Durante unos pocos días he
mantenido correspondencia por email con un sacerdote que me ha causado una
magnífica impresión por su bondad sobre una cuestión moral y lo que ha dicho el
magisterio ordinario. Además de agradecerle su voluntad tan buena que nace de
su caridad, me gustaría hacer algunas reflexiones.
Normalmente, el magisterio
ordinario suele ser expresión de la verdad. Rarísimamente un obispo dice algo
que es erróneo. Mucho más cuando habla una Congregación o cuando un Papa da un
sermón.
Ahora bien, viendo la Historia de
la Iglesia, observo que ha habido unos cuantos temas en los que la Iglesia ha
cambiado la línea de sus afirmaciones sin negar las anteriores. Por ejemplo, su
posicionamiento respecto al liberalismo, respecto al ecumenismo, respecto a la
forma de enfocar la sexualidad matrimonial, los derechos humanos y otras
cuestiones de mayor complejidad.
Es decir, no es que las
afirmaciones previas fueran falsas, pero se reconoce que después se ha
descubierto que lo que se había afirmado con una determinada lógica, queda
superado por una lógica de argumentos superiores; superado no negado.
Pongo un ejemplo sencillo, porque
otros son más complejos, el Papa Juan Pablo II dejó una iglesia católica de
Roma a los ortodoxos. Eso hubiera sido impensable en el siglo XIII, bajo la
argumentación de la verdad, la comunión, la obligación grave de evitar la
confusión de las almas, etc. ¿Eran esos argumentos medievales falsos? No, eran
verdaderos. Y, además, eran absolutos. Es decir, eran dados in abstracto
para todos los lugares y épocas: resulta ilícito prestar una iglesia católica a
un clero cismático.
Ahora bien, una mayor comprensión
del problema, nos ha llevado a entender que otra línea de argumentación
superior también era verdadera. Digo superior porque no niega la línea
precedente de argumentación, pero sin negarla tiene en cuenta otros elementos
del problema y se llega a una conclusión que es distinta: resulta lícito
prestarles una iglesia.
Pienso en unos pocos temas
actuales de la teología en los que, en el futuro, puede suceder lo mismo.
Pienso, por ejemplo, en la Humanae Vitae. ¿Es cierto todo lo que afirma
allí el Papa? Sí.
¿He aconsejado la desobediencia alguna vez a ese documento? No, nunca,
ni en privado ni en público. ¿Creo que está todo dicho al respecto con ese
documento? Francamente, no. De verdad que considero que no está dicha la última
palabra acerca del tema tratado allí. ¿El futuro negará algo de esa enseñanza?
No, pero la completará.
P. FORTEA
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