miércoles, 30 de julio de 2014

EL FIN DEL MUNDO SIN DIOS


Pasan tantas desgracias, que vivimos con el alma encogida. La situación en Gaza arroja cifras terribles de muertos -muchos de ellos niños-, que sirven a unos para atacar a otros, olvidando que los que están poniendo las víctimas, los palestinos, han rechazado una oferta de paz propiciada no por Estados Unidos sino por Egipto. Está lo de Irak, con el incendio del Obispado católico de Mosul y la expulsión de todos los cristianos, seguida de la ablación forzosa a todas las mujeres que viven en la zona conquistada por los islamistas. Por si fuera poco, otro avión se ha estrellado, esta vez en África, y el momento en que escribo no se sabe si ha sido también derribado por terroristas o ha sufrido un accidente. Y así podríamos seguir un largo rato, enumerando calamidades.

Pero, como suele suceder, con frecuencia lo peor es lo que la verdad oculta. Es decir, lo que no sale en los medios de comunicación. Me refiero, por ejemplo, a la situación de miles de niños que están siendo vendidos como esclavos, a veces por sus propios padres, por una cantidad que no va más allá de un primer plato en un restaurante de Occidente, 30 dólares. Usados después para cualquier cosa, desde montar camellos en Arabia a trocearles para vender sus órganos, pasando por servir como esclavos sexuales o como trabajadores en las minas. Este horror ha sido denunciando por los salesianos, que han puesto en marcha una campaña con el lema "No estoy en venta", no sólo para denunciar lo que está pasando y sacar del anonimato a estos miles de víctimas inocentes, sino también para socorrer y "comprar" a estos esclavos a fin de devolverles la libertad.

Esta semana hablaba con un joven que ha llegado a Estados Unidos en el famoso tren conocido como "La Bestia", por donde entran muchos de los ilegales que se cuelan en este "paraíso" buscando un mundo mejor. Me contaba algunos de los horrores que ha presenciado mientras hacía el peligrosísimo viaje: violaciones, decapitaciones, torturas..... ¡Cuánto dolor! ¡Qué atrocidades somos capaces de cometer los seres humanos, unos contra otros! Y el resultado es que se construye un mundo plácido, confortable y casi perfecto sobre las espaldas de estas víctimas inocentes. De alguna manera, la riqueza de unos está sostenida por la pobreza de muchos. No es fácil encontrar soluciones, ciertamente, y la respuesta que dio el comunismo sólo contribuyó a aumentar el daño. Pero no se puede seguir así, porque el sistema está cada vez más próximo al colapso. Junto a las reivindicaciones sociales se mezclan los elementos religiosos -como pasa con el Islam- y, mientras, los señores de la guerra, del narcotráfico, de la prostitución, aprovechan para extender sus tentáculos y aumentar sus negocios.

Cuando veo todo este dolor, que como una marea de sangre anega a la humanidad, recuerdo las palabras del Génesis que Yahvé dirige a Moisés: "El grito de mi pueblo ha llegado a mis oídos". Dios no puede ser y no es indiferente ante tanto sufrimiento. La solución hoy parece imposible por lo complejos que son los problemas, pero cada uno tiene el grave deber de hacer su parte para, por lo menos, aliviar la suerte de una, al menos de una, de esas víctimas. Y, sobre todo, rezar. Han olvidado a Dios, han construido un mundo sin Él, y ahora las consecuencias nos explotan entre las manos y las pagamos todos. El mundo sin Dios se cae a pedazos porque está sostenido sobre la injusticia. Sólo en Dios podemos poner nuestra esperanza.

Santiago Martín

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