Llegó desesperado. Decía que no soportaba la
soledad y que si seguía así acabaría por quitarse la vida. El Anacoreta lo hizo
sentar. Le preparó un refresco. Guardaron un rato de silencio hasta que le
dijo:
- Hijo mío. La soledad puede ser realmente insoportable.
Pero hay diferentes soledades.
Tomó un sorbo de refresco y prosiguió:
- La soledad impuesta, de quien se siente
abandonado, incomprendido, solo, aunque esté rodeado de una multitud, es una
soledad que hace daño. Existe también la falsa soledad del individualista, que
no es sino egoísmo camuflado. Esta también destruye a la persona. Pero existe
la soledad que nos une al universo, que nos hace sentir unidos a todos los
hombres, de manera especial a los que sufren, a los que todos ignoran...Esta
soledad es el hogar de la persona.
Miró al hombre desesperado y añadió:
- No estás solo, aunque creas que nadie te hace
caso. Estás junto a muchas personas que te necesitan. Mira a tu alrededor.
Dales aunque sólo sea una sonrisa. Verás como en tu interior notas que no estás
solo. Cuando viajes en el autobús, mira a los otros pasajeros. Cada uno de
ellos lleva su vida a cuestas, sus penas, sus alegrías. Verás como ya no te
sentirás solo. Verás en cada uno de ellos un hermano que está junto a ti.
Cuando estés en casa y te sientas solo, piensa otra vez en ellos, y llenarán tu
soledad con sus vidas.
Acabaron el refresco en silencio...y al marchar, el
hombre abrazó al Anacoreta, le sonrió y le dijo:
-
Gracias.
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