"Vosotros
sois la sal de este mundo. Pero si la sal deja de ser salada, ¿cómo seguirá
salando? Ya no sirve para nada, así que se la arroja a la calle y la gente la
pisotea.
Vosotros
sois la luz de este mundo. Una ciudad situada en lo alto de un monte no puede
ocultarse; y una lámpara no se enciende para taparla con alguna vasija, sino
que se la pone en alto para que alumbre a todos los que están en la casa. Del
mismo modo, procurad que vuestra luz brille delante de la gente, para que,
viendo el bien que hacéis, alaben todos a vuestro Padre que está en el
cielo."
Hoy también tenemos un evangelio
distinto del de Pascua, porque es San Isidoro de Sevilla.
Jesús nos dice a sus seguidores,
que somos sal y luz del mundo. La sal da gusto a los alimentos. La luz ilumina
las tinieblas. Si somos cristianos de verdad debemos dar "gusto" a la
vida. Debemos mostrar que la vida vale la pena vivirse. Para ello, hemos de
empezar por tener "gusto" nosotros. Si nuestra vida es sosa,
monótona, vulgar, carente de sentido, difícilmente podremos contagiar vida a
los demás. Lo mismo ocurre con la luz. Para transmitirla, hemos de empezar por
estar nosotros iluminados. Si permanecemos en la oscuridad, solo repartiremos
oscuridad.
Al ver a los primeros cristianos,
la gente exclamaba: ¡Mirad cómo se aman! ¿Dicen hoy lo mismo de nosotros? Me
temo que no. Ser luz y sal es el reto que se nos presenta hoy ante nosotros.
Enviat per Joan Josep Tamburini
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