DE LOS FRUTOS DE CARIDAD, DE GOZO Y DE PAZ
Como leemos en la visión de
Ezequiel que solo contemplaba un campo inmenso de huesos secos, esto es lo que
pasa en el mundo y en la Iglesia cuando hay sequía, no hay frutos, no se vive
la virtud de la esperanza. Y esto ocurre hoy en muchísimos sectores de la
sociedad y del Pueblo de Dios: hay sequía, falta el agua de la gracia, no hay
frutos. Vamos a reflexionar sencillamente sobre algunos frutos del Espírito de
los que nos habla San Pablo en la carta a los Gálatas:
LOS TRES PRIMEROS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO SON LA
CARIDAD, EL GOZO Y LA PAZ, QUE PERTENECEN ESPECIALMENTE AL ESPÍRITU SANTO.
-La caridad, porque es el amor del Padre y del Hijo
-El gozo, porque está presente al Padre y al Hijo y es como el
complemento de su bienaventuranza.
-La paz, porque es el lazo que une al Padre y al Hijo.
Estos tres frutos están unidos y
se derivan naturalmente uno del otro.
-La caridad o el amor ferviente
nos da la posesión de Dios
-El gozo nace de la posesión de
Dios, que no es otra cosa que el reposo y el contento que se encuentra en el
goce del bien poseído.
-La paz que, según San Agustín;
es la tranquilidad en el orden. Mantiene al alma en la posesión de la alegría
contra todo lo que es opuesto. Excluye toda clase de turbación y de temor.
LA SANTIDAD Y LA CARIDAD VALEN MÁS QUE TODO
La caridad es el primero entre
los frutos del Espíritu Santo, porque es el que más se parece al Espíritu
Santo, que es el amor personal, y por consiguiente el que más nos acerca a la
verdadera y eterna felicidad y el que nos da un goce más sólido y una paz más
profunda. Dad a un hombre el imperio del universo con la autoridad más absoluta
que sea posible; haced que posea todas las riquezas, todos los honores, todos
los placeres que se puedan desear; dadle la sabiduría más completa que se pueda
imaginar; que sea otro Salomón y más que Salomón, que no ignore nada de toda lo
que una inteligencia pueda saber; añadidle el poder de hacer milagros: que
detenga al sol, que divida los mares, que resucite los muertos, que participe
del poder de Dios en grado tan eminente como queráis, que tenga además el don
de profecía, de discernimiento de espíritus y el conocimiento interior de los
corazones. El menor grado de santidad que pueda tener este hombre, el menor
acto de caridad que haga, valdrá mucho más que todo eso, porque lo acercan al
Supremo bien y le dan una personalidad más excelente que todas esas otras
ventajas si las tuviera; y esto, por dos razones:
1- Porque participar de la santidad de Dios, es participar de todo lo más
importante, por decirlo así, que hay en Él. Los demás atributos de Dios,
como la ciencia, el poder, pueden ser comunicados a los hombres de tal manera
que les sean naturales. Únicamente la santidad no puede serles nunca natural
(sino por gracia).
2- Porque la santidad y la felicidad son como dos hermanas inseparables y
porque Dios no se da ni se une más que a las almas santas y no a las que sin
poseer la santidad, poseen la ciencia, el poder y todas las demás perfecciones
imaginables.
Por lo tanto, el grado más
pequeño de santidad o la menor acción que la aumente, es preferible, a los
cetros y coronas. De lo que se deduce que perdiendo cada día tantas ocasiones
de hacer actos sobrenaturales, perdemos incontables felicidades, casi
imposibles de reparar.
NO PODEMOS ENCONTRAR EN LAS CRIATURAS EL GOZO Y LA
PAZ, QUE SON FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO, POR DOS RAZONES:
1- Porque únicamente la posesión
de Dios nos afianza contra las turbaciones y temores, mientras que la posesión
de las criaturas causa mil inquietudes y mil preocupaciones. Quien posee a Dios
no se inquieta por nada, porque Dios lo es todo para él, y todo lo demás solo
vale en relación a El y según El lo disponga.
2- Porque ninguno de los bienes
terrenos nos puede satisfacer ni contentar plenamente. Vaciad el mar y a
continuación, echad en él una gota de agua: ¿llenaría este vacío inmenso? Todas
las criaturas son limitadas y no pueden satisfacer el deseo del alma por Dios.
La paz hace que Dios reine en el alma y que solamente Él sea el dueño. La paz
mantiene al alma en la perfecta dependencia de Dios. Por la gracia
santificante, Dios se hace en el alma como una fortaleza donde habita. Por la
paz se apodera de todas las facultades, fortificándolas tan poderosamente que
las criaturas ya no pueden llegar a turbarlas. Dios ocupa todo el interior. Por
eso los santos están tan unidos a Dios lo mismo en la oración que en la acción
y los acontecimientos más desagradables no consiguen turbarlos.
DE LOS FRUTOS DE PACIENCIA Y MANSEDUMBRE
Paciencia modera la tristeza
Mansedumbre modera la cólera
Los
frutos anteriores disponen al alma a la de paciencia, mansedumbre y moderación.
Es propio de la virtud de la paciencia moderar los excesos de la tristeza y de
la virtud de la mansedumbre moderar los arrebatos de cólera que se levanta
impetuosa para rechazar el mal presente. El esfuerzo por ejercer la paciencia y
la mansedumbre como virtudes requiere un combate que requiere violentos
esfuerzos y grandes sacrificios. Pero cuando la paciencia y la mansedumbre son
frutos del Espíritu Santo, apartan a sus enemigos sin combate, o si llegan a
combatir, es sin dificultad y con gusto. La paciencia ve con alegría todo
aquello que puede causar tristeza. Así los mártires se regocijaban con la
noticia de las persecuciones y a la vista de los suplicios. Cuando la paz está
bien asentada en el corazón, no le cuesta a la mansedumbre reprimir los
movimientos de cólera; el alma sigue en la misma postura, sin perder nunca su
tranquilidad. Porque al tomar el Espíritu Santo posesión de todas sus
facultades y residir en ellas, aleja la tristeza o no permite que le haga
impresión y hasta el mismo demonio teme a esta alma.
Juan García Inza
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