FILADELFIA, 26 Sep. 15 / 10:23 am (ACI).- Ante los
sacerdotes, religiosos y religiosas del estado de Pensilvania en Estados
Unidos, el Papa Francisco pronunció la siguiente homilía en español en la
Catedral de San Pedro y
San Pablo:
Esta mañana he aprendido algo sobre la historia de esta hermosa
Catedral: la historia que hay detrás de sus altos muros y ventanas. Me gusta
pensar, sin embargo, que la historia de la Iglesia en esta ciudad y
en este Estado es realmente una historia que no trata solo de la construcción
de muros, sino también de derribarlos. Es una historia que nos habla de
generaciones y generaciones de católicos comprometidos que han salido a las
periferias y construido comunidades para el culto, para la educación, para
la caridad y el servicio a la sociedad en general.
Esa historia se ve en los muchos santuarios que salpican esta ciudad y
las numerosas iglesias parroquiales cuyas torres y campanarios hablan de la
presencia de Dios en medio de nuestras comunidades. Se ve en el esfuerzo de
todos aquellos sacerdotes, religiosos y laicos que, con dedicación, durante más
de dos siglos, han atendido las necesidades espirituales de los pobres, los
inmigrantes, los enfermos y los encarcelados. Y se ve en los cientos de
escuelas en las que hermanos y hermanas religiosos han enseñado a los niños a
leer y a escribir, a amar a Dios y al prójimo y a contribuir como buenos
ciudadanos a la vida de la
sociedad estadounidense. Todo esto es un gran legado que ustedes han recibido y
que están llamados a enriquecer y a transmitir.
La mayoría de ustedes conocen la historia de Santa Catalina Drexel, una
de las grandes santas que esta Iglesia local ha dado. Cuando le habló al Papa
León XIII de las necesidades de las misiones, el Papa –era un Papa muy sabio–
le preguntó intencionadamente: «¿Y tú?, ¿qué vas a hacer?». Esas palabras
cambiaron la vida de Catalina, porque le recordaron que al final todo
cristiano, hombre o mujer, en virtud del bautismo, ha recibido una misión. Cada
uno de nosotros tiene que responder lo mejor que pueda al llamado del Señor
para edificar su Cuerpo, la Iglesia.
«¿Y tú?». Me gustaría hacer hincapié en dos aspectos de estas palabras
en el contexto de nuestra misión específica de transmitir la alegría del
Evangelio y edificar la Iglesia, ya sea como sacerdotes, diáconos, miembros varones
y mujeres de institutos de vida consagrada.
En primer lugar, aquellas palabras –«¿Y tú?»– fueron dirigidas a una
persona joven, a una mujer joven con altos ideales, y le cambiaron la vida. Le
hicieron pensar en el inmenso trabajo que había que hacer y la llevaron a darse
cuenta de que estaba siendo llamada a hacer algo al respecto. ¡Cuántos jóvenes
en nuestras parroquias y escuelas tienen los mismos ideales, generosidad de
espíritu y amor por Cristo y la Iglesia!. Les pregunto, nosotros ¿Los
desafiamos? ¿Les damos espacio y les ayudamos a que realicen su cometido?
¿Encontramos el modo de compartir su entusiasmo y sus dones con nuestras
comunidades, sobre todo en la práctica de las obras de misericordia y en la
preocupación por los demás? ¿Compartimos nuestra propia alegría y entusiasmo en
el servicio al Señor?
Uno de los grandes desafíos de la Iglesia en este momento es fomentar en
todos los fieles el sentido de la responsabilidad personal en la misión de la
Iglesia, y capacitarlos para que puedan cumplir con tal responsabilidad como
discípulos misioneros, como fermento del Evangelio en nuestro mundo. Esto
requiere creatividad para adaptarse a los cambios de las situaciones,
transmitiendo el legado del pasado, no solo a través del mantenimiento de
estructuras e instituciones, que son útiles, sino sobre todo abriéndose a las
posibilidades que el Espíritu nos descubre y mediante la comunicación de la
alegría del Evangelio, todos los días y en todas las etapas de nuestra vida.
«¿Y tú?». Es significativo que esas palabras del anciano Papa fueran
dirigidas a una mujer laica. Sabemos que el futuro de la Iglesia, en una
sociedad que cambia rápidamente, reclama ya desde ahora una participación de
los laicos mucho más activa. La Iglesia en los Estados Unidos ha dedicado
siempre un gran esfuerzo a la catequesis y a la
educación. Nuestro reto hoy es construir sobre esos cimientos sólidos y
fomentar un sentido de colaboración y responsabilidad compartida en la
planificación del futuro de nuestras parroquias e instituciones. Esto no
significa renunciar a la autoridad espiritual que se nos ha confiado; más bien,
significa discernir y emplear sabiamente los múltiples dones que el Espíritu
derrama sobre la Iglesia. De manera particular, significa valorar la inmensa
contribución que las mujeres, laicas y religiosas, han hecho y siguen haciendo en
la vida de nuestras comunidades.
Queridos hermanos y hermanas, les doy las gracias por la forma en que
cada uno de ustedes ha respondido a la pregunta que Jesús inspiró su propia
vocación: «¿Y tú?». Los animo a que renueven la alegría,el estupor, de
ese primer encuentro con Jesús y a sacar de esa alegría renovada fidelidad y
fuerza. Espero con ilusión compartir con ustedes estos días y les pido que
lleven mi saludo afectuoso a los que no pudieron estar con nosotros,
especialmente a los numerosos sacerdotes, religiosos y religiosas ancianos
que se unen espiritualmente.
Durante estos días del Encuentro Mundial de las Familias, les pediría de
modo especial que reflexionen sobre nuestro servicio a las familias, a las
parejas que se preparan para el matrimonio y a nuestros
jóvenes. Sé lo mucho que se está haciendo en las iglesias particulares
para responder a las necesidades de las familias y apoyarlas en su camino de
fe. Les pido que oren fervientemente por ellas, así como por las deliberaciones
del próximo Sínodo sobre la Familia.
Con gratitud por todo lo que hemos recibido, y con segura confianza en
medio de nuestras necesidades, nos dirigimos a María, nuestra Madre
Santísima. Que con su amor de madre interceda por la Iglesia en América, para
que siga creciendo en el testimonio profético del poder que tiene la cruz de su Hijo para traer
alegría, esperanza y fuerza a nuestro mundo. Rezo por cada uno de ustedes, y
les pido, por favor, que lo hagan por mí.
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