El 14 de febrero el cardenal
Ravasi escribía una carta a los masones: una carta amable, una carta en la que
buscaba el diálogo con ellos, un carta en la que intentaba ir más allá de la
tradicional agria hostilidad. Como es lógico, de inmediato, infinidad de laicos
levantaron su voz contra el purpurado desde todos los confines de la Red. ¿Cuál
es mi modesta opinión sobre el tema?
Pues, sencillamente, estoy
totalmente con el cardenal Ravasi. Es cierto que la misma esencia de la
masonería es incompatible con el Evangelio. Es cierto que la Iglesia ha sufrido
mucho de parte de las logias en siglos pasados. No me voy a extender en esto,
porque los Papas ya han hablado de forma clara y nítida sobre el asunto en
varias encíclicas.
Pero una vez que se ha dejado
clara la doctrina, ¿cómo el pastor (y el cardenal Ravasi es un pastor) no va a
acercarse a las ovejas que no son del rebaño? Escribía cierta persona que no se
podía dialogar con demonio. Tiene razón. Pero los masones no son el demonio.
Son hijos de Dios a los que deseamos que llegue la voz maternal de la Iglesia.
Si a mí me pidieran una charla
los del partido Podemos o los comunistas o el grupo humano más detestable, sin
duda aceptaría su invitación. ¿Qué otra cosa deseo que predicar y predicar a
los que están fuera o lejos o perdidos? ¿Si me pidieran una charla un grupo de
satanistas, aceptaría? Por supuesto que sí. ¡Cuánto me gustaría predicar a
satanistas, grupo tras grupo!
Pero el cardenal Ravasi no
predica en esa carta. Y no predica porque la situación históricamente entre
masones e Iglesia ha sido de perfecta hostilidad. El purpurado ya hace mucho
con intentar construir un puente de diálogo.
Por supuesto que en el esfuerzo
por tender puentes siempre se puede alegar el peligro de indiferentismo, el
peligro de que las almas se desorienten. Pero para eso está la labor de los
pastores: para dar el agua clara de la doctrina a las ovejas fieles y para
buscar a las ovejas perdidas.
Por favor, por favor, demos
siempre un voto de confianza a los sucesores de los Apóstoles. ¿Es que no
suponemos que ellos son hombres de oración, que llevan las cosas ante el
sagrario, que piden consejo a personas doctas y prudentes?
Hoy he ido a una capilla de adoración perpetua y he visto a una persona
que conozco que tenía un generoso tiempo de adoración en mitad de la noche. Y
me alegró. Eso demuestra su fe y su generosidad. Pero acto seguido el
pensamiento que me ha venido ha sido: Ojalá criticara y juzgara menos a los
sacerdotes.
P.
FORTEA
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