VATICANO, 11 Ene. 17 / 05:37 am (ACI).- En una nueva catequesis, el Papa Francisco
habló sobre los ídolos que los hombres suelen fabricarse creyendo que le darán
la felicidad pero que sin embargo no lo hacen.
“El hombre, imagen de Dios, se fabrica un dios a su
propia imagen, y es incluso una imagen mal hecha: no escucha, no actúa, y sobre
todo no puede hablar. Pero, nosotros estamos más contentos de ir en los ídolos
que ir al Señor. Estamos muchas veces más contentos de las efímeras esperanzas
que te da esto que es falso, este ídolo, que la gran esperanza segura que nos
da el Señor”, explicó.
A continuación, el texto completo de la catequesis
del Papa:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El pasado mes de diciembre y en la primera parte de enero hemos
celebrado el tiempo de Adviento
y luego el de Navidad:
un periodo del año litúrgico que despierta en el pueblo de Dios la esperanza. Esperar
es una necesidad primaria del hombre: esperar en el futuro, creer en la vida, el llamado “pensamiento
positivo”.
Pero es importante que tal esperanza sea colocada en lo que
verdaderamente puede ayudar a vivir y a dar sentido a nuestra existencia. Es
por esto que la Sagrada Escritura nos pone en guardia contra las falsas
esperanzas: estas falsas esperanzas que el mundo nos presenta, encubriendo su
inutilidad y mostrando su insensatez.
Y lo hace de varios modos, pero sobre todo denunciando la falsedad de
los ídolos en el cual el hombre está tentado de poner su confianza, haciéndolo
el objeto de su esperanza.
En particular los profetas y los sabios insisten en esto, tocando un
punto central del camino de fe del creyente. Porque la fe es confiar en Dios –
quien tiene fe, confía en Dios – pero llega el momento en el cual,
enfrentándose a las dificultades de la vida, el hombre experimenta la
fragilidad de esta confianza y siente la necesidad de certezas distintas, de
seguridades tangibles, concretas.
Yo confío en Dios, pero la situación es un poco fea y yo necesito una
certeza un poco más concreta. ¡Y ahí está el peligro! Y entonces estamos
tentados en buscar consolaciones incluso efímeras, que parecen colmar el vacío
de la soledad y mitigar el cansancio de creer.
Y pensamos de poderlas encontrar en la seguridad que puede dar – por
ejemplo – el dinero, en las alianzas con los potentes, o seguridades de la
mundanidad, o en las falsas ideologías. A veces las buscamos en un dios que
pueda doblegarse a nuestros pedidos y mágicamente intervenir para cambiar la
realidad y hacerla como nosotros queremos; un ídolo, precisamente, que en
cuanto tal no puede hacer nada, impotente y mentiroso.
¡Pero a nosotros nos gustan los ídolos, nos gustan mucho! Una vez, en
Buenos Aires, debía ir de una iglesia a otra, a mil
metros, más o menos. Y lo hice, caminando. Y había un parque por ahí, y en el
parque había pequeñas mesas, muchas, donde estaban sentados los videntes.
Y estaba lleno de gente, incluso hacían colas, había mucha gente; y tú
le dabas la mano y él comenzaba… Pero, el discurso era siempre el mismo: hay
una mujer en tu vida, hay una sombra que viene, pero todo saldrá bien… y luego,
pagabas. Y ¿esto te da seguridad? Es la seguridad de una – permítanme la
palabra – de una estupidez.
Y este es un ídolo: he ido al vidente, a la vidente y me han leído las
cartas – yo sé que ninguno de ustedes hace esto – y he salido mejor. Me
recuerda a esa película, “Milagro en Milán”, “que
cara, que nariz… 100 liras”. Te hacen pagar para que te alaben y ten una
falsa esperanza.
Este es un ídolo, y nosotros estamos tan atentos: compramos falsas
esperanzas. Y aquello que es la esperanza de la gratuidad, aquella que nos ha
traído Jesucristo, gratuitamente, ha dado su vida por nosotros, en aquella no
confiamos tanto…
Un salmo lleno de sabiduría nos describe de modo muy sugestivo la
falsedad de estos ídolos que el mundo ofrece a nuestra esperanza y a la cual
los hombres de todo tiempo son tentados a encomendarse. Es el Salmo 115, que
recita así: «Los ídolos, en cambio, son plata y oro, obra de las manos de los
hombres.
