El Espíritu prepara
al hombre para recibir al Hijo de Dios. San Ireneo.
Hoy en día la fe católica se ve
amenazada por una gran diversidad de formas relativizantes de entenderla.
Podríamos decir que el creyente medio tiene la fe en la existencia de Dios,
pero lo entiende como un dios lejano o un ídolo-herramienta personal. Un dios
que no parece interesado por nosotros. Una familiar me decía que Dios era algo
en lo que apoyarse cuando las cosas iban mal, pero que cuando todo iba bien no
era necesario tenerlo en cuenta.
Un Dios cercano es un Dios presente e involucrado en cada segundo de
nuestra vida. Vida que debemos entenderla como trascendente segundo a segundo.
Al pensar que Dios es algo lejano, hemos perdido el vínculo de la sacralidad.
El Misterio Cristiano es desconocido o ignorando por casi todos los creyentes. Arrinconamos lo sagrado en
museos y admiramos únicamente la estética de su realización humana. Nos importa su historia y su valor, que la puerta
a la trascendencia que lleva consigo. Lo sagrado ya no nos permite acercarnos a
Dios e intentar que Dios viva en nosotros.
El hombre
por sí mismo no puede ver a Dios; pero Dios, si quiere, puede manifestarse a
los hombres: a quien
quiera, cuando quiera y como quiera. Dios, que todo lo puede, fue visto
en otro tiempo por los profetas en el Espíritu, ahora es visto en el Hijo
gracias a la adopción filial y será visto en el Reino de los Cielos como Padre.
En efecto, el Espíritu prepara al
hombre para recibir al Hijo de Dios, el Hijo lo conduce al Padre, y el Padre en
la vida eterna le da la inmortalidad, que es la consecuencia de ver a
Dios. Pues del mismo modo que quienes
ven la luz están en la luz y perciben su esplendor, así también los que ven a
Dios están en Dios y perciben su esplendor. Ahora bien, la claridad
divina es vivificante. Por tanto, los que contemplan a Dios tienen parte en la vida
divina. (San Ireneo de Lyon. Contra las Herejías, libro IV, 20, 4- 5)
¿Vemos el esplendor a Dios en nosotros, en quienes nos rodean y en todo
lo creado por Él? Más bien no. Hemos reducido a Dios a la imagen de nuestro hermano, pero aún así, lo
que nos importa es ser bien vistos cuando obramos filantrópicamente. La caridad se ha tornado solidaridad. Dios ya no
es Caridad, como nos decía San Juan.
Podemos fijarnos en la próxima misa en las actitudes de quienes estamos
allí. ¿Cuántas personas se arrodillan en la Consagración? Pocas, por desgracia.
¿Cuántas personas se arrodillan para recibir la Eucaristía? Nadie, porque rara
vez nos permiten hacerlo. Nos parece que importante de la misa es la reunión
social, no el tiempo sagrado que se crea en torno a Liturgia. Estamos mirando el reloj para que el sacerdote no
se pase ni cinco minutos del horario. Ahora, gastamos horas y horas en
reuniones de coordinación y puesta en marcha de proyectos pastorales,
evangelizadores o solidarios. Para eso el reloj deja de tener importancia
porque nos sentimos protagonistas. No dejamos espacio para que Dios sea el
protagonista.
Ya no somos capaces de ver a Dios en los espacios sagrados ¿Somos
capaces de vivir el tiempo sagrado de la Liturgia, para participar de la vida
divinidad? San Ireneo nos invita a vivir el sentido sagrado de nuestra
existencia cotidiana, pero ya no somos capaces de entender qué nos quiere
decir.
No se trata de desvelar un enigma y ver a Dios como algo escondido: “el Espíritu prepara al hombre para recibir al Hijo de
Dios, el Hijo lo conduce al Padre, y el Padre en la vida eterna”. El
Misterio no es un enigma, algo secreto a descubrir con nuestras fuerzas e
inteligencia. El esoterismo no es compatible con el cristianismo aunque a veces
nos vendan que sí lo es. El Misterio Cristiano parte de nosotros mismos que
dejamos a Dios actuar en nosotros. Es
el Espíritu quien nos prepara y acondiciona para ver a Dios. Nosotros le
dejamos actuar, adecuarnos y santificarnos.
El Espíritu es quien nos permite entrar en
la Luz, que es el Logos, Cristo. Dios nos permita dejar que el Espíritu nos
lleve hasta Cristo y entonces ver su Luz y dejarnos transformar por Ella.
Néstor Mora Núñez
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