El valor que nos hace dar más allá de lo que se considera normal, para ser cada día mejores sin temor a la adversidad o a los inconvenientes.
El valor
de la magnanimidad es poco conocido, poco entendido y su definición formal
tampoco nos lleva demasiado lejos.
Todas las
definiciones nos hablan de “ánimo grande” o “espíritu grande”. Nos quedan más
claros los conceptos contrarios de la magnanimidad: mezquindad, tacañería,
pusilanimidad.
La
magnanimidad es una disposición hacia dar más allá de lo que se considera
normal, de entregarse hasta las últimas consecuencias, de emprender sin miedo,
de avanzar pese a cualquier adversidad. El ánimo grande, la magnanimidad, es el
valor que convierte a un simple ser humano en un héroe.
No
debemos confundir una grandeza de ánimo con una motivación extraordinaria e
impulsiva para realizar algo, los valores se practican independientemente del
buen humor y entusiasmo con que recibimos el día y de la simpatía que tengamos
por las personas.
En el
momento que vivimos estamos propensos a conformarnos con lo que somos:
calculadores y egoístas, orientando nuestros esfuerzos a la adquisición de
bienes materiales y a la búsqueda de riqueza… para lograr esto último no hace
falta magnanimidad porque la ambición es suficiente. Un ánimo grande se
caracteriza por la búsqueda de su perfección como ser humano y la entrega total
de su persona para servir a los demás desinteresadamente.
Un ánimo
grande aleja de sí toda envidia y resentimiento; supera el temor a ser
criticado por hacer algo que considera bueno; tiene la capacidad de afrontar
grandes retos con paciencia y perseverancia, y sobre todo, la alegría y los
buenos modales son rasgos característicos de su personalidad.
¡Qué
grandeza de espíritu tiene quien sabe perdonar sinceramente!, sin detenerse a
considerar la naturaleza de la ofensa o el mal recibido, comprende y olvida
para vivir en armonía con sus semejantes, sabe que al liberarse de esta pesada
carga enseña a los demás a vivir el perdón y está en condiciones de lograr la
propia paz interior.
Para el
magnánimo no existen tareas de ínfima categoría o el temor a cuidar lo que
podría denominarse “buena imagen”, actúa con la convicción de cumplir con un
compromiso y un deber personal: ayuda a quien goza de menor simpatía en un
grupo; saluda con cortesía, cede el paso, o sirve en la mesa al empleado y al
amigo por igual; se presta para mover muebles o bultos; asiste con regularidad
a sus prácticas religiosas aunque en el medio en que se desenvuelve no sea bien
visto.
Toda
empresa es un gran reto y las hay de todos tipos, pero las de naturaleza humana
son las primeras que deben interesarnos para sacar adelante: los hijos son la
empresa para los padres, los alumnos al maestro, los empleados y trabajadores
al director de la compañía, el cónyuge, el amigo… ¿Acaso no tenemos deseos de
verlos prosperar y ser mejores? El verdadero triunfo de la magnanimidad está en
ver por el bienestar de los demás sin medirlos por el beneficio material que
puedan retribuir.
Muchas
veces pretendemos que las personas mejoren por sí mismas, nos concentramos
tanto en sus defectos de carácter, fallas, errores y los convertimos en
pretexto para dejar de ayudarlos, nos falta empeño para corregirlos, enseñarles
y hacerles entender lo que haga falta para que salgan de esa situación que
tanto les afecta. Si son muchos los inconvenientes que vemos en quienes nos
rodea, es mucho lo que tenemos que trabajar personalmente en la magnanimidad,
para comprender mejor, para servir más…
Sería
absurdo pensar que este valor excluye otras realidades de nuestra vida, que
también son empresas y retos a alcanzar, como perfeccionar y acrecentar
nuestros conocimientos, aspirar a un mejor puesto laboral y alcanzar una
posición económica desahogada. ¿Es que estas aspiraciones van en contra de la magnanimidad?
Por supuesto que no, se desvirtúan por la intención con que se realizan. Todo
aquello a lo que aspiramos, dinero, conocimientos, posición, influencia, deben
tener como finalidad un servicio para el prójimo.
Es muy
difícil entender el servicio si pensamos únicamente en un beneficio inmediato y
personal, lo correcto es enfocar nuestro esfuerzo para traspasar las fronteras
del egoísmo: si tengo más conocimientos puedo servir mejor a la empresa o a mi
país, porque mejoraré sustancialmente mi trabajo y seré más productivo; al
obtener un mejor puesto, estoy en condiciones de llevar a la empresa a un mejor
nivel y ofrecer superiores condiciones de empleo; al ganar más, puedo ahorrar,
invertir, asegurar el patrimonio familiar y la educación de los hijos.
CONSIDEREMOS QUE PARA LOGRAR UNA
GRANDEZA DE ÁNIMO ES NECESARIO:
– Cada
día y a lo largo del mismo pregúntate: ¿Para qué hago esto? ¿Quiénes se
benefician? ¿Puedo hacerlo mejor?
– Haz el
propósito de prestar al menos un servicio diariamente en casa, escuela, oficina
o a los amigos. No olvides en tu lista: hacer lo que más te disgusta o incomoda
y a quien menos te simpatiza.
– Hoy
mismo decídete a olvidar tus resentimientos, envidias y juicios negativos
respecto a los demás.
–
Comienza hoy a mejorar tus modales y ten más cortesía con todos por igual.
– Aprende
a soportar las contrariedades con serenidad y a dominar la tristeza que pudiera
generarse: comentarios negativos hacia tu persona, sean ciertos o no; el
contratiempo profesional o escolar; el negocio que no se realizó…
La
magnanimidad es un excelente medio para robustecer nuestra comprensión, el
espíritu de servicio, la generosidad, el perdón y el optimismo. Todas nuestras
acciones se ennoblecen cuando están al servicio de los demás: el consejo, la
ayuda, la compañía y hasta el mismo trabajo, son los medios ordinarios que
tenemos al alcance para hacer de nuestras labores y aspiraciones algo grande,
algo fuera de lo común, algo que pocos están decididos a hacer.
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