Pasan tantas desgracias, que
vivimos con el alma encogida. La situación en Gaza arroja cifras terribles de
muertos -muchos de ellos niños-, que sirven a unos para atacar a otros,
olvidando que los que están poniendo las víctimas, los palestinos, han
rechazado una oferta de paz propiciada no por Estados Unidos sino por Egipto.
Está lo de Irak, con el incendio del Obispado católico de Mosul y la expulsión
de todos los cristianos, seguida de la ablación forzosa a todas las mujeres que
viven en la zona conquistada por los islamistas. Por si fuera poco, otro avión
se ha estrellado, esta vez en África, y el momento en que escribo no se sabe si
ha sido también derribado por terroristas o ha sufrido un accidente. Y así
podríamos seguir un largo rato, enumerando calamidades.
Pero, como suele suceder, con
frecuencia lo peor es lo que la verdad oculta. Es decir, lo que no sale en los
medios de comunicación. Me refiero, por ejemplo, a la situación de miles de
niños que están siendo vendidos como esclavos, a veces por sus propios padres,
por una cantidad que no va más allá de un primer plato en un restaurante de
Occidente, 30 dólares. Usados después para cualquier cosa, desde montar
camellos en Arabia a trocearles para vender sus órganos, pasando por servir
como esclavos sexuales o como trabajadores en las minas. Este horror ha sido
denunciando por los salesianos, que han puesto en marcha una campaña con el
lema "No estoy en venta", no sólo para denunciar lo que está pasando
y sacar del anonimato a estos miles de víctimas inocentes, sino también para
socorrer y "comprar" a estos esclavos a fin de devolverles la
libertad.
Esta semana hablaba con un joven
que ha llegado a Estados Unidos en el famoso tren conocido como "La
Bestia", por donde entran muchos de los ilegales que se cuelan en este
"paraíso" buscando un mundo mejor. Me contaba algunos de los horrores
que ha presenciado mientras hacía el peligrosísimo viaje: violaciones,
decapitaciones, torturas..... ¡Cuánto dolor! ¡Qué atrocidades somos capaces de
cometer los seres humanos, unos contra otros! Y el resultado es que se
construye un mundo plácido, confortable y casi perfecto sobre las espaldas de
estas víctimas inocentes. De alguna manera, la riqueza de unos está sostenida
por la pobreza de muchos. No es fácil encontrar soluciones, ciertamente, y la
respuesta que dio el comunismo sólo contribuyó a aumentar el daño. Pero no se
puede seguir así, porque el sistema está cada vez más próximo al colapso. Junto
a las reivindicaciones sociales se mezclan los elementos religiosos -como pasa
con el Islam- y, mientras, los señores de la guerra, del narcotráfico, de la
prostitución, aprovechan para extender sus tentáculos y aumentar sus negocios.
Cuando
veo todo este dolor, que como una marea de sangre anega a la humanidad,
recuerdo las palabras del Génesis que Yahvé dirige a Moisés: "El grito de
mi pueblo ha llegado a mis oídos". Dios no puede ser y no es indiferente
ante tanto sufrimiento. La solución hoy parece imposible por lo complejos que
son los problemas, pero cada uno tiene el grave deber de hacer su parte para,
por lo menos, aliviar la suerte de una, al menos de una, de esas víctimas. Y,
sobre todo, rezar. Han olvidado a Dios, han construido un mundo sin Él, y ahora
las consecuencias nos explotan entre las manos y las pagamos todos. El mundo
sin Dios se cae a pedazos porque está sostenido sobre la injusticia. Sólo en
Dios podemos poner nuestra esperanza.
Santiago Martín
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