Cada bautizado, en cualquier lugar del mundo, está a prueba como oro en el
crisol.
Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
Durante el mes de Octubre, Mes del Rosario, en esta sección, meditaremos cada día un misterio, y así poder "guardar y meditar en nuestro corazón" la Vida de Jesús.
Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
Durante el mes de Octubre, Mes del Rosario, en esta sección, meditaremos cada día un misterio, y así poder "guardar y meditar en nuestro corazón" la Vida de Jesús.
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A lo largo de los siglos ha habido hombres y mujeres deseosos de volver
a las fuentes del cristianismo. ¿Por qué? Porque la experiencia cristiana puede
quedar oscurecida y adulterada entre las mil mareas que surgen en las
diferentes épocas de la historia.
Además, cada corazón descubre dentro de sí las fuerzas del hombre viejo,
ese modo de pensar y de comportarse que no nace de la nueva vida en Cristo,
sino de las pasiones y de la mentalidad de este mundo. Esas fuerzas son capaces
de anular aspectos esenciales de la fe católica.
Cristo había indicado con palabras claras cuáles son las exigencias del
Evangelio: hay que renunciar a la propia vida (cf. Mt 16,24-26), no
volver la vista atrás (cf. Lc 9.62), y dejarlo todo por el Reino de los
cielos (cf. Mt 13,44-48).
San Pablo reprochaba a algunos de los primeros cristianos por haber
abandonado a Cristo para volver a actuar según la carne: “¡Oh insensatos
gálatas! ¿Quién os fascinó a vosotros, a cuyos ojos fue presentado Jesucristo
crucificado? Quiero saber de vosotros una sola cosa: ¿recibisteis el Espíritu
por las obras de la ley o por la fe en la predicación? ¿Tan insensatos sois?
Comenzando por el espíritu, ¿termináis ahora en la carne?” (Ga 3,1‑3).
San Pedro dirige palabras apasionadas a quienes,
tras haber iniciado el buen camino, vuelven a las malas acciones de la vida
pasada: “Porque si, después de haberse alejado de la impureza del mundo por el
conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, se enredan nuevamente en
ella y son vencidos, su postrera situación resulta peor que la primera. Pues
más les hubiera valido no haber conocido el camino de la justicia que, una vez
conocido, volverse atrás del santo precepto que le fue transmitido. Les ha
sucedido lo de aquel proverbio tan cierto: «el perro vuelve a su vómito» y «la
puerca lavada, a revolcarse en el cieno»” (2Pe 2,20‑22).
Lo que denuncia la Biblia vale para cada
generación humana. Cada bautizado, en cualquier lugar del mundo, está a prueba
como oro en el crisol (cf. Sb 3,6). Necesita vivir íntimamente unido a
Cristo, en el Espíritu Santo, como parte de la Iglesia, para resistir las
terribles asechanzas de Satanás (cf. 1Pe 5,8-9).
De ahí nace el deseo de estar cerca de la
fuente, del manantial de aguas vivas, que viene de Cristo y se recibe en el
Espíritu Santo (cf. Jn 4,10-14; Jn 7,37-39). Sólo así es posible
un cristianismo auténtico, limpio, purificado, que va contra corriente y que
resiste a las embestidas de un mundo que odia a los creyentes (cf. Jn
15,18-19).
Volver a Cristo, escuchar su invitación:
“convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). Ese es el camino de la
renovación auténtica, la que necesita cada bautizado que desea seguir al
Maestro, que trabaja por ser piedra viva de la Iglesia, que suplica la gracia
de las gracias: ser acogido por la misericordia que nos salva, conservar
encendida la llama de la fe hasta la muerte, mientras espera el regreso
definitivo del Señor: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22,20).
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