Ayer y antes de ayer vi un
reportaje de 1 hora y 45 minutos acerca de monseñor Lefebvre. Vi ese documental
haciendo oración (a la par de comía y cenaba) y me llenó de fervor. Le pedí al
Señor que no me pasara lo mismo, que no me desvíe, que no desvíe a las ovejas
de Cristo so capa de bien.
Lefebvre, en un momento dado,
dijo: Hubiera preferido morirme antes que desobedecer a Roma. Pero lo
cierto es que desobedeció al Vicario de Cristo. Todo el documental, aun siendo
completamente filolefebvriano, me hizo mucho bien. Nunca debemos considerarnos
a nosotros mismos como la regula fidei, la regla de la fe.
No sabía que el citado obispo
llegó a tener tanta autoridad en la Iglesia. Fue delegado apostólico para toda
el África francófona. Su peso a la hora de organizar la Iglesia en esos países,
nombrar obispos, corregir problemas fue impresionante. Este arzobispo de Dakar
me daba una impresión óptima: recto, espiritual, ortodoxo, entregado totalmente
al Reino de Dios.
Y de pronto nada. Vuelta a
Francia, a una pequeñísima diócesis. ¿Era un obispo magnífico al que Dios probó
con una prueba impresionante y que podía haber llegado a santo de haberse
sometido interiormente con perfecta docilidad? ¿O sus superiores ya habían
comprobado que detrás de sus virtudes, había una soberbia que sin duda les iba
a causar graves problemas? ¿Quién puede saberlo ya a estas alturas? Sólo Dios
lo sabe. ¿Santo o refinadamente soberbio? ¿Qué era en ese momento ese
arzobispo?
Volvió a Francia y, al poco,
renunció a su diócesis para dedicarse a ser superior de su orden misionera. En
esto comenzó el Vaticano II. Firmó todos los documentos. No vio tantos problemas
como después sus seguidores han visto en esos documentos conciliares. Insisto,
los aceptó y siguió con su trabajo.
Años después se vio obligado a
renunciar a su puesto de superior general de los espiritanos ante la situación
de rebelión de tantos jóvenes novicios y religiosos. Funda un seminario en
Econe y todo tal vez hubiera acabado allí, si no hubiera sido porque había
problemas que motivaron una visita apostólica.
El resultado de la investigación
fue que le ordenaron cerrar el seminario. Y allí ya comenzó el camino de
rebeldía que le llevó a la excomunión. Qué triste. Cuánta gloria podía haber
dado a la Iglesia. Y, sin embargo, cuánto daño a esa misma Iglesia a la que él
pretendía ayudar. La pretendía ayudar atacándola. Qué pena. No juzgo sus intenciones.
Pero de su vida se extraen para mí dos valiosas conclusiones:
-Unión
con el Papa: Se pueden hacer críticas
constructivas. Nadie nos pide servilismo. Todos sabemos cuando algo es dicho
con bondad y cuando es dicho con mala idea.
-Sometámonos a la Iglesia: Todos tenemos la tentación de creernos el criterio último de verdad. Todos pensamos que la Iglesia debe ser de ésta o de otra manera. La Iglesia está por encima de nosotros. Sometámonos a la autoridad. Nosotros somos pequeñas y humildes ovejas.
P.
FORTEA
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