Existen preguntas que sólo se responden con la
propia vida. Conoce esta bella historia…
Realmente no es fácil para los hombres comprender por qué las mujeres
lloran con tanta facilidad. Lloran porque están tristes, lloran porque están
alegres, lloran de emoción, de decepción… Hay lágrimas disponibles para todo.
San Agustín decía que las lágrimas que una madre derramaba por su conversión
frente al Sagrario, “eran la propia sangre del
corazón destilada en lágrimas en sus ojos”.
Una vez, un joven le preguntó a su mamá:
– Mamá, ¿por qué estás llorando? Y ella respondió:
– Porque soy mujer…
– Pero… no entiendo.
La madre se inclinó hacia él, lo abrazó y le dijo:
– Mi amor, ¡jamás lo entenderás!
… Más tarde, el chico le preguntó al papá:
– Papá, ¿por qué mamá llora a veces, sin motivo? El hombre respondió:
– Todas las mujeres lloran siempre sin ningún motivo…
Era todo lo que el papá fue capaz de responder.
El jovencito creció y se volvió un hombre. Y, de vez en cuando hacía la
misma pregunta: ¿Por qué será que la mujeres lloran, sin tener motivo para
ello?
Una vez ese hombre se arrodilló y le preguntó a Dios:
– Señor, dime… ¿Por qué las mujeres lloran con tanta facilidad? Y Dios
le dijo:
– Cuando creé a la mujer, tenía que hacer algo muy especial. Hice sus
hombros fuertes, capaces de aguantar el peso del mundo entero… Pero lo
suficientemente suaves para consolarlo. Le di una inmensa fuerza interior, para
que pudiera soportar los dolores de la maternidad y también el desprecio que a
menudo proviene de sus propios hijos. Le di una fortaleza que le permite
continuar siempre cuidando de su familia, sin quejarse, a pesar de las enfermedades
y el cansancio. Le di una sensibilidad para amar a sus hijos, en cualquier
circunstancia, incluso cuando esos hijos la lastimen mucho…
Esa sensibilidad le permite ahuyentar cualquier tristeza, llanto o
sufrimiento de niño, y compartir las ansiedades, dudas y miedos de la
adolescencia. Sin embargo, para que pueda aguantar todo eso, hijo mío… Le di
las lágrimas, y son exclusivamente suyas, para usarlas cuando lo necesite. Al
derramarlas, la mujer vierte en cada lágrima un poquito de amor. Esas gotas de
amor se desvanecen en el aire y salvan a la humanidad.
El hombre respondió con un profundo suspiro:
– Ahora entiendo el sufrimiento de mi madre, de mi hermana, de mi
esposa… ¡Gracias, Dios mío!
Por Felipe Aquino
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