Se trata de tomar en serio la vida, precisamente para que nunca nos
falten la alegría y el optimismo.
Por: Pedro García, misionero claretiano | Fuente: Catholic.net
Con las veces que hablamos de la alegría y del optimismo en nuestros mensajes, estaría bonito que viniera hoy a decirles que no, que eso de la alegría y el optimismo lo vamos a dejar de lado para anunciar a los cuatro vientos que queremos una verdadera conversión, y vamos a ser en adelante unas personas muy serias... Pues, miren qué casualidad. Hoy he tenido esta ocurrencia: hablar de la seriedad, y hablar de la seriedad en serio...
Todos ustedes, han adivinado a la primera que no se trata de vivir con caras largas, labios caídos y ojos tristones, aptos para la caricatura que de nosotros trazaría un buen dibujante para hacer reír a cualquiera..., sino todo lo contrario.
Se trata de tomar en serio la vida, precisamente para que nunca nos falten la alegría y el optimismo, porque la seriedad de la vida es lo único que nos garantiza una vida valiosa y feliz.
Son muchas las veces que se nos habla y hablamos de moralidad, de lo que está bien y debemos hacer.
Lo mismo que hablamos de la inmoralidad, de lo que está mal, hasta el punto de constituir un peligro grave de perdición.
Podemos y debemos preocuparnos de la moralidad y de la inmoralidad, pues toda cautela es poca cuando se trata de ganar o perder la vida para siempre.
Sin embargo, hacemos poco hincapié en otro punto que influye decisivamente en nuestra existencia, como es la seriedad, y que está muy relacionada con la moralidad.
Seriedad quiere decir tomarse la vida como se debe, con sentido de responsabilidad, valorando todas nuestras acciones y cumpliendo todas nuestras obligaciones.
Es darse cuenta de que hay cosas que no valen la pena, y tan ligeras que sólo preocupan a personas de poca sensatez.
Nosotros, que nos juzgamos y queremos ser hombres y mujeres de valer, queremos ser personas serias, aunque estemos riendo todo el día, sabiendo que nuestra alegría no es otra cosa que la manifestación de una conciencia en paz porque cumplimos bien todo nuestro deber.
Un hombre tan serio y tan sensato como Ignacio de Loyola nos dio unas lecciones plásticas e inolvidables sobre la seriedad de la vida. Las leí una vez en su historia, y no las he olvidado nunca. A lo mejor nos pueden servir, una y otra anécdota, ocurridas en aquella primera comunidad de la Compañía en Roma. Digo este detalle para entender mejor lo que vamos diciendo.
La primera nos cuenta lo ocurrido con un joven novicio que estaba siempre alegre. Un compañero lo acusa ante el Fundador y superior de que procedía siempre con muy poca seriedad. En presencia del acusador, San Ignacio llama al culpable, y le dice:
-Te acusan de muy poca seriedad en tu vida. ¿Sabes lo que debes hacer en adelante? Yo siempre te veo de muy buen humor, hijo mío, y me alegro de ello. Así te quiero ver siempre. El que se ha consagrado a Dios no tiene ningún motivo de tristeza, sino de alegría.
No hay por qué decir que el muchacho siguió más contento que nunca...
La segunda anécdota tiene un cariz bien distinto. Un Hermano cumplía sus oficios domésticos de manera algo descuidada. San Ignacio de Loyola no era un hombre para medianías, y llama al que trabajaba con tan poca diligencia.
- Oiga, Hermano, ¿usted, por qué y por quién trabaja?
El Hermano responde con toda naturalidad y convencido:
- Padre, yo trabajo siempre por Dios y para su gloria.
Aquí le esperaba Ignacio, que le avisa muy serio y con pocas bromas:
- ¿Por Dios y para su gloria, y hace las cosas mal? Si me dijera que las hace por el Padre Ignacio, le perdonaría. Pero si dice que las hace así por Dios, le voy a poner una buena penitencia.
Cosas de Santos... E Ignacio de Loyola es uno de los hombres más equilibrados que tenemos en el calendario. Con dos casos tan familiares como éstos, aprendemos lo que es la seriedad en la vida. No se trata de tristeza, sino de alegría, pero con un gran sentido de responsabilidad en todo lo que hacemos. Es lo que decimos con esa frase ya hecha: Tomar la vida en serio, tan distinta de tomar la vida a la ligera...
Nos ponemos ahora a pensar en nosotros mismos, y nos hacemos varias preguntas.
¿Se toma la vida en serio cuando uno se divierte alocadamente en una discoteca?... No parece que haya mucha seriedad en eso.
¿Está triste y deja de ser feliz el que ha pasado la noche del sábado en casa o amigablemente distraído y cumple después escrupulosamente con la Misa dominical?... Pareciera una vida muy aburrida.
Sin embargo, los dos puntos de arranque en la comparación --la discoteca y la Misa-- nos dan la respuesta adecuada. En la una hay mucha diversión y poca alegría, porque hay poca seriedad. En la otra hay mucha poca diversión y mucha felicidad, porque hay mucha seriedad.
El tomar en serio la vida es una fuente de paz, de alegría, de bienestar. La persona se da cuenta de que la vida vale la pena vivirse, porque se realiza y se llena las manos, ¡algo tan distinto de mirarlas vacías!...
El cristiano, consagrado en el Bautismo a Dios para llevar una vida en todo conforme a la de Jesucristo, es el hombre más alegre a la vez que el cumplidor más fiel de todas sus obligaciones.
Seriedad y alegría. Cara de cielo y brazos de bronce. Sabe trabajar y sabe reír. Nadie aprovecha la vida como el cristiano serio, tan formal en todo como feliz en cada uno de sus pasos....