Tienen boca, pero no hablan, tienen ojos, pero no ven; tienen orejas,
pero no oyen, tienen nariz, pero no huelen. Tienen manos, pero no palpan,
tienen pies, pero no caminan; ni un solo sonido sale de su garganta. Como ellos
serán los que los fabrican, los que ponen en ellos su confianza» (vv. 4-8).
El salmista nos presenta, incluso de modo un poco irónico, la realidad
absolutamente efímera de estos ídolos. Y debemos entender que no se trata solo
de representaciones hechas de metal o de otro material, sino también de
aquellas construidas con nuestra mente, cuando confiamos en realidades
limitadas que transformamos en absolutas, o cuando reducimos a Dios a nuestros
esquemas y a nuestras ideas de divinidad; un dios que se nos asemeja,
comprensible, predecible, justamente como los ídolos del cual habla el salmo.
El hombre, imagen de Dios, se fabrica un dios a su propia imagen, y es
incluso una imagen mal hecha: no escucha, no actúa, y sobre todo no puede
hablar. Pero, nosotros estamos más contentos de ir en los ídolos que ir al
Señor. Estamos muchas veces más contentos de las efímeras esperanzas que te da
esto que es falso, este ídolo, que la gran esperanza segura que nos da el
Señor.
A la esperanza en un Señor de la vida que con su Palabra ha creado el
mundo y conduce nuestras existencias, se contrapone la confianza en imágenes
mudas.
Las ideologías con sus pretensiones de absoluto, las riquezas – y este
es un gran ídolo –, el poder y el suceso, la vanidad, con sus ilusiones de
eternidad y de omnipotencia, los valores como la belleza física y la salud,
cuando se convierten en ídolos a los cuales sacrificar cada cosa, son todas
realidades que confunden la mente y el corazón, y en vez de favorecer la vida
la conducen a la muerte.
Y es muy feo escuchar y hace tanto mal al alma aquello que una vez, hace
años, he escuchado, en otra diócesis: una mujer, una buena mujer, muy bella,
era muy bonita y se vanagloriaba de su belleza, comentaba, como si fuera
natural: “He debido abortar, para mí, mi figura es
muy importante”. Estos son los ídolos, y te llevan por el camino
equivocado y no te dan la felicidad.
El mensaje del salmo es muy claro: si se pone la esperanza en los
ídolos, se termina siendo como ellos: imágenes vacías con manos que no tocan,
pies que no caminan, bocas que no pueden hablar.
No se tiene nada más que decir, se es incapaz de ayudar, cambiar las
cosas, incapaces de sonreír, donarse, incapaces de amar. Y también nosotros,
hombres de Iglesia, corremos este riesgo cuando nos “mundanizamos”.
Es necesario permanecer en el mundo pero defenderse de las ilusiones del
mundo, que son estos ídolos que yo he mencionado.
Como prosigue el Salmo, se necesita confiar y esperar en Dios, y Dios
donará bendición: «Pueblo de Israel, confía en el
Señor […] Familia
de Aarón, confía en el Señor […] Confíen en el Señor todos los que lo temen […]
Que el Señor se acuerde de nosotros y nos bendiga» (vv. 9.10.11.12).
Siempre el Señor se recuerda, también en los momentos difíciles; pero Él
se recuerda de nosotros. Y esta es nuestra esperanza. Y la esperanza no
defrauda. Jamás. Jamás. Los ídolos defraudan siempre: son fantasías, no son
realidades.
Esta es la estupenda realidad de la esperanza: confiando en el Señor nos
hacemos como Él, su bendición nos transforma, nos transforma en sus hijos, que
comparten su vida.
La esperanza en Dios nos hace entrar, por así decir, en el rayo de
acción de su recuerdo, de su memoria que nos bendice y nos salva. Y entonces
puede surgir el aleluya, la alabanza al Dios vivo y verdadero, que por nosotros
ha nacido de María, ha muerto en la cruz y ha resucitado en la
gloria. Y en este Dios nosotros tenemos esperanza, y este Dios – que no es un
ídolo – no defrauda jamás. Gracias.
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