Quiero
terminar estas líneas con un curioso incidente: después de una serie de retiros
en la Polinesia por quince días, me tire en el asiento del avión para
descansar. Mientras el avión se elevaba por encima de las nubes y tenía la impresión
de casi tocar el cielo, comencé a escuchar un cassette de John Littleton que
cantaba “ no se ha terminado; tus viajes no se han terminado”.
Estas
palabras me llegaron al corazón como una profecía y dije en voz alta: “AMEN”.
La persona que estaba dentada junto a mí leyendo un periódico me miró por
arriba de sus lentes pensando que yo era un loco que hablaba solo…
Ciertamente
mi viaje ha comenzado hace cincuenta y cinco años cuando vine a este mundo por
un acto del infinito amor eterno de Dios. Ahora ya he emprendido el retorno a
la Patria definitiva, la Jerusalén celestial, donde no hay luto ni llanto,
enfermedad ni muerte. Cada día estoy más cerca de la Casa siempre abierta donde
el buen Jesús fue a prepárame un lugar entre todos los santos.
Sueño
con el amanecer en que llegaré de las puertas de cuarzo y las murallas
asentadas en jaspe. Ya me veo caminando por las calles de oro a la ribera del
mar de cristal de la Nueva Jerusalén; adornada con rojos rubíes, verdes
esmeraldas y topacios amarillos. Me bañare en el agua de vida, brillante como
la plata, que brota del trono del Cordero, al lado de los árboles que retoñan y
dan frutos medicinales doce veces al año.
El
viaje se ha iniciado y no tiene regreso. Como la cierva anhela las corrientes
de agua viva, así mi carne languidece y mi corazón grita de alegría a causa de
Dios vivo. Un remolino centrípeto me atrae más aceleradamente a la Jerusalén de
arriba. Sólo por una razón quisiera que se alargara mi viaje, por el
embriagante vértigo que me hace esperar lo que espero.
En
un abrir y cerrar de ojos, al toque de la trompeta, le conoceré cara a cara, me
poseerá y lo poseeré junto a las murallas de la Santa Sion.
Grabada
con la sangre de Cristo, me ha llegado una invitación personal para participar
en las Bodas del Cordero. La novia ha sido engalanada con dones y carísimas,
embellecida con una diadema de estrellas y sol. Su vestido esta esmaltado de
virtud y sus ojos brillan con el fulgor de su Amado.
En
estos últimos años he sido testigo de las obras, del amor y la misericordia de
nuestro Dios. Si Él es tan grande en sus obras ¿cómo ser Él mismo? Si tan
luminosos son los rayos de su misericordia ¿cómo será en la visión que no engaña?
Por
eso, mientras vuelo en avión o monto en burro, siempre voy cantando: Que alegría
cuando me dijeron “Vamos a la casa del Señor”.
Ya
se posan mis pies en tus lumbrales, Jerusalén.
Mi
Señor y mi Dios, quiero dirigirte a Ti mis últimas palabras:
Dios
mío, Tú que me escrutas y me conoces; sabes cuándo me siento y cuando me
levanto; mis pensamientos calas desde lejos, observas si voy de viaje o si me
acuesto, familiares te son todas mis sendas.
No
está aun en mi lengua la palabra, y ya Tú, Dios mío, la conoces entera. Me
aprietas por detrás y por delante, y tienes puesta sobre mi tu mano.
¿A
dónde iré lejos de tu Espíritu, a donde de tu rostro podré huir? Si hasta los
cielos subo, allí estas Tú, si en el sheol me acuesto, allí te encuentro.
Si
tomo las alas de la aurora, si voy a parar a lo último del mar, también allí tu
mano me conduce, tu diestra me aprehende.
Aunque
diga: “me cubra al menos la tiniebla, y noche sea la luz en torno a mi” la
misma tiniebla no es tenebrosa para Ti, y la noche es luminosa como el día.
Porque
Tú mis riñones has formado, me has tejido en el vientre de mi madre; te doy
gracias por tan grandes maravillas; prodigio soy, prodigio son tus obras…
Mi
alma conocías cabalmente, y mis huesos no se te ocultaban, cuando yo era hecho
en lo secreto, tejido en las honduras de la tierra.
Mis
acciones tus ojos las veían, todas ellas estaban en tu libro, escritos mis días,
señalados, sin que ninguno de ellos existiera.
¡Cuán
insondables, oh, Dios, tus pensamientos, que incontables su suma! ¡Son más, si
los recuerdo, que la arena! y al terminar ¡todavía me quedas Tú!
P.
Emiliano Tardif
FUENTE:
JESÚS ESTÁ VIVO
Publicado
por: José Miguel Pajares Clausen
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