viernes, 25 de marzo de 2016

LA GRAN CRUZ DE MARÍA Y JOSÉ


Las cosas, hechos, acontecimientos que superan nuestra capacidad de comprensión las llamamos misterios. Van más allá de lo que alcanzamos a entender con nuestra razón. Ocurren en la vida de cualquier persona; pasa algo que no entendemos, ni el por qué ni el para qué.

También en la vida de la Sagrada Familia hubo varios misterios en los que María y José se preguntarían más de una vez cómo podía suceder aquello, o cuál era el plan del Altísimo sobre ellos en determinadas situaciones. En el caso de la Sagrada Familia, ante el misterio, se reaccionaba con fe, con amor, con la confianza sin límites en Dios Todopoderosos y sabio: todo eso no evitaba el dolor pero le deba sentido.

Hay una escena que el mismo día de San José me vino a la cabeza y que traté de contemplar en profundidad; es la pérdida de Jesús durante tres días y lo encontraron en el templo en medio de los doctores.

Me pregunté por qué había sucedido eso ya que es indudable que alguna razón hubo para ello. Al meditar sobre el por qué de este hecho encontré una razón por la que el Padre había permitido esa pérdida. Y, dándole vueltas, encontré una que paso a exponer.

Que algunos santos tuvieron visiones, nadie lo dudamos. Seguro que algunas tendrían también la Virgen y San José. Me imagino que el hecho de no encontrar al niño durante tres días les habría supuesto un tormento inimaginable; desde luego eran conscientes de haber perdido a Jesús y no veían el por qué. Efectivamente, lo primero que le pregunta la Virgen, un poco en seco, es el por qué ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando. (Lc. 2, 48).
Y ese por qué es lo que anduve buscando durante la meditación de ese día. Y es lo que encontré y expongo ahora, y lo que a mi modo de ver, es la gran prueba de la cruz de la Virgen y de San José.

No cometieron pecado, pero se encontraron con el hecho de haber perdido a Jesús que es el efecto del pecado. Los pecadores han perdido a Jesús pero no se dan cuenta de lo que han perdido, de lo que supone perderle.

La Virgen y San José perdieron a Jesús sin pecar y sí se daban cuenta de que le habían perdido y de lo que les suponía perderle.

Dios permite que José y María, que no habían experimentado las consecuencias del propio pecado, porque no había pecado en ellos, la experimenten con la pérdida de JESÚS EN EL TEMPLO.

Si nos cuesta entrar en ese misterio y entender el sufrimiento de José y María por la pérdida de Jesús, cualquiera nos podemos imaginar que perdemos a un niño a nuestro cargo. Si lo pensamos por un momento no podemos menos de estremecernos de pena y angustia.

Lamentablemente conocemos casos de pérdida de niños y adultos desaparecidos, que aunque no nos toque de cerca, no deja de causarnos dolor. Pues considero que mucho más, inmensamente más debía suponernos a todos el perder la gracia de Dios, pecando.

Jesús, no permitas que nos separemos de ti.

José Gea

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