El Precursor de Cristo y último profeta que lo anunció. Fue primo del Señor
y formador de sus primeros discípulos. Su vida no conoció límites para
demostrar con hechos su amor a Cristo. Hoy, ese ejemplo sigue vigente.
La vida
de san Juan Bautista está plagada de enseñanzas prácticas que no caducan al
paso del tiempo. Desde su nacimiento hasta su muerte, el paso de Juan por la
Tierra es ejemplar y, hoy, dos lecciones de vida resuenan con especial fuerza:
su valentía y humildad.
Lucas es
quien narra la vida de Juan al iniciar su Evangelio. Pero lejos de su carácter
sobrenatural, el relato evangélico resume la praxis del Bautista con enorme
claridad. La promesa que el ángel hizo a Zacarías se cumplió plenamente:
“Será
para ti gozo y alegría; y muchos se alegrarán en su nacimiento, porque será
grande ante el Señor; no beberá vino ni licor, será lleno del Espíritu Santo ya
desde el vientre de su madre, y convertirá a muchos de los hijos de Israel al
Señor su Dios; e irá delante de Él con el espíritu y el poder de Elías para
convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes a
la prudencia de los justos, a fin de preparar al Señor un pueblo perfecto”.
En
efecto, la voz que clama en el desierto preparó la venida de Cristo con un
intenso apostolado del que todos debemos aprender. Con la valentía de quien se
sabe hijo de Dios, Juan fue valiente ante cualquier burla. ¿Cuántas veces
nosotros no nos amedrentamos ante la burla más insignificante y tememos
reconocer que somos cristianos? Ocultos tras el pretexto de la tolerancia,
evitamos alzar la voz para rectificar tal o cual punto de vista, para detener
una conversación que falta a la caridad o al pudor, etcétera.
Hoy más
que nunca hacen falta cristianos verdaderamente fuertes y comprometidos, que no
tengan miedo de aceptar su condición de hijos de Dios en todos los ambientes,
en cualquier sitio. La sociedad reclama católicos de tiempo completo que lo
mismo acudan a la misa dominical que sean justos con sus empleados, que hagan
su trabajo del mejor modo posible, que respeten la ley y la hagan cumplir, que
no saquen ventaja de las circunstancias en su propio beneficio…
Esto sólo
será posible con una intensa vida interior, con una constante rectitud de
intención, que darán la fuerza para comportarnos siempre como verdaderos
cristianos. Obras son amores, por eso el Bautista dio ejemplo de amor a Dios
hasta su injusta muerte en prisión, por ser testigo del mensaje de Cristo.
A pesar
de esa imagen agreste que nos llega a través de la historia, a pesar de su
enorme fuerza -espiritual y física-, Juan Bautista era también un gran
enamorado de Dios y sobre la base de ese amor estaba fincada toda su vitalidad
y aplastante apostolado.
Esa
valentía de san Juan Bautista -que no se entiende sin el amor a Dios- hoy se
echa de menos en la oficina, la escuela, incluso en el hogar. En todos los
sitios urge recordar que el trabajo debe hacerse bien, que no valen las
pequeñas chapuzas ni los retrasos; hay que recordar la importancia de tratar a
los demás con cariño, sin ofender a nadie. Esta tarea es misión principal para
quienes nos decimos cristianos.
Fruto de
esta actitud será el verdadero apostolado que demos con nuestro ejemplo, un
apostolado humilde y eficaz como el que nos enseña el Bautista. “Conviene que
Él crezca y yo disminuya”, esta convicción debe llevarnos a que toda nuestra
vida sea una constante lucha por acercarnos más a Dios y llevar más almas a Él.
Juan era
valiente, y verdaderamente humilde. No busca la gloria propia, sino la gloria
de Dios. Ojalá que aprovechemos la solemnidad de su nacimiento reflexionemos
sobre todo aquello que hemos dejado de hacer por temor, comodidad o ignorancia.
El apoyo
de la Santísima Virgen será indispensable para seguir con eficacia el ejemplo
de san Juan Bautista, que con su vida dio verdadero testimonio de amor a
Cristo.
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