Los que me conocéis y vivís cerca
de mí sabéis que ando enfrascado en un artículo sobre la catedral de San
Agustín. Hoy estaba leyendo unos fragmentos de dos cartas del santo obispo al
monasterio femenino gobernado por una abadesa, de la que no se sabe el nombre.
Es muy interesante la situación
que se describe en esas cartas (epístola 210 y 211), porque una parte de las
monjas quieren que la abadesa renuncie a su cargo en favor de superiora que le
seguía en el gobierno de la comunidad, para ello apelan al capellán, que no las
ayuda en este propósito, pero que acaba proponiendo su propia renuncia ante una
situación de total división.
Finalmente apelan al obispo
Agustín. El cual les escribirá una carta durísima: ¿Cómo es posible que se
produzca un cisma en un monasterio? ¡Y eso contra una madre que, durante años,
os asistido, cuidado, instruido y os ha dado el velo a la mayor parte de
vosotras!
El obispo les reprende con gran
dureza y allí acaba la segunda carta. Pero yo pensaba después en la capacidad
limitada que tienen las jerarquías para conocer la verdad cuando se producen
graves problemas en una comunidad parroquial o religiosa. Unas veces la cosa
está clara tanto en sus causas como en sus soluciones. Otras veces no está nada
claro el asunto aunque se dedique tiempo a investigarlo. Y otras veces, uno
cree estar seguro de cuales son esos problemas y soluciones, y se equivoca.
Debemos ser humildes y entender
nuestra limitación. La abadesa de la carta de San Agustín pudo ser muy buena
durante muchos años, ¿pero estaba seguro el obispo de que no se había vuelto
cruel y despótica? Cierto que había una división en la comunidad. Pero esta
división ¿era fruto únicamente del pecado o de graves deficiencias de la
cabeza? Hay situaciones de tal gravedad que requieren apelar a una instancia
superior para conseguir el relevo de la autoridad.
De verdad que todos creemos que
investigando una situación se llega a saber la verdad. Pero no pocas veces eso
no es así. La capacidad de unas pocas personas para indisponer a la mayoría
nunca debe ser subestimada. Indisposición que puede volverse crónica haga lo
que haga la víctima. Situación en la que ya todas sus decisiones son vistas
negativamente. A veces, la persona prudente, buena e inocente tiene toda una
serie de elementos en sí mismo o circunstanciales que empujan al investigador a
sacar una conclusión negativa.
En cuestiones eclesiásticas, no
es infrecuente que el investigador no pueda estudiar el hecho en sí, sino los
relatos de las personas que forman un círculo concéntrico.
Bendito el obispo que cuenta
entre las filas de su clero a uno, dos o tres presbíteros que puedan investigar
las cosas sin prisa, sin subjetividad, con perspicacia, sospechando de sí
mismos, sospechando de la misma capacidad para conocer la verdad. Bendito el
obispo que puede echar mano de un Guillermo de Baskerville.
Los obispos no pueden querer juzgarlo todo por sí mismos a base de
primeras impresiones, sin dedicar el tiempo que el asunto requiera, confiados
en su mucha experiencia, confiados en una especie de gracia de estado que les
iluminará. La ayuda de los fray Guillermos resulta más necesaria precisamente
cuanto menos útiles se les considera.
P.
FORTEA
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