El obispo de Lugo, monseñor Alfonso Carrasco, explica en El Espejo de
COPE, dirigido por José Luis Restán, los motivos por los que la Iglesia
católica considera que no debe proceder a la ordenación de mujeres, a través de
la carta Ordenatio Sacerdotalis, del Papa san Juan Pablo II
En esa carta de hace 20 años,
del año 1994, san Juan Pablo II decía que, para alejar cualquier duda sobre
esta cuestión, declaraba que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de
conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres y que este dictamen debe ser
considerado definitivo por todos los fieles de la Iglesia. ¿Por qué este modo
de introducir el problema?
Así san Juan Pablo iba a lo esencial, al reconocimiento de que el
sacerdocio no es una función conveniente que se desarrolla dentro de la
sociedad eclesial, sino algo que viene dado, que nos viene de Jesucristo, y que
nosotros recibimos. Es lo esencial de la Iglesia, que no se ha generado a sí
misma. No nos hemos reunido porque compartíamos intereses religiosos o algunas
ideas morales, sino que nos ha reunido la presencia del Señor, quien además ha
dado a su pueblo una forma peculiar marcada por Él, como se ve en la Comunión.
En la Comunión, se ve qué profunda es la unidad y cómo está vinculada con Él.
La frase del Papa dice que nosotros no podemos generar el sacramento del
sacerdocio y debemos respetar lo que el Señor nos ha dado.
Sin embargo, hay quien objeta
que el Señor sólo pudo elegir varones, porque era la costumbre de la época,
pero la cultura ha evolucionado, e igual que a otras tareas y profesiones se
han incorporado mujeres, ¿por qué no al sacerdocio? ¿Por qué la Iglesia
reconoce justamente en esa decisión del Señor algo que debe mantenerse en el
tiempo?
Lo hacemos en todos los sacramentos, y en este también. La capacidad que
tiene la Iglesia es para administrar los sacramentos de una forma y otra
adaptándose un poco en los rituales a las circunstancias, pero la Iglesia no se
encuentra capacitada para afectar la sustancia del sacramento. Por ejemplo, el
Señor instituyó la Eucaristía con pan de trigo y con vino. Hubo debates, por
ejemplo, cuando la Iglesia llegó a Oriente, porque allí el trigo es el arroz. Y
se decía: ¿por qué no se pueden hacer obleas con arroz, que también es
blanco, o sustituir el vino por cerveza u otra bebida que sea lo mismo aquí que
el vino en aquella época? Pero la Iglesia no puede cambiar eso. El Señor ha
dicho: El pan que os he dado se convertirá en mi Cuerpo. No podemos
decir: Y el arroz también se convertirá en mi cuerpo. Estamos vinculados
con ello. En el caso del sacerdocio, ese es también el primer principio. Pero
hay una segunda cosa
¿CUÁL?
Hay una segunda cosa: nosotros creemos que Jesús es el Logos, el Hijo de
Dios hecho hombre, y aunque se adaptase y se hiciese igual a nosotros, en la
verdad que nos quisiera transmitir del Padre, no se iba a dejar condicionar de
manera que no fuese clara. En ese sentido, nosotros obedecemos. Lo podía haber
hecho perfectamente, podía haber nombrado a las mujeres, pero no lo hizo. No es
verosímil que fuese sólo por influencias culturales. En la época apostólica, el
cristianismo se abrió y dejó atrás el mundo judeocristiano y la ley de Moisés,
y en el mundo pagano, donde existían sacerdotisas, tampoco los apóstoles dieron
este paso, aunque sabían que la mujer jugaba un papel en la Iglesia. En el Libro
de los Hechos se habla de un profeta que tenía cuatro hijas que también
profetizaban, cuatro profetisas. Los apóstoles mantuvieron esa tradición y la
Iglesia ha comprendido desde siempre que esa es la voluntad del Señor y que
tendrá sus razones. Hay un punto donde nunca llegas a decidir del todo porque
no es una realidad que se pueda determinar con una argumentación obligatoria,
sino depende cómo el Señor lo quiso pensar. Pero la Iglesia comprendió desde el
inicio que era así: la imposición del manos en el Nuevo Testamento sólo aparece
sobre varones. Y la interpretación que la Iglesia fue haciendo de la Escritura,
siglo tras siglo, fue en el mismo sentido. Nosotros pensamos que la Escritura
debe leerse en el lugar vivo que es la tradición de la Iglesia.
Hoy se argumenta -y así lo han
saludado muchos titulares de nuestra prensa- que la ordenación de mujeres, como
acaba de hacer la Iglesia de Inglaterra, sería un paso para superar la
discriminación histórica que en tantos estratos de la vida social han sufrido
las mujeres. ¿Por qué esta decisión de la Iglesia católica no es
discriminatoria y no significa minusvaloración de las mujeres?
No es discriminatoria porque ser sacerdote no es un derecho de la
persona, ni siquiera de los varones, no es un derecho cuya negación fuese una
injusticia. Si fuese un trabajo de gestión, de presidencia, sí, porque somos
todos iguales como hijos de Dios. Pero, en el caso del sacramento, es una tarea
que no es sólo un trabajo, sino una forma de articulación de la Iglesia querida
por el Señor, y que se les pide a unos sí y a otros no. La mujer así no pierde
ningún derecho, ni tampoco queda excluida de la vida, la misión y la función en
la Iglesia. No pierde nada como cristiana. Para alcanzar la perfección y llegar
a la santidad como cristiano no es necesario ser sacerdote.
Hoy día es difícil de entender, porque las mujeres han sido
discriminadas de forma injusta en sistemas jurídicos y laborales, tenemos miedo
de que suceda también aquí. Pero todo estriba en entender que la Iglesia no es
obra nuestra, no es una asociación nuestra, el sacerdocio no es una tarea que
encomiendan unas personas a otras entre ellos.
COPE / Alfa y Omega
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