Por: Pedro García, misionero claretiano | Fuente: Catholic.net
Con las veces que hablamos de la alegría y del optimismo en nuestros mensajes, estaría bonito que viniera hoy a decirles que no, que eso de la alegría y el optimismo lo vamos a dejar de lado para anunciar a los cuatro vientos que queremos una verdadera conversión, y vamos a ser en adelante unas personas muy serias... Pues, miren qué casualidad. Hoy he tenido esta ocurrencia: hablar de la seriedad, y hablar de la seriedad en serio...
Todos ustedes, han adivinado a la primera que no se trata de vivir con caras largas, labios caídos y ojos tristones, aptos para la caricatura que de nosotros trazaría un buen dibujante para hacer reír a cualquiera..., sino todo lo contrario.
Se trata de tomar en serio la vida, precisamente para que nunca nos falten la alegría y el optimismo, porque la seriedad de la vida es lo único que nos garantiza una vida valiosa y feliz.
Son muchas las veces que se nos habla y hablamos de moralidad, de lo que está bien y debemos hacer.
Lo mismo que hablamos de la inmoralidad, de lo que está mal, hasta el punto de constituir un peligro grave de perdición.
Podemos y debemos preocuparnos de la moralidad y de la inmoralidad, pues toda cautela es poca cuando se trata de ganar o perder la vida para siempre.
Sin embargo, hacemos poco hincapié en otro punto que influye decisivamente en nuestra existencia, como es la seriedad, y que está muy relacionada con la moralidad.
Seriedad quiere decir tomarse la vida como se debe, con sentido de responsabilidad, valorando todas nuestras acciones y cumpliendo todas nuestras obligaciones.
Es darse cuenta de que hay cosas que no valen la pena, y tan ligeras que sólo preocupan a personas de poca sensatez.
Nosotros, que nos juzgamos y queremos ser hombres y mujeres de valer, queremos ser personas serias, aunque estemos riendo todo el día, sabiendo que nuestra alegría no es otra cosa que la manifestación de una conciencia en paz porque cumplimos bien todo nuestro deber.
Un hombre tan serio y tan sensato como Ignacio de Loyola nos dio unas lecciones plásticas e inolvidables sobre la seriedad de la vida. Las leí una vez en su historia, y no las he olvidado nunca. A lo mejor nos pueden servir, una y otra anécdota, ocurridas en aquella primera comunidad de la Compañía en Roma. Digo este detalle para entender mejor lo que vamos diciendo.
La primera nos cuenta lo ocurrido con un joven novicio que estaba siempre alegre. Un compañero lo acusa ante el Fundador y superior de que procedía siempre con muy poca seriedad. En presencia del acusador, San Ignacio llama al culpable, y le dice:
-Te acusan de muy poca seriedad en tu vida. ¿Sabes lo que debes hacer en adelante? Yo siempre te veo de muy buen humor, hijo mío, y me alegro de ello. Así te quiero ver siempre. El que se ha consagrado a Dios no tiene ningún motivo de tristeza, sino de alegría.
No hay por qué decir que el muchacho siguió más contento que nunca...
La segunda anécdota tiene un cariz bien distinto. Un Hermano cumplía sus oficios domésticos de manera algo descuidada. San Ignacio de Loyola no era un hombre para medianías, y llama al que trabajaba con tan poca diligencia.
- Oiga, Hermano, ¿usted, por qué y por quién trabaja?
El Hermano responde con toda naturalidad y convencido:
- Padre, yo trabajo siempre por Dios y para su gloria.
Aquí le esperaba Ignacio, que le avisa muy serio y con pocas bromas:
- ¿Por Dios y para su gloria, y hace las cosas mal? Si me dijera que las hace por el Padre Ignacio, le perdonaría. Pero si dice que las hace así por Dios, le voy a poner una buena penitencia.
Cosas de Santos... E Ignacio de Loyola es uno de los hombres más equilibrados que tenemos en el calendario. Con dos casos tan familiares como éstos, aprendemos lo que es la seriedad en la vida. No se trata de tristeza, sino de alegría, pero con un gran sentido de responsabilidad en todo lo que hacemos. Es lo que decimos con esa frase ya hecha: Tomar la vida en serio, tan distinta de tomar la vida a la ligera...
Nos ponemos ahora a pensar en nosotros mismos, y nos hacemos varias preguntas.
¿Se toma la vida en serio cuando uno se divierte alocadamente en una discoteca?... No parece que haya mucha seriedad en eso.
¿Está triste y deja de ser feliz el que ha pasado la noche del sábado en casa o amigablemente distraído y cumple después escrupulosamente con la Misa dominical?... Pareciera una vida muy aburrida.
Sin embargo, los dos puntos de arranque en la comparación --la discoteca y la Misa-- nos dan la respuesta adecuada. En la una hay mucha diversión y poca alegría, porque hay poca seriedad. En la otra hay mucha poca diversión y mucha felicidad, porque hay mucha seriedad.
El tomar en serio la vida es una fuente de paz, de alegría, de bienestar. La persona se da cuenta de que la vida vale la pena vivirse, porque se realiza y se llena las manos, ¡algo tan distinto de mirarlas vacías!...
El cristiano, consagrado en el Bautismo a Dios para llevar una vida en todo conforme a la de Jesucristo, es el hombre más alegre a la vez que el cumplidor más fiel de todas sus obligaciones.
Seriedad y alegría. Cara de cielo y brazos de bronce. Sabe trabajar y sabe reír. Nadie aprovecha la vida como el cristiano serio, tan formal en todo como feliz en cada uno de sus pasos....
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