sería
el máximo absoluto. A eso hay que añadir que la comunidad hebrea en esa ciudad
era especialmente numerosa. Y habían pasado más de catorce años desde la conversión
de San Pablo, así que esa comunidad podía contar incluso con mil o dos mil
cristianos.
Estamos,
por tanto, hablando de una iglesia que va de varios cientos de personas a un
par de miles, en ninguno de los casos podían reunirse todos en un solo lugar.
Por lo tanto, ese delante de todos no puede referirse a toda la comunidad, eso es
seguro, sino a un grupo de los creyentes de Antioquía. ¿San Pablo le
reprendería delante todos indistintamente? ¿Le reprendería delante de laicos y
presbíteros (y probablemente de un obispo o varios) lo cual inevitablemente
crearía división? No parece ésa la opción más prudente. Cualquiera de nosotros,
hubiera preferido no hacerlo así. Reitero que en ese momento, de hecho, ya no
era posible hablar de una sola vez a todos los cristianos de Antioquía, la
comunidad cristiana más numerosa del Imperio; en todo caso, sólo en Jerusalén
había más cristianos. Ese delante de todos,
sin duda, era un grupo más limitado que la entera comunidad antioquena.
Lanzar un
tema tan conflictivo, que tantas disensiones iba a producir, en medio de una
porción indiferenciada de la comunidad no parece la postura más inteligente.
Éste era un asunto para ser discutido con calma, no en medio de gritos y
agitación. Así que ese delante de todos,
razonablemente podemos pensar que se refiere a una reunión de pastores,
maestros y evangelizadores. ¿Por qué pensar eso? Por la enseñanza de Jesús,
porque Pablo así lo hizo al ir a Jerusalén y porque materialmente no podía ser
una reunión general de todos los cristianos de esa ciudad.
Es cierto
que la enseñanza de Jesús añadía lo siguiente: Si después de hacerle ver la
falta, incluso con testigos, sigue sin escuchar, Jesús dijo: Si además no les escucha, díselo a la iglesia (Mt 18, 17). Pero eso no se puede aplicar a los
pilares reconocidos del edificio eclesial. No es la comunidad eclesial la que
puede juzgar a los mismos fundamentos de la Jerusalén Celeste (Ap 21, 19-20).
Esta imposibilidad se puede afirmar de forma tajante en el caso que refiere San
Pablo en Gálatas 2, porque Jesús dijo que si
tampoco escucha a la iglesia que sea para ti como un gentil y un publicano
(Mt 18, 17). Por lo tanto, la apelación a la comunidad en general no puede ser
para desechar a uno de los doce Apóstoles.
Si uno de
los doce Apóstoles se equivocaba en algo, si hubiera pecado en algo, tras la
corrección en privado, sólo hubiera quedado apelar a hablar con otros
reconocidos pilares de la Iglesia para tratar de reconducir las cosas. En
ningún caso, se podía invocar la instancia de la denuncia ante la Iglesia en
general. Desde un punto de vista bíblico, ese camino no se puede seguir por
antieclesial. No se puede reconducir a la ortodoxia a alguien a través de un
camino contrario a la eclesialidad.
No sólo
el texto bíblico aducido por el cardenal sirve en este caso, sino que la
contextualización con otros textos, muestra que san Pablo jamás hubiera apelado
a la comunidad para reprender a Pedro. Además, el análisis concreto del verbo
griego anzistémi, lo que significa es que sostuvo una postura
contraria a la de Pedro. Pablo sostuvo una tesis opuesta ante una reunión de
pastores en la que se discutió este asunto. Con el mismo texto griego, véase lo
distinto que es afirmar una cosa u otra:
Opción A: Pablo reprendió públicamente a Pedro delante de
toda la comunidad.
Opción B: Pablo sostuvo una postura opuesta a la de Pedro en
una reunión de pastores reunida para discutir ese asunto.
¿El texto griego admite las dos
posibilidades interpretativas? El verbo anzistémi no significa, realmente, “reprender”
sino “sostener una postura opuesta”. Si
a eso se añade la conjunción de todos los textos aducidos, en mi opinión, todo
induce a pensar que lo que sucedió fue la segunda opción.
Después de haber revisado los textos, analicemos la situación creada en la
actualidad. Los cardenales tienen el deber de decir de dar su sincera opinión
al Papa si consideran que en algo se equivoca o que algo lo está haciendo mal.
