Mira estos dos pasajes de
pedidos a Dios:
“Porque tu fuerza no está en el número ni tu dominio en los fuertes, sino que tú eres el Dios de los humildes, el defensor de los desvalidos, el apoyo de los débiles, el refugio de los abandonados y el salvador de los desesperados.
Sí, Dios de mi padre y Dios de la herencia de Israel, Soberano del cielo y de la tierra, Creador de las aguas y Rey de toda la creación: ¡escucha mi plegaria!” (Judith 9: 11-12)
“Porque tu fuerza no está en el número ni tu dominio en los fuertes, sino que tú eres el Dios de los humildes, el defensor de los desvalidos, el apoyo de los débiles, el refugio de los abandonados y el salvador de los desesperados.
Sí, Dios de mi padre y Dios de la herencia de Israel, Soberano del cielo y de la tierra, Creador de las aguas y Rey de toda la creación: ¡escucha mi plegaria!” (Judith 9: 11-12)
“¿Qué quieres que haga por
ti?” Él respondió: “Señor, que vea otra vez” (Lucas 18:41)
Hay algo acerca de la confianza en la oración
desesperada de Judith que resuena en un nivel profundo. Aquí está una mujer sin
razón en el mundo para la esperanza, cuya casa está sitiada por el ejército más
poderoso del mundo y cuyo futuro sólo muestra la promesa de sufrimiento y
muerte.
Ella sabe que no hay manera de salir, no hay nada
que hacer para salvar a su pueblo. Pero sabe que mientras que ella es
impotente, sirve a un Dios todo poderoso.
Así que ella busca hacer lo imposible. Y reza en la
oscuridad a un Dios que puede llevarla a la luz. Ella sabe que el Dios de
Israel tiene un maravilloso corazón para los desamparados y le pide que haga lo
que sabe que puede hacer: salvar a su pueblo.
Es un momento lleno de fe, que no queda sin
recompensa; leer el libro para conocer una de las más grandes heroínas del
mundo antiguo.
Nos enseña que una y otra vez debemos orar por una
liberación milagrosa en una situación desesperada. Nos recuerda a nosotros
mismos quien es Dios, lo que es capaz de hacer y como pedir que escuche nuestra
oración.
Pero Judith no tenía necesidad de recordar hechos
maravillosos de Dios para alabarle y suplicarle. Esas palabras fueron para
apuntalar su fe y mover su corazón a la confianza.
Dios no necesita nuestra elocuencia, sólo la
necesita nuestro pedido.
Algunos días tenemos mucho que decir al Señor,
palabras profundas y amorosas. Otros días todo lo que podemos decir es un
débil, “Por favor, Señor. Por favor”.
No podemos hablar de la fe en lo que Dios ha hecho.
No podemos recordar su constancia o su amor. Sólo podemos atinar a pedir como
el mendigo ciego de Lucas, “¡Ten piedad de mí!” Y Dios responde, tanto
como hace cuando oramos con artilugios y frases bonitas.
Nuestra oración no tiene que ser bella o elocuente
o poderosa. A veces ni siquiera estamos seguros que tiene que ser fiel. A la
simple solicitud del ciego, Dios responde con el mismo poder e incluso con
mayor rapidez. Dios es tan amable y misericordioso que él tomará cualquier
oración que podamos articular.
Porque la oración no es poesía, es relación. Y
mientras que las bellas palabras pueden ser preciosas, y también nos ponen en
el camino, la simpleza y la humildad de corazón movilizan la Misericordia del
Señor.
Repitamos la oración de Judith para recordar quién
es Dios y la pasión con que lo podemos invocar. Pero que el mendigo ciego nos
recuerde que la mejor oración es la oración sincera, se sienta bien o no.
Porque el nuestro es un Dios que nos ama tal como
somos, no como nos gustaría ser, y que se complace en responder a nuestras
oraciones. ¡Si tan sólo pudiéramos confiar en él lo suficiente como para pedirle!…
Fuente:
Foros de la Virgen María
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