Insisto, no es que los cardenales puedan hacer eso, es que deben hacerlo. El Sucesor
de Pedro puede equivocarse en toda aquella afirmación que no está amparada por
el dogma de la infalibilidad papal. Afirmar que el Papa no se equivoca en todo
lo que dice en todo momento sería una herejía.
Si el camino que se debe seguir para la corrección de cualquier obispo de
cualquier diócesis, por pequeña que sea, nunca puede ser la apelación a la
comunidad, tampoco el modo elegido para la corrección del Sucesor de Pedro debe
ser otro que el camino eclesial: a solas o en una reunión de cardenales. La
apelación a la entera comunidad destruye la autoridad de ese pastor. La
denuncia pública en materia de fe no es aceptable, porque las ovejas (por
fieles y espirituales que sean) no pueden ser juez de su pastor. En una
confrontación de este tipo, la cuestión no es quién tiene razón: aunque el que
corrige tenga razón, su acción será inútil; y si no tiene razón, el mal contra
el pastor estará hecho. No está de más recordar que una corrección formalmente
puede ser privada, pero el que corrige puede encargarse de que se haga del
domino público. Una denuncia pública puede presentarse bajo el aspecto formal
de una duda o de un problema de conciencia. En estos casos, el sentido común
indica qué es, de hecho, cada acción.
Analizemos
ahora esta cuestión desde un punto de vista lógico. El cardenal Bruke pide una
clarificación, no afirma que el Papa sea un hereje. Luego si admite que cabe
una interpretación ortodoxa de esos puntos de Amoris
Laetitia, el mismo purpurado puede responderse a sí mismo. Si lo que
piensa es que la intención del Santo Padre era incorrecta al redactar esos
puntos, resulta imprudente pedir que clarifique un punto doctrinal aquél mismo
redactor cuya intención no era correcta.
Desde un punto de vista meramente lógico, la cuestión se resume en dos
opciones:
Opción A: El texto materialmente admite una interpretación
ortodoxa. Luego el mismo cardenal puede dársela.
Opción B: La intención papal respecto al texto era
incorrecta. Luego no debe pedirse una interpretación al que se juzga inadecuado
para ello.
En los
dos casos, la exigencia de una clarificación resulta ilógica con independencia
de quién tenga razón. Y en mi opinión, los dos tienen razón. Tanto el cardenal
Burke al reafirmar la doctrina tradicional (que es expresión de la verdad) como
el Papa al insistir en un nuevo modo de acoger a los alejados, pero sin negar
el magisterio precedente. La postura papal es de adición, no de sustracción.
Así debe ser leída por los fieles.
Sigamos
con un análisis lógico de la situación. Si no cupiera una lectura ortodoxa de Amoris Laetitia, si el Papa realmente hubiera
traicionado la doctrina magisterial, el mismo cardenal Burke sería culpable de
falsedad al haber afirmado que el Papa no ha caído en la herejía: No, I am not saying the Pope Francis is in heresy (respuesta
que el cardenal Burke dio a The Catholic World
Report en la entrevista del 19 de
diciembre 2016).
Se mire
como se mire (desde un punto de vista bíblico, lógico o eclesial), mi opinión
es que un cardenal no debe públicamente decir a toda la Iglesia que va a hacer
un acto formal de corrección a un Papa; ningún cardenal debe hacer eso a ningún
Papa. En privado o en sus reuniones a puerta cerrada, no solo puede, sino que
debe decir lo que en conciencia crea que ha de decir. Lo que en privado puede
ser un acto virtuoso, deja de serlo al airearlo. Recuerdo, una vez más, que no
entro en el fondo del asunto doctrinal debatido, sino en la cuestión si el modo
de corregir es adecuado o no. El objeto de este artículo es eclesiológico, no
doctrinal.
Si el
cardenal tuviera razón en el modo de corregir, entonces (en el ámbito de una
parroquia) un coadjutor podría decir públicamente a los fieles que va a
corregir a su párroco en base al texto de Galatas 2. Como siempre se ha dicho: los trapos sucios se lavan en privado. Por supuesto que esto no vale para ocultar bajo
la capa del silencio actos delictivos tales como la pederastia. El amor a la
Iglesia no puede ser la excusa para dejar impunes a los culpables de delitos
civiles y penales.
Pero para
los demás casos, es decir, cuestiones verdaderamente intraeclesiales, vale la
máxima anterior de que los trapos sucios no se airean a los cuatro vientos.
Esta máxima vale para el modo de actuar con un párroco, con un obispo diocesano
o con el Papa, sea quien sea. Creer en la infalibilidad pontificia (cuando
habla ex cathedra) implica estar seguro de la falibilidad papal en su
actividad ordinaria. En el Papa, ni la gracia de estado ni su santidad personal
ni las oraciones de toda la Iglesia le privan de su falibilidad. Pero el camino
que debe seguirse en el ajuste de las cuestiones doctrinales es el camino
correcto, el que nos enseñó Jesús, el que estoy convencido que siguió Pablo en
Antioquía.
No se
puede decir que it´s an old institute in the
Church, the correction of the pope, porque no es así: la corrección
pública del Sucesor de Pedro nunca ha sido un camino ni adecuado ni lícito ni
prudente de ejercer la obligación de aconsejar al Santo Padre. El diccionario
Merryam-Webster traduce “institute” como an elementary principle recognized as authoritative. No se ve cómo se puede considerar la denuncia
pública de cualquier pastor por parte del inferior como un principio
conveniente para el funcionamiento de la Iglesia. No resulta apropiado que el
inferior corrija públicamente al superior.
Sin
ninguna duda, los santos siempre actuaron de un modo exquisito: reformar sin
dañar el edificio eclesial, corregir sin avergonzar. Todo cardenal es un
colaborador, el Vicario de Cristo es el Pastor de pastores. Supongamos que no
tengo razón en lo que he dicho, entonces yo podría criticar públicamente lo que
no me pareciera bien en mi obispo. Y cuando mi obispo me preguntara por qué
hacía eso, le podría responder que también Pablo se opuso a Pedro en Antioquía.
Evidentemente, no fue ése el modo en el que actuaron los santos, ni siquiera
san Pablo como he intentado mostrar antes.
Quiero y
estimo al cardenal Burke. Mi análisis ha sido teológico. De ningún modo juzgo
las intenciones del purpurado ni su persona. En mi interior estoy convencido de
que ha actuado y actúa de buena fe. No tengo por qué pensar que ha hecho esto
por ninguna otra razón que el amor a la Iglesia. Estoy seguro de que su amor al
Solio de Pedro es intenso y su vida ejemplar. Pero dado que su advertencia de
una posible corrección al Papa ha sido escuchada por toda la Iglesia, me ha
parecido útil analizar teológicamente esta interesante situación. Si vuelvo a
ver al cardenal, le besaré su anillo con toda la devoción y cariño que él me
inspira.
En el
presente escrito, mis reflexiones han ido encaminadas a la eclesiología
subyacente en la situación creada, pero permítaseme decir unas brevísimas
palabras acerca del objeto en disputa. En mi modesta opinión, Dios, a través
del Papa Francisco, está pidiendo a toda la Iglesia que, sin negar
absolutamente nada del magisterio de san Juan Pablo II, hagamos lo posible por
aplicar esa verdad del modo más bondadoso posible. Juan Pablo II mostró la
verdad objetiva con su enseñanza. Ahora el Papa Francisco intenta acoger de un
modo benigno a las almas que no se ajustan plenamente a esa verdad. Dios nos
está diciendo cosas a través de este Papa. La lectura de ambos Papas es de
adición, no de sustracción.
Será el
tiempo, la labor reposada de los teólogos, la meditación de los obispos durante
unos años, la que logrará una síntesis entre la defensa del esplendor de la
verdad, por un lado, y el deseo de acoger a todos los que no se adecúan al plan
ideal del Creador. Pero para eso se necesitan unos años y calma, no presionar
para que se den respuestas autoritativas ya a todas las preguntas. Considero
que la mejor respuesta a los dubia de los cardenales es decirles pacíficamente,
mansamente, que se precisa de un tiempo de oración y meditación para conjugar
el esplendor de la verdad con el amor que nos impulsa a abrazar a todos los que
no viven de acuerdo al plan ideal de Dios.
Si a alguien no le ha satisfecho la respuesta que
ya ha dado la Cabeza de la Iglesia en Amoris
Laetitia, la solución no está en forzar una nueva respuesta a la
primera respuesta. ¿Acaso no podría ser, de nuevo, completamente necesaria una
tercera respuesta a la segunda? Lo mejor ahora es dar a la Iglesia entera un
tiempo de oración y reflexión.
P. FORTEA